Читать книгу Siempre es invierno en tu sonrisa - Helena Pinén - Страница 15
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ОглавлениеWINTER
La cabaña era preciosa. La había reformado en su totalidad, complementando aquello que su padre había arreglado tiempo atrás. Ahora los espacios eran más abiertos y las estancias que daban al lago contaban con más ventanales que paredes. Era un lugar luminoso y decorado con modernismo y un toque rural que encajaba a la perfección con Serene Lake.
Además la cabaña ahora contaba con un cobertizo y un garaje para dos coches.
No tenía nada que envidiar a su casa. Dios, qué extraño era llamar su casa a un lugar que antes había sido de la familia. Pero, a la par, qué agradable.
Hayden le enseñó el salón con chimenea, el comedor, la cocina, una pequeña biblioteca, un lavabo estrecho, un cuarto de baño, y tres dormitorios dobles impresionantes, el principal con un baño privado que contaba con ducha y jacuzzi.
Por suerte para ella y su incomodidad, Hayden se excusó para dejarla sola en las habitaciones.
—Creo que se me quema lo que tengo en el fuego —había dicho mientras fruncía el ceño y la dejaba sola con una mueca de disculpa.
Winter no sabría decir si era cierto o no.
Quería pensar que no la había engañado. De haberle contado una mentira, significaría que se había percatado de lo complicado que era para ella estar a solas con un hombre en un espacio que tuviera una cama.
Cerró los ojos mientras cerraba la puerta del dormitorio a su espalda.
Por favor, pidió a quien la estuviera oyendo allá arriba, que no se dé cuenta de lo aterrorizada que me tiene.
Y era cierto.
Sus ojos no pertenecían al adolescente rebelde que conoció. Su sonrisa, no obstante, era exactamente igual a sus recuerdos. Solo que ahora estaba encerrada en un cuerpo de hombre con musculatura digna de un toro bravo.
Y eso significaba que la superaba en fuerza.
Aunque desde que había dejado Denver atrás y se había decidido por Nashville después de estar meses viviendo sola en Serene, había aprendido mucho. Defensa personal, por ejemplo. Y había hecho dos años y medio de judo, más otro de boxeo. Era una forma de asegurarse que no habría un segundo Fly en su vida. Y otra forma de demostrarse que era capaz de todo, incluso de valerse por sí misma, sin un hombre que le hiciera de guardaespaldas.
Era irónico que Hayden fuera quien le hubiera empujado a tomar esas clases.
Cuando había pensado en él, hacía años, observando aquella misma cabaña, se había dicho que todo sería distinto si él estuviera en su vida. Si la tuviera bajo su protección.
Pronto se había dado cuenta de lo erróneo que era aquel pensamiento.
¿Por qué depender de un hombre?
Eso era una estupidez.
Su seguridad le pertenecía a ella, igual que su cuerpo y su corazón. Nadie podía arrebatarle la dignidad y la posibilidad de ser alguien, no importaba si Fly había logrado despedazarla.
Y había decidido aprender a ser su propia protectora.
Sonrió mientras observaba el cielo cernirse sobre el lago. Había vuelto al salón y se había apoyado en el lateral del sofá para observar el paisaje nocturno a través del gran ventanal, que debía medir dos por dos.
—¿Vino?
—¿Qué? —se giró hacia Hayden, que llevaba una botella de vino blanco en la mano.
—Te preguntaba si querías vino.
—Oh… —parpadeó y se sonrojó, estaba tan enfrascada en sus pensamientos, que no le había escuchado—. Sí, claro. Por favor.
Él le sonrió y regresó a la cocina. ¿Qué le había ocurrido? Cojeaba de la pierna derecha, parecía arrastrarla; en un par de ocasiones había visto cómo se agarraba la tela del pantalón, como si pudiera arañar la piel y calmar una súbita punzada de dolor que su rostro se negaba a expresar.
Winter miró por última vez el lago y con el alma en paz, siguió a su antiguo amigo.
Cuando entró en la preciosa estancia de mármol blanco y madera clara, se quedó asombrada por el don de Hayden en la cocina. No sabía que fuera un amante del arte culinario, pero se desenvolvía bien con los fogones. Olía de maravilla. Había hecho pasta con salsa de tomate y cebolla, beicon, olivas negras y nueces. Una ensalada con queso de cabra y uvas como acompañamiento.
Se recordó que no era una cita, él mismo se lo había aclarado esa mañana al invitarla y ver la duda centellear en su mirada.
