Читать книгу Siempre es invierno en tu sonrisa - Helena Pinén - Страница 16
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Se calzó el anorak y silbó para que los perros lo siguieran. Winter le sonrió mientras escondía las manos en los bolsillos de la chaqueta, estaba esperándolo en las escaleras que daban al bosque. Hayden cogió una bufanda que colgaba del perchero de la entrada y cerró la puerta mientras Sugar y Rick bajaban al trote los escalones hasta la orilla.
—Ven —le puso la bufanda alrededor del cuello aprovechando que él estaba un peldaño por debajo—. Así, mejor. Vas a resfriarte.
Hayden encendió la linterna y ella hizo lo mismo con la suya.
Los escalones estaban iluminados, pero el bosque no. Era mejor acompañarla hasta la casa y asegurarse que no se perdía. Las temperaturas rozaban la negatividad por la noche y pasarla a la intemperie era peligroso para una chica que no estaba acostumbrada a situaciones extremas.
Caminaron en silencio. Era increíble estar así, con ella, como cuando se conocieron.
Pero el deja vú era una sombra de la realidad.
El exmilitar tenía que admitir que la cena le había servido para convencerse de que su vieja amiga había cambiado con el paso del tiempo. No había sido una ilusión del reencuentro.
Su llama se había apagado.
La Winter que había sido su amiga estaba allí, escondida en algún lugar, encerrada en un castillo de hielo. Asomaba la cabeza de tanto en tanto, Hayden había podido charlar con ella unos minutos. Pero el invierno seguía viviendo en sus ojos, en su sonrisa.
¿Qué la tenía tan anulada? ¿Por qué era repentinamente tan tímida en su presencia?
Él no la recordaba tan retraída.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Winter?
—Claro —ella tardó en responder, ya creía que no contestaría.
Hayden había leído el miedo en su voz.
Se dijo que Winter desconfiaba de él porque habían pasado muchos años y el tiempo les había cambiado.
Era lógico que los cimientos de su amistad estuvieran debilitados, la falta de comunicación entre ambos había sido abismal y ahora eran desconocidos con un pasado común. Uno muy breve, comparado con la vida que habían vivido separados.
Si el destino no les hubiese puesto en el Serene aquel invierno, a saber cuándo y cómo se habrían reencontrado.
Puede que nunca hubiesen coincidido…
No le agradó nada ese pensamiento. Fue como si le dieran un codazo en el estómago y lo dejasen sin aliento.
—¿Por qué has regresado a Serene?
Ella se detuvo. Acababan de llegar a la casa de los Lane y el porche se había iluminado. Al parecer su familia había puesto sensores la última vez que habían estado allí.
Lo miró y se encogió de hombros.
Hayden la siguió hasta el porche delantero, no estaba satisfecho con su respuesta.
—Nadie llega a un sitio por casualidad.
—Lo sé —ella se volvió para sonreírle. Se quitó la bufanda y se la pasó por el cuello sin importarle que él fuera mucho más alto que ella—. Así, no queremos que pases la Navidad en la cama, con fiebre, ¿verdad?
Lo estaba esquivando, ¿por qué?
—Winter...
Ella sonrió con tristeza antes de agazaparse para acariciar a los perros. Hayden vio en el gesto un modo discreto de rehuir de él.
Fuera lo que fuera el motivo que había arrastrado a Winter hasta Serene Lake, le daba vergüenza decirlo en voz alta.
—Cuando mis sentimientos me aturullan, mi mente deja de funcionar —le explicó, la voz le temblaba—. He venido para pensar con claridad.
Él también había comprado la cabaña en un intento de reencontrarse a sí mismo en medio de aquel destierro voluntario.
La guerra, sus sonidos, sus olores, incluso el tacto de la tierra bajo sus pies, lo perseguían. Como pecados sin penitencia que Hayden no podía confesar.
¿Qué o quién había causado el caos en Winter?
—Antes de fin de año debería haber estado casada.
