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HAYDEN

(1 de julio de 2006)

Estaba harto. Se escabulló aprovechando que su padre estaba ocupado cambiando una tubería que le traía problemas. Dijo que iba a por limonada fría para reponerse, pero aprovechó que la cocina estaba desierta para salir por la puerta trasera.

Rodeó la cabaña con cuidado de que nadie lo viera por las ventanas. Eran pequeñas, no entraba bien la claridad a través de ellas. Si él fuera el dueño de aquel lugar, haría que hubiera ventanales en el salón. Si fueran desde el suelo hasta el techo, podría ver el Serene Lake con libertad y la luz natural lo inundaría todo.

Se sentó en la orilla del lago y cogió un puñado de tierra con piedras.

Dejó que se escurrieran entre sus dedos.

Ojalá estuviera en la playa, disfrutando de la brisa salobre y de la arena suave y dorada. Estaría con sus amigos, bebiendo cerveza, comiendo patatas fritas y disfrutando de las vistas.

Las chicas era lo que más echaba de menos, definitivamente

Allí no había ninguna. Allí no había nadie. Hayden no entendía por qué la gente iba hasta allí para pasar las vacaciones de verano. Era tan aburrido que resultaba agobiante.

Suspiró y se echó hacia atrás, doblando los codos para poder reposar la cabeza sobre las manos entrelazadas. El cielo azul lo observaba con la misma quietud con la que Hayden lo miraba a él.

Odiaba a su familia por arrastrarlo hasta allí y obligarlo a currar como una mula, de sol a sol.

No quería estudiar, ¿y qué? Bastante había hecho ya terminando el instituto, si por él fuera hubiera abandonado tiempo atrás. Estaba en su derecho de decidir su futuro, ¿no? Sus padres no podían castigarlo llevándolo al medio de la nada para hacerle ver que era mejor ir a la universidad. ¡No podían obligarlo a ir a Yale, diablos! ¡Él no sería feliz allí!

¿Y qué si todavía no quería trabajar? No había encontrado nada que lo motivase, solo tenía diecinueve años. ¿Qué culpa tenía de no haber encontrado un oficio que lo llamase de verdad? Era joven, todavía estaba a tiempo de descubrir su vocación y explotarla hasta los sesenta años.

¿No le bastaba a su padre con que Hayden hubiera soportado a la tía Clementine?

Aquella mujer iba a acabar con él. Nunca se había casado y lo había adoptado como hijo desde pequeño. Creía que estaba en su derecho de educarlo y que tenía que hacer de él un hombre de bien. Llevaba bajo su yugo tres meses, pues se había ido a vivir con ellos, y había sido un tiempo tortuoso, gris.

No se drogaba, no regresaba a horas exageradas a casa cuando salía y nunca volvía borracho. No robaba, solo golpeaba a otros en el gimnasio, cuando le daba por boxear. Respetaba a las mujeres.

¿Eso no demostraba que ya era un caballero? No era un mal tío, no estaba metido en problemas. ¿Qué buscaba su tía de él?

Atosigado por la situación familiar, sintiéndose incomprendido, gruñó y cerró los ojos. El sol calentó su piel y quemó sus párpados cerrados. Cuando volvió a abrirlos, veía en blanco y negro y estaba algo mareado. Había perdido la noción del tiempo.

Pero ya no estaba solo.

Se incorporó con la cabeza ladeada, observando a la niña que se había adentrado en el agua del lago. No, no se trataba de una niña, aunque por lo bajita que era y las dos coletas que llevaba, bien podría serlo.

Era una jovencita de unos ¿catorce?, ¿quince? años.

Llevaba una cámara de hacer fotos. Era desechable y quizá por eso se pensaba muy bien qué quería capturar a través de la lente de mala calidad. Como si cada instantánea fuera especial y única.

Un tirón en el pecho lo asustó unos segundos.

Pronto se dio cuenta que era instinto de protección.

Una chiquilla sola en el agua podría llegar a ser peligroso. Si seguía caminando hacia la parte más profunda, podría ser engullida por el Serene Lake. Sería tan sencillo que un alga atrapase su tobillo y la retuviera bajo la superficie, impidiéndole respirar hasta que solo quedase agua, quietud y frío…

—Para.

Ella levantó los ojos hacia él, para nada sorprendida de ver que la llamaba. No parecía tenerle miedo tampoco, si bien cobró interés al momento por Hayden.

Esperaba que no lo tomase como un referente. Las hermanas pequeñas de sus colegas suspiraban por él. Tampoco tenían ni dieciséis años y ya deseaban llamar su atención. ¡Cómo si eso fuera posible!

Hayden se levantó y se sacudió la tierra de los pantalones. Mientras tanto, intentaba esbozar una sonrisa.

Asustarla podría ser fatal.

Quería que volviera a la orilla, aunque ¿cuánto los separaba? Puede que un par de metros, algo más.

—No sigas avanzando. Podrías hacerte daño.

Ella sonrió. Lo hizo de una forma que destilaba alegría, pero conservando un halo de tristeza que demostraba que no era feliz. No del todo. Había probado el sabor más amargo de la infelicidad y ahora se permitía disfrutar de los pequeños momentos que le regalaba el día a día.

Una chica de su edad no debería conocer ese pozo de desolación.

Quizá se veía reflejado en ella. Su mirada transparente podría recordarle a la suya… siempre y cuando Hayden admitiera que su vida era una mierda, que no lo llenaba y que todo lo que le sucedía no bastaba a veces para querer levantarse de la cama.

—Me llamo Winter. Winter Lane —la chica regresó a la orilla con pasos lentos pero grandes. No le importó caminar sobre piedrecitas y atravesando las aguas tranquilas del lago. Le tendió una mano, la otra no soltaba la cámara—. ¿No vas a presentarte?

Se había quedado sorprendido por su soltura y se había quedado varios segundos sin poder moverse.

Había chicas de su entorno que, pese tener diecinueve o veinte años, no tenían tanto aplomo. Ni tanta seguridad en sí mismas.

Quizá no estaba tan indefensa como había creído al principio.

O puede que todo sea una máscara y esté pidiendo a gritos que alguien vea cómo se encuentra en realidad, pensó.

—Hayden Brock.

—¿Estás veraneando en la cabaña? —lo preguntó con voz aguda, algo candorosa todavía—. Mi hermano mayor y yo estamos después del bosque. Creo que os caeríais bien. Puedes venir a cenar si quieres…

—¡Tiempo muerto! —cruzó las manos, poniendo los dedos de la derecha rectos bajo la palma de la izquierda—. Regla número uno, Winter Lane: no tendrías que ir invitando a cenar a casa a desconocidos.

Ella ladeó la cabeza como si lo mirase sin comprender. Entonces se rio echando la cabeza hacia atrás.

—No eres un desconocido, tonto —él casi quiso gritar. Nadie le insultaba así, y menos de forma tan insustancial—. Te has presentado, ¿no?

Hayden se armó de paciencia y la siguió con la mirada cuando Winter volvió sobre sus pasos, se internó en el agua del Serene hasta que esta le rozó las rodillas.

—No me pasará nada por confiar en ti, ¿verdad? —lo miró por encima del hombro con el ceño fruncido.

Era insensata, estaba loca. Si bien supuso que la madurez de su edad no daba para ser consciente que la vida puede terminar en pocos segundos.

—Princesa, creo que necesitas otro hermano mayor —susurró mientras se frotaba un brazo, donde segundos antes un mosquito se había dado un buen festín, dejándole una rojez de lo más molesta.

Siempre es invierno en tu sonrisa

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