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HAYDEN

(1 de s e ptiem bre de 2006)

Habían arreglado la cabaña de la tía Clementine durante el verano. Ahora que las vacaciones habían terminado, ya no había nada más que hacer. La tía Clementine estaba más satisfecha con el resultado de la reforma, por más amateur que fuera, que con el hecho que las horas de sol fueran más cortas cada día que pasaba.

Hayden dejó la maleta en el coche familiar y se giró hacia los árboles. Dash se había despedido de él la noche anterior, pero Winter no había querido ir hasta la cabaña para decirle adiós. Una parte de su ser esperaba que fuera a verle en el último momento, que se despidiera.

Aquella niñita de sonrisa melancólica y ojos vivaces se había adueñado de su corazón. Le había hecho sentir importante, como si realmente pudiera llegar a ser alguien en la vida.

Se montó en el coche ante la insistencia de sus padres. Su madre se encontraba mal por el periodo y necesitaba dormir, algo que solo lograría en cuanto el coche se pusiera en marcha. Hayden no podía dormir esa vez. El traqueteo del coche y el jazz que su padre ponía en cuanto se montaba en el todoterreno no iba a relajarlo esa vez.

Cerró los ojos.

Echaría de menos a Dash y a Winter Lane. Esos dos hermanos tenían algo especial. Nada tenía que ver con su historia, con la tragedia que había sacudido sus vidas hacía poco. Eran personas amables y confiadas. Le habían hecho ver a Hayden que la vida no era solo marihuana, risotadas y facilidades. Ellos le habían hecho ver que todo esfuerzo tiene recompensa, que ser honorable y afable con la vida y con uno mismo a veces era la mejor forma de aceptarse a uno mismo.

Su padre frenó de repente. Su madre chilló y Hayden se sobresaltó.

Se asomó entre los asientos, preguntándose si había surgido algún ciervo de la nada, algo poco probable porque el bosque estaba poco poblado de animales salvajes.

—Winter.

Se bajó del coche de un salto.

—Papá, yo me encargo —espetó en cuanto su padre se asomó a la carretera y empezó a quejarse—. Winter, ¿estás loca? ¡Podríamos haberte atropellado!

—Pero no ha ocurrido —la adolescente estaba recuperando el aliento—. Tu padre se ha detenido a tiempo.

—Debes dejar de ser tan inconsciente, por Dios.

La preocupación por lo que podría haber ocurrido era más intensa que la alegría inmensa que lo inundaba de verla allí, de saber que podría despedirse de aquella niñita de carácter extraño, a veces fuerte y a veces frágil.

—Sé muy bien qué es la muerte, Hayden —se secó el sudor de la frente y se irguió—. No soy tan pequeña ni idiota como me crees.

—Sabes que no creo eso.

—Un poco sí —sonrió casi sin emoción—. No podías irte sin que te dijera adiós. Y sin que te diera esto.

Le tendió un papel y el muchacho lo aceptó. Era un recuadro arrancado de un cuaderno. Había un teléfono apuntado y la firma de Winter justo debajo. Era su número de teléfono.

El gesto lo enterneció.

Era curioso, pero se había encariñado de una chica que no levantaba un palmo del suelo y que ni siquiera tenía edad para conducir. Quién se lo hubiera dicho hace tiempo, que terminaría siendo amigo de una personita así.

—Gracias.

—Si te sientes solo… llama.

—No me sé el mío de memoria, Winter —se llevó una mano a la cabeza después de guardar el papel en el bolsillo del pantalón.

—No hace falta que me lo des.

Pero sus ojos le decían lo contrario.

—¿Y si te sientes sola? ¿Cómo me llamarás?

—Le pediré a mamá que te haga sentir un leve tirón aquí —se llevó la mano al pecho—. Y así sabrás que quiero hablar contigo.

—Hayden… —su madre había bajado la ventanilla y se quejaba. Quería retomar el camino, tenían muchas horas de vuelta—. ¡Vamos!

—No les hagas esperar —ella sonrió y le tendió la mano—. Encantada de conocerte, Hayden.

Observó aquellos dedos, tan pequeños y delgados en comparación con los suyos. Pensó que pese a la diferencia de edad, esa adolescente le había tocado el corazón. Como si pudiera ver a través de su alma, habían conectado de un modo inimaginable.

—Nos veremos de nuevo, Winter.

Lo creía con firmeza.

Siempre es invierno en tu sonrisa

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