Hayden por poco se tambaleó. Se agarró a la barandilla y dio gracias de que Winter tenía la mirada fija en Rick y Sugar, pues ni él mismo encontraba explicación para justificar su palidez.
No debería sorprenderle que Winter hubiese estado prometida. Tenía veinticinco años, era inteligente, dulce. Y atractiva. Era de esperar que un hombre se fijase en ella y quisiera conocerla hasta el punto de decidir que quería llegar a la vejez en su compañía.
Una parte de él seguía viéndola chiquilla, inmadura e insegura.
Aunque, desde que la había visto aquella mañana, tenía muy presente que era toda una mujer. Se había recriminado cientos de veces por pensar que era sexy y que estaría dispuesto a derretir la nieve que enturbiaba su mirada.
Era Winter, por el amor de Dios.
—¿Puedo preguntar…?
—¿Qué pasó? —lo interrumpió, algo mordaz—. Me dejó.
Buscó el Hayden divertido y macarra que ella tanto había adorado. Tal vez así le arrancase una carcajada. Verla tan alicaída era como volver a Oriente Medio y probar una bala a la altura del muslo.
—¿Quieres que vaya a por él? Puedo partirle las piernas sin despeinarme, soy muy bueno.
Su sonrisa pasó de nostálgica a suave. Hayden se sintió realizado.
—Tenía sus razones para romper el compromiso. No comparto su opinión, y mucho menos la forma en que me la expresó, pero... —hizo una mueca, negando con la cabeza, mientras se alzaba—. Puedo entenderle.
Hayden arrugó las cejas.
—¿Estás bien?
Winter alzó la mano para acariciarle la mejilla, pero la dejó caer antes de rozarle siquiera.
Quiso gritar. ¿Por qué se retiraba constantemente? ¿Qué había de malo en dejar fluir sus emociones? ¿Por qué no gritaba, ni lloraba ni buscaba consuelo?
—He vivido cosas peores —fue todo cuánto Winter dijo.
Hayden quería preguntarle qué cosas, por qué tan peores. Se mordió la lengua para matar la curiosidad.
—Lo superaré —sacó la llave y la introdujo en la cerradura—. Gracias por la cena. Estaba todo muy bueno, Hayden. Eres un gran cocinero.
Le sonrió y cambió el peso de pie. No solía recibir muchos cumplidos, así que no sabía cómo encajarlos.
—Buenas noches, Winter.
Ella levantó una mano como despedida antes de esconderse tras la puerta. Hayden no se movió del porche hasta que no escuchó la llave dar dos vueltas.
Se palmeó la pierna y los perros lo siguieron de nuevo hasta el bosque.
Su quietud lo tranquilizaba y le ayudaba a pensar, así que entendía bien a Winter cuando le decía que estar en el Serene la ayudaba a ordenar sus pensamientos.
Empezaba a caer agua nieve. Lo mejor sería llegar cuanto antes a la cabaña, las temperaturas bajarían más y, si nevaba, cuajaría. Pero Hayden no tenía prisa.
Por eso se paró unos minutos en el lago, con la linterna apagada.
Solo la oscuridad, la tímida e insuficiente luz de la luna que se colaba entre las nubes y la respiración ajetreada de Rick y Sugar.
Recordó cómo había seguido la conversación cuando se habían vuelto a sentar en la mesa para terminar los espaguetis.
—No es tan duro co mo lo hago parecer —lo dijo para calmarla, ella le sonrió con ternura infinita , agradecida —. Lo pasaba peor sirviendo mesas, te lo prometo.
—Imposible.
Hayden se carcajeó.
Ahora, pensándolo bien, ¿cuánto hacía que no se reía de verdad, de forma espontánea, sin ganas de ser educado porque así lo marcaban las normas sociales?
