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WINTER

(10 de septi embre de 2008)

—Acéptalo, Winter. Así son las cosas.

—Me lo prometiste, Dash —protestó al ver cómo se ponía la chaqueta de cuero y se la abrochaba—. Me dijiste que me enseñarías a conducir. Y yo he aguantado fines de semana enteros lavando platos, baños y suelos por ti, por comprarme este trasto y aprender contigo.

Su hermano miró un momento sus manos. Luego miró a sus amigos, que lo esperaban en una esquina. Parecía dudar, quizá porque siempre había cumplido las promesas hechas a su hermana pequeña. Si bien las sombras de sus ojos le dijeron a Winter que iba a darle plantón. No habían tenido a tiempo a nada, ni siquiera había podido poner la primera marcha. La nueva pandilla de Dash había llegado reclamando su atención. ¡Cómo si no pudiera vivir un día sin ellos!

Winter los fulminó con la mirada con la misma intensidad que Dash había fulminado sus ilusiones.

—Lo siento, Winter. Tengo que irme.

—No es justo…

—Otro día será —carraspeó y quiso darle un beso en la mejilla, pero ella se apartó.

—No deberías mostrarte tan afectuoso conmigo. Tus amigos —lo enfatizó con retintín— podrían creer que eres un calzonazos.

Él asintió. Si se sentía culpable, Winter se alegraba. Merecía sentirse despreciable, pues había jugado con sus sentimientos para luego despedazarlos.

—Díselo a papá. Él te ayudará.

—Sabes que papá ya no está por nosotros. Tú mismo se lo dijiste la otra noche, mientras discutíais. ¿Creíais que no os estaba escuchando? —añadió a verle sorprendido—. Desde que tiene esa nueva mujer en su vida, somos invisibles para él. También eres invisibles para esos tipos. Tus amigos solo te utilizan, ¿lo sabías? —le preguntó, molesta—. Su amistad contigo es interés, no hay confianza ni generosidad. Y no eres capaz de verlo.

—No sabes de lo que hablas.

—Sí, sí lo sé. No te abres a ellos. ¡Te da miedo que descubran quién eres en realidad! —por poco lo gritó.

Él arrugó la nariz.

—Yo no me escondo.

—Te escondes de ti mismo —lo espetó con rabia—. ¿Crees que te seguirán teniendo tan en cuenta cuando descubran cómo eres?

—¿Y cómo soy? —Dash se impacientó, molesto.

—Te da miedo aceptar quién eres y te niegas —Winter cerró unos instantes los ojos, pensando en todas las señales que había apreciado en su hermano. Esos amigos que tenía todavía no se habían percatado, pero pronto lo harían. Uno no puede esconder los sentimientos, la atracción.

—Habla claro, Winter.

—¿Por qué dejaste de hablarte con Harry Zacharies?

Dash palideció. Jamás había explicado porque su compañero de instituto y él habían dejado de hablarse de la noche a la mañana. Quizá porque le avergonzaba decir que había besado a su compañero de laboratorio y que el otro le había rechazado, contrariado. Ella lo había visto todo desde su habitación, puesto que desde la muerte de su madre se pasaba horas contemplando la piscina, sobre todo en verano.

—Yo… no…

—Ábrete al mundo, Dash, y deja de complicarte la vida.

—No me des lecciones de moralidad. Tú, que siempre andas en tu mundo —rebatió, atacando como defensa—. Tus amigas tampoco son tan íntimas.

—Lo sé —claro que lo sabía, pero a ella esas distancias le iban bien. Después de años siendo el bicho raro en el colegio, estar con un grupo de personas donde pasaba desapercibida le gustaba. No era un comentario que le doliera especialmente. Se encogió de hombros—. Maldito Hayden, si estuviera aquí…

—Por el amor de Dios —exclamó él—. ¿No me digas qué todavía le recuerdas? No has vuelto a saber nada de él desde ese verano. No se ha preocupado por ti, ni por mí. No le importamos.

—Tendrá sus motivos.

—Reacciona, hermanita. Hayden y papá pasan de nosotros.

—Y tú pasas de mí —susurró, más para sí misma que para Dash. Le dolía más aquel golpe que el de Hayden, pues como bien decía su hermano, había sido una amistad profunda pero fugaz. La recordaba con cariño.

Apagó el motor.

—Vete —musitó, dolida.

—Winter…

—¡Largo! —esa voz por poco lo gritó—. ¡Ellos te darán la espalda porque son intolerantes e ignorantes! Pero tú les adoras, ¿no? Pues vete con tus amigos. ¡Quien te abandona no es familia! —añadió, sabiendo que Dash las conocía bien, pues eran las que había usado para zanjar la discusión con su padre.

Winter detestó pronunciarlas. Sin embargo, así lo sentía. Su hermano se estaba dejando llevar, se encontraba naufragando en una isla gris y oscura a la que Winter no podía acceder. Dash estaba cambiando. Ya no era tan simpático, atento y cariñoso que antes. Era una sombra del chico que había sido.

Si un aleteo de mariposa podía cambiar el mundo, ¿qué podía ocurrir si estaba continuamente expuesto ante esos maleantes?

¿Había sido el rechazo de Harry lo que había convertido a su hermano en un ermitaño? ¿Era el olor a naftalina de la sociedad lo que lo hacía tan retraído hasta el punto de destruirse a sí mismo?

Dash bajó después de querer hablar y decidir mantense en silencio. Gran decisión, pensó Winter. Lo observó alejarse del coche para ir con sus colegas, que estaban esperándolo con las motocicletas tuneadas. Cuando los vio marcharse, se apoyó contra el respaldo de la silla del piloto y cerró los ojos.

La discusión latía con fuerza en sus sienes y hacía sangrar su corazón.

—Por favor, mamá —susurró—. Ayúdale. No le dejes caer… por favor, mamá.

Siempre es invierno en tu sonrisa

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