—Vaya… —aceptó la copa y prácticamente la abrazó con las manos—. ¿Te has tomado tantas molestias por mí?
Él sonrió mientras se servía otro poquito de vino para él.
—Que yo sepa, a los amigos hay que cuidarlos. Y yo no soy tipo de arrumacos o zalamerías, así que os cuido por el estómago —le aseguró mientras le guiñaba un ojo, como solía hacer cuando se conocieron. El gesto la reconfortó—. Te aseguro que no es tanto trabajo. Solo he empezado tarde a prepararlo porque no me acordaba que tenía la pata de la mesa rota y he tenido que arreglarla.
—Si no usas el comedor, ¿dónde sueles comer?
—En verano fuera, en la terraza —sirvió los platos de pasta después de comprobar que la vitro estaba apagada—. Ahora que hace frío, aquí en la cocina. De pie.
Winter por poco se ahogó con el vino.
¿Quién era en verdad Hayden Brock? ¿Dónde había estado todos esos años?
La curiosidad empezaba a ser superior a su miedo; estaba a gusto con él. Pasados los minutos iniciales, Fly regresaba al rincón oscuro y frío al que lo relegaba la mayor parte del tiempo y Winter podía hacer una vida medianamente normal.
—¿De pie, Hayden?
¿Le estaba tomando el pelo? ¿Podía soportar su pierna semejante actividad?
—Estoy acostumbrado a comer cualquier cosa en cualquier sitio —aquella afirmación hizo que Winter ladease la cabeza, divertida—. Créeme, estar aquí es un lujo. ¿Vamos?
Ella tomó su copa y la ensalada, mientras que él llevaba los dos platos de pasta hasta la mesa del comedor. Estaba bien preparada, con un mantel, velas y una bandeja de mimbre que usaba para el pan. Hayden regresó a la cocina para buscar su propia copa y traer los aliños para la ensalada.
Winter acarició las sillas. Eran de madera oscura y no estaban acolchadas, parecían restauradas con cariño y profesionalidad. Suponía que había sido cosa de Hayden. Siempre se le había dado bien el trabajo manual, por eso su padre había querido que le echase una mano aquel verano.
Echó la vista atrás unos momentos antes de tomar asiento.
No se sentía encerrada en una Winter tímida y ruborizada.
Le había sucedido con sus amigos antes de descubrir que eran una pareja homosexual que se adoraba. Y le había pasado con Irving. El último le había hecho bajar la guardia con su forma de ser seria, a la vez que encantadora.
Era una combinación que Winter no sabría describir; su exprometido tenía una forma de ser agridulce. No la había tratado como si fuera de cristal, aunque lo fuera. Eso no significaba que no la hubiera tratado siempre con respeto. Al contrario, había aceptado cada barrera que alzaba entre ellos y esperaba a que fuera Winter quien se decidiese a bajarlas.
Con Hayden, su protección estaba más abajo que arriba. Lo recordaba. Su cuerpo no necesitaba estar rememorando el maravilloso verano que le había regalado, la forma en que la había animado tras la muerte de su madre. Y eso le valía para que su mente no estuviera siempre pendiente de sus movimientos.
No le haría daño.
Hayden era solemne, la legalidad brillaba en sus ojos cada vez que la miraba.
No era un lobo arropado por piel de cordero, a la espera de poder abalanzarse sobre su presa.
Él era distinto.
Ella junto a él era distinta.
—¿De verdad que está todo bien, Winter?
Ella levantó la vista de los espaguetis, el corazón había saltado de su pecho a su estómago. ¿Cuándo había entrado Hayden y se había sentado al otro lado de la mesa?
—Sí… bien —mintió.
La verdad era que no. No tenía planes de futuro, su corazón estaba roto, su hermano Dash seguía en la cárcel y era una mujer poco apasionada.
No podía decírselo, lo espantaría. Hacía años que no se veían y ella no podía contarle, así, de buenas a primeras, todas sus desgracias. No era ese tipo de mujer, ir de víctima no le gustaba. Prefería fingir que todo estaba bien.
—Están buenísimos —le aseguró al probar los espaguetis.
—Gracias —su sonrisa fue sincera y radiante, le restó edad y arrugas del rostro.
¿Por qué le parecía que Hayden soportaba un peso demasiado grande sobre sus hombros?
Desde que se habían reencontrado lo veía encorvado. No encajaba con la imagen de chico rebelde y mujeriego que recordaba.