—De verdad, Winter. Cuando haces lo que te gusta, los malos momentos luego se olvidan. Te quedas con lo bueno — miró la pasta unos segundos, absorto en voces y carcajadas: había recuerdos que l o harían sonreír con cariño toda la vida . Y que pesaban más que las pesadillas —. Luego solo te importa que has ayudado a gente inocente; que has dado el doscientos por ciento de ti; que has aprendido de otras culturas; que has conocido gente maravillosa que te ha cubierto las espaldas cuando las cosas se iban de madre.
Ella se echó hacia atrás en la silla. Lo miraba como si fuera la primera vez que lo viera. Posiblemente así era, dado el tiempo que habían esta do separados. Incluso él estaba sobrecogido por l o profundo que había llegado a ser.
No sabía qu e guardaba tanto en su interior.
—Háblame de tus amigos.
Al principio, Hayden había dudado. Quería a sus compañeros como los hermanos que jamás había tenido, pero eso hacía que las pérdidas dolieran todavía más.
Había terminado claudicando y hablando de Gibbs, de Gavin —su binomio, el que le cubría las espaldas, en quien confiaba ciegamente—, de Max, de Stuart, de Ross, de Zeus. Le había hablado de sus muertes, de cómo su unidad se había licenciado tras la emboscada.
Nunca había podido negarle nada a ese par de ojos azules y esa noche no había sido diferente, por eso había destripado todos esos años durante la cena, sacando lo mejor y lo peor de lo vivido.
¿Quién necesitaba terapeutas teniendo alguien que te apreciaba y te escuchaba con atención sin opinar nada al respecto?
Desprenderse de todo aquello lo había ayudado a darse cuenta de que las muertes duelen pero se superan, que debía llamar a sus amigos más a menudo aunque sus pesadillas se lo pusieran difícil.
Aquella mujer tenía el don de hacerle hablar sin darse cuenta, y no cosas livianas precisamente.
¿De verdad le había contado que se había alistado en parte por ella? ¿Le había hablado de las bajas que había vivido en silencio cuando se le pedía que diera lo mejor de sí mismo?
Se frotó la pierna sin darse cuenta de ello, pese a que llevaba un rato largo sin tener dolor.
Esa noche se había abierto en canal frente a Winter. Le había faltado confesarle que, cuando las cosas se ponían jodidas en el campo, pensaba en ella y se sentía con fuerzas para seguir adelante. Que cada cicatriz que tenía en el cuerpo la había soportado con su recuerdo, en vez de con analgésicos.
Le había faltado añadir que tenía pesadillas por las noches. O el motivo por el cual había comprado la cabaña. O todos los horrores que había visto o cometido siendo Delta.
No, por ahora prefería mantenerla alejada de esa versión de sí mismo. Era mejor así, que no supiera lo cruel y despiadado que puede llegar a ser un hombre en una misión.
Se pasó una mano por la cara, frustrado.
Él había hablado mucho. Ella prácticamente no le había desvelado casi nada de su vida. Llevaban sin verse una década y solo le había sonsacado que había estado prometida y que no iba a haber boda.
Winter debía tener un don: no era sencillo tirar de la lengua de un antiguo militar sin soltar ni pío.
Hayden se maldijo.
¿Por qué no le había preguntado por su familia? Se suponía que Dash y él habían sido colegas, que habían sido inseparables durante tres meses. Y no le había preguntado qué había sido de él.
Tampoco le había preguntado a qué se dedicaba ella, si seguía viviendo en Denver, cómo le había ido en la universidad.
En vez de eso había permitido que Winter erigiera un muro helado entre ambos. Uno que solo ella podía cruzar, pues había sido capaz de llegar hasta Hayden sin permitir que él se acercase a ella.
—Te estás volviendo un blando, tío —se dijo—. Vamos, chicos. Regresemos a casa.
Subiendo los peldaños de las escaleras que lo separaban de su puerta principal, se dijo que iría a verla mañana para saber más. Winter no iba a estar a tan poca distancia y ser una desconocida.
La había vuelto a encontrar.
Y Hayden quería saber por qué la vida les había vuelto a unir.