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INTRODUCCIÓN

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Por primera vez desde el debut de Rebus en Nudos y cruces, concebí y escribí Almas muertas enteramente en Edimburgo. El resto de las novelas las había escrito durante mis cuatro años en Londres o en los seis años que pasé en la Francia rural. De vuelta a la capital escocesa, me preocupaba no poder escribir sobre aquel lugar. Era un temor realista: había aprovechado la distancia geográfica para recrear Edimburgo como una ciudad de ficción. ¿Cómo lo conseguiría ahora que con un simple paseo podría ver en lo que me había equivocado durante todos esos años?

Lo cierto es que no tenía de qué preocuparme.

El título Almas muertas está inspirado en la canción Dead Souls de Joy Division. Como puede imaginarse, no es un tema para bailar en una boda, a menos que la familia Addams sea pariente de tu pareja. Conocía, por supuesto, el material de referencia de Joy Division: la novela homónima e inacabada del escritor ruso Nikolái Gógol. Es posible que la expresión «genio torturado» fuera acuñada con Gógol en mente. Después de publicar la primera mitad de Almas muertas, acabó quemando los borradores restantes. Más tarde empezó a trabajar de nuevo en el libro, hasta que su religioso profesor lo convenció de que renunciara por completo a la literatura. Así pues, la última versión de la segunda mitad ardió de nuevo, y Gógol falleció diez años después.

Mi libro también está dividido en dos partes, tituladas «Perdido» y «Hallado». Ambas empiezan con una cita de la obra de Gógol. La que acompaña a «Perdido» son sus últimas palabras documentadas. El título del libro se me ocurrió pronto. Sabía que quería escribir acerca de personas desaparecidas. Me interesé por el tema mientras me documentaba para Black & Blue. En una obra de no ficción titulada Los desaparecidos (que había leído porque contenía pasajes sobre los asesinatos de John Biblia), el periodista Andrew O’Hagan analizaba el fenómeno de la pérdida y el hueco que se abre en el tejido de nuestra vida cuando alguien se desvanece. Inspirándome en la obra de O’Hagan, había escrito una novela corta titulada La muerte no es el final, un título de Bob Dylan que yo había conocido a través de una versión contemporánea de Nick Cave. Escribí esa obra a instancias de un editor estadounidense que, al parecer, luego no encontró un mercado inmediato para ella. Preocupado por que no viera nunca la luz, decidí «reciclar» partes de la historia para mi siguiente novela completa, motivo por el cual existen dos versiones de la historia, aunque con desenlaces distintos.

Así pues, estaba preparado para convertir aquel breve texto en una novela. Pero, entretanto, me había llamado la atención otra historia real. En un barrio conflictivo de Stirling, los habitantes estaban inquietos por la noticia de que tenían a un condenado por pedofilia viviendo discretamente entre ellos. El instinto justiciero se impuso y echaron a aquel hombre. Me sorprendieron dos cosas. La primera fue que entroncaba con el tema que había abordado en mi novela anterior, El jardín de las sombras, esto es ¿cómo medimos el bien y el mal? La otra fue que la reacción espontánea de Rebus a la noticia de un pedófilo «oculto» sería la misma que la de mucha gente de su generación, clase y filosofía: expulsaría a ese cabrón sin que importaran las consecuencias. Casi nunca he esquivado un desafío; quería ver si podía hacerle cambiar de opinión en algunas cosas…

También quería llevarlo de nuevo al centro de Fife, donde se había criado. Aunque muchos de mis libros han tenido motivos para enviarlo allí, Almas muertas es mi investigación más personal sobre mi pasado. Cuando Janice, un viejo amor del instituto, comparte recuerdos con Rebus, utiliza mis propios recuerdos y anécdotas. También conocemos más sobre la infancia de Rebus, por ejemplo, que nació en una casa prefabricada (igual que yo), pero pronto se trasladó a un semiadosado situado en una calle sin salida (igual que yo). Descubrimos que, como yo, bebía en el pub Goth de su ciudad natal («Goth» es la abreviatura de Gothenburg) y que su padre trajo una bufanda de seda de la Segunda Guerra Mundial (igual que el mío). Muchas de estas cosas se reflejan en los nombres que doy a los amigos del colegio de Rebus: Brian y Janice Mee. Ellos son «yo», como también lo son las características de muchas de mis otras creaciones, sobre todo Rebus.

Pese a su lúgubre temática, el libro contiene numerosas bromas privadas. Conocemos a Harry, «el camarero más grosero de Edimburgo» (que en la vida real es el propietario del bar Oxford y solo puede permitirse ser grosero con un selecto grupo de clientes que no esperamos menos de él). La discoteca del libro se llamaba Gaitano por el escritor estadounidense de novela negra Nick Gaitano, que también utilizaba su nombre real, Eugene Izzy. Poco antes de empezar a trabajar en mi libro, fue hallado muerto en lo que, al menos inicialmente, parecían circunstancias misteriosas. El conductor sin cabeza que aparece al principio del libro (y más tarde como el nombre de un pub) es el comandante Weir, un personaje real del lado oscuro de Edimburgo. En 1678, Weir y su hermana fueron acusados de brujería. Ambos fueron ejecutados pese a haber llevado una vida ejemplar y piadosa, y se esgrimió únicamente la inconexa y confusa confesión del comandante como «prueba».

¿Sería el equivalente moderno de una caza de brujas? Tan solo hace falta ver el trato que dispensan los medios de comunicación populares a los presuntos pedófilos…

Almas muertas fue una especie de punto de inflexión para mí, pues era la primera vez que permitía que una organización benéfica subastara el derecho a aparecer como personaje en uno de mis libros. En la actualidad lo hago hasta seis veces por libro, pero en Almas muertas solo hay un ejemplo de ello. El premio se lo llevó una amiga, pero no lo quería para ella. Ah, no. Ella lo quería para otra amiga de Estados Unidos, una mujer llamada Fern Bogot.

«No me suena muy escocés», protesté.

Al final llegué a la conclusión de que «Fern» parecía un nombre falso. ¿Quién no querría utilizar su nombre real en su vida cotidiana? ¡Por supuesto, una prostituta! Y así fue. Con cierta renuencia por su parte, la intachable Fern Bogot se convirtió en una prostituta de Edimburgo…

Una última cosa sobre Almas muertas. En un turno de preguntas y respuestas, una seguidora me hizo notar que utilizaba la expresión trellis tables («mesas de celosía») cuando en realidad me refería a trestle tables («mesas de caballetes»). Tenía razón, y he dejado intacto el error para vuestro disfrute. Pero también me dijo que utilizo mucho trestle tables en mis libros…, y al releer la serie para escribir las nuevas introducciones puedo confirmar que también acertó en ese particular. No me preguntéis por qué; simplemente no puedo parar de utilizar la expresión…

Trestle tables.

Ahí va otra vez.

IAN RANKIN

Mayo de 2005

Almas muertas

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