Es como si alguien hubiera absorbido su alegría, la hubiera descompuesto y se la hubiera devuelto hecha un rompecabezas. Algunas piezas estaban de nuevo en su lugar, encajando entre ellas, dándole el poder y capacidad de sentir alegría. Pero otras muchas seguían sin estar emparejadas, no encajaban con el resto del dibujo y no le era sencillo cubrir esos huecos.
Se veía reflejada en él.
Quizá eran dos almas rotas e iguales que se habían vuelto a encontrar con el fin de complementarse. No de forma romántica, ni mucho menos.
Algo le decía que Hayden y ella tenían mucho en común. Igual que en su momento había sentido aquella extraña conexión con Jodie, para luego descubrir que ella había vivido una situación similar a la suya con Fly.
Observó cómo daba pedacitos de beicon a sus perros.
Rick y Sugar se mantenían sentados sobre sus patas traseras junto a él. No se ponían de pie para reclamar su atención ni ladraban. Solo movían sus colas sobre el suelo de madera sin hacer ruido ni levantar ni una sola mota de polvo. Esperaban pacientemente a que Hayden les diera un poco de su propia cena, aunque ella había visto el pienso junto a la chimenea apagada.
—¿Dónde aprendiste a cocinar así?
Él la miró, sorprendido por la pregunta.
Sugar aprovechó para adelantar el hocico y robarle de los dedos un poco de carne y Hayden lo fulminó con la mirada. Sin reñirle con la voz, solo con los ojos, señaló el suelo. El labrador lloriqueó al estirarse a sus pies, pero apoyó su majestuosa cabeza entre las patadas delanteras. Estaba castigado. Esa noche no recibiría nada más.
A Winter le divirtió la escena y escondió una tos burlona tras la copa. El vino se deslizó, frío, por su garganta.
Hayden parecía un maestro estricto que adoraba a sus alumnos. Y aquella imagen no casaba con la que tenía de él.
—Lo cierto —empezó a decir mientras se limpiaba los dedos en la servilleta—, es que aprendí solo. Estaba cansado de comida basura y de lo que me habían dado en el trabajo. No más comida sin sabor —anunció, levantando el tenedor donde había enrollado una buena cantidad de pasta. Sonrió antes de atacar la cena. Con la boca todavía algo llena, continuó—: Así que me dije que si no aprendía, seguiría comiendo igual de mal toda mi vida. Fui a una librería de Serenata y compré dos recetarios.
Winter se rio. Imaginó a Hayden en la cocina, frente a una olla, peleándose con las páginas de un libro de más de quinientas recetas, mientras la cocina estaba llena de harina y botes de todo tipo, medio vacíos.
—¿Y en qué trabajabas para que te alimentasen tan mal?
Los ojos azules de Hayden se volvieron negros y el buen humor se esfumó de sus facciones. Ahora parecía estar en otro lugar, como si su mente hubiese vagado a un momento horrible de su vida.
Había metido la pata.
—Olvídalo, yo…
—No, no —él sonrió para calmarla, su mirada volvía a estar limpia—. Es solo que… es duro recordar ciertas experiencias, a ciertas personas.
—Te entiendo.
—Por los momentos horribles que nos hacen querer ser mejor cuando los superamos —brindó él levantando su copa.
Ella hizo tintinear la suya contra la de Hayden y sonrió para darle la razón, no pudo articular palabra. Era como si una mano invisible le agarrase del cuello y estrujase su piel suave para arrebatarle la voz.
Era increíble cómo ese hombre era capaz de meterse bajo su piel y observar su alma al desnudo. Sabía qué decir para insuflarle ánimo sin saber qué era lo que Winter necesitaba.
—Cambié mucho tras aquel verano, ¿sabes? —Hayden sonrió mientras servía más vino en sus copas—. Me alisté en el ejército.
—¿Cómo? —el tenedor se le cayó contra el borde del plato con un molesto estruendo.
A Hayden le divirtió su sorpresa, porque se rio mientras se echaba algo de lechuga y tomate en un plato aparte.
—Aquí donde me ves, estuve dos años como Ranger y luego aprobé las pruebas que me permitieron ser Delta Force.
—¿¡Perteneciste a las Fuerzas Especiales!?
Winter se echó hacia atrás en la silla y se mesó el pelo con los dedos. Si la pinchasen, no encontrarían sangre que sacarle. Estaba desconcertadísima, había imaginado cientos de profesiones para alguien como Hayden Brock, pero ninguna de ellas contemplaba un uniforme tan serio e imponente.
