Читать книгу Más allá de las lágrimas - Isaac León Frías - Страница 12
2. El dominio del mercado
ОглавлениеHasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, la llamada Gran Guerra, se advierte un predominio francés en el mapa de la exhibición cinematográfica mundial. Las empresas fundadas por Charles Pathé y Léon Gaumont fueron las primeras en convertirse en verdaderas fábricas de producción de filmes de breve duración, en los que se van delineando temas y potenciales géneros. La competencia es muy ardua en esas dos primeras décadas del espectáculo de las imágenes en movimiento, mas es la producción gala la que se sitúa en el primer lugar. Las empresas que controlaba el enorme consorcio de Thomas Alva Edison en Estados Unidos pugnaban por ganar mayores espacios, pero el predominio fílmico norteamericano no llega de la mano de Edison sino de las compañías establecidas en la otra punta del territorio norteamericano, cuando ya el poder del hombre fuerte de la naciente industria, hasta 1910 concentrada en varias ciudades de la costa este, había declinado abruptamente. En poco tiempo se forman las compañías afincadas en Hollywood, hasta ese entonces un área prácticamente despoblada de la ciudad de Los Ángeles, que estaba aún lejos de tener la dimensión urbana y el volumen de población que va a alcanzar en un recorrido temporal muy breve.
Es así que, luego de esa etapa inicial de competencia entre los países productores, que corresponde grosso modo a la instalación del negocio cinematográfico en los diversos países del mundo y también, claro, en los de nuestra región, se asienta con fuerza la distribución de las películas norteamericanas, justo además en el momento en que el largometraje se convierte en el “plato fuerte” del espectáculo, desplazando a un segundo lugar a las selecciones de cortos que antes dominaban la programación. El desencadenamiento de la guerra en Europa es el detonante. Las cinematografías europeas afectadas por el conflicto militar que se prolongó cuatro largos años, y algo más en el antiguo imperio ruso, no pudieron mantener ni el volumen de la producción anterior ni los canales de distribución que se habían establecido. Antonio Santos (1997) señala que:
El cine norteamericano adoptó fórmulas productivas y comerciales ya utilizadas con éxito por las grandes empresas del país. Sus planteamientos industriales, en efecto, no diferían de los adoptados por Henry Ford para la industria del automóvil […] La integración vertical y el control oligopólico, que distinguieron la industria del cine, son rasgos comunes en otros sectores industriales norteamericanos […] Las prácticas monopolizantes, que habían sido prohibidas en el mercado doméstico, fueron por el contrario alentadas en el comercio exterior. Se persigue la dependencia internacional de los productos norteamericanos, objetivo que se cumplió a partir de la propia manufactura de materiales y equipos. Baste considerar que la multinacional Eastman-Kodak elaboraba el 75% de la película cinematográfica producida en todo el mundo. (pp. 28, 81)
A partir de un sólido sistema de producción, se afianza el control internacional de la distribución, la exhibición y la venta de equipos e insumos. En ese contexto, y en buena medida, las salas en todo el continente americano se convierten en un territorio hollywoodense y el público de nuestra región pasa a ser, inevitablemente, espectador de películas norteamericanas. No vamos a atizar ahora la tesis del imperialismo económico y cultural con que se ha fustigado por mucho tiempo ese dominio. Estamos simplemente