Se lo imaginó vestido de camuflaje y sonrió. Con aquella imagen en la cabeza, le era más fácil pensar que había sido un Delta.
—Nunca lo hubiese dicho —le aseguró. Se apoyó en los codos, la cena totalmente olvidada—. ¿Cómo fue que te alistaste? ¿Es tan duro como dicen? ¿Lo pasaste muy mal en tus misiones?
—Había olvidado lo curiosa que eres, demonios —susurró él, para nada ofendido por tanta curiosidad. Ella se sonrojó y se disculpó, pero él desechó sus palabras saboreando la pasta—. No digas tonterías. Cuando tenga algo que perdonarte, te avisaré.
Ella meneó la cabeza y lo observó levantarse con la copa entre los dedos. Fue hacia el ventanal que quedaba a la espalda de Winter y apoyó la mano en la columna de madera, el brazo tenso.
Sus hombros temblaban cada vez que cogía aire, estaba sobrecogido. Winter podía ver el reflejo de Hayden en la cristalera; como si fuera una aparición sobre el lago, que apenas se divisaba si no fuera por la leve luna que menguaba en el cielo.
Sufría.
No debería haberle preguntado tantas cosas. Aunque no hubiesen destinado a Hayden a una zona en conflicto, de seguro que había visto cosas horribles. Y ella sabía bien lo desgarrador que podía ser rememorar situaciones o personas.
Lo imitó y se levantó, apoyándose en la columna opuesta, a su izquierda. Descansó la espalda mientras se cruzaba de brazos, el derecho alzado para que la copa acariciase su mentón.
—Es curioso, ¿sabes? Me alisté por ti.
Ella alzó los ojos, desviándolos del lago oscuro.
—¿Por… mí?
Hayden la miró con una sonrisa tierna en los labios. Levantó la copa como si brindase a su salud.
—Después de aquel verano… me di cuenta que no iba a ningún sitio. Estaba cansado de mi vida. Intenté trabajar: de camarero, en un supermercado, en una frutería —enumeró, divertido por sus aventuras—. Fallé en todos. Los veía rutinarios y pesados, yo quería más, pero no sabía qué. Quise estudiar otro idioma pero me aburría.
Winter lo comprendía, quiso poner la mano en su hombro para hacérselo ver, pero se contuvo.
No había querido ir a la universidad porque no se había visto con corazón de dejar solo a su hermano frente aquella manada de malas compañías que frecuentaba. Aunque su padre había puesto el grito en el cielo, Winter había alargado el momento de su ingreso. Y había trabajado de demasiadas cosas, trabajos temporales y a tiempo parcial que no la llenaban.
Hasta que Jodie le había ofrecido ser editora, su vida laboral era inestable y aburrida.
—¿Sabes cuándo en las películas sale un papel volando y le cubre la cara al protagonista? —se palmeó el rostro con la palma abierta—. A mí me pasó algo parecido. Como si yo fuese un actor interpretando un papel. Aparté aquella papeleta informativa y vi que pedían reclutas.
—Y te apuntaste.
—No me lo pensé demasiado —él se rio de su ímpetu juvenil e inmaduro—. Pensé que dar mi vida por mi país era mucho más honorable que ser camarero de un frankfurt. Maduraría y haría algo de provecho con mi vida. Mis padres estarían orgullosos de mí… y tú también.
Sus ojos azules la taladraron y Winter recurrió al poco vino que le quedaba en la copa.
No sabía que hubiese sido tan importante para él. Se sintió miserable por no haberle echado de menos.
Después de aquel verano, le había extrañado los primeros meses. No obstante, la certeza de saber que no volverían a encontrarse, así como los problemas que Dash había empezado a causar en casa, lo habían eliminado prácticamente por completo de sus pensamientos.
¿Y él había pensado en ella, usándola como trampolín para alistarse en el ejército?
—Lo importante es que ahora estamos aquí.
—Sí —ella se mordió el labio inferior y miró hacia la inmensidad de la noche—. Imagino que… la cojera…
—Sí, por eso tuve que dejarlo. Hace un año que me licencié. No me impide tener una vida normal y corriente: puedo caminar, correr, hacer ejercicio. De tanto en tanto, me duele. Sin embargo, no puedo quejarme. Estoy vivo. Lisiado, pero vivo.
Hayden se aclaró la garganta para que lo mirase. Se quedó sin habla. Le estaba brindando una sonrisa de lo más encantadora, no estaba molesto por su curiosidad. Ahora recordaba porque todas las chicas de Serenata iban tras él…
—¿Seguimos cenando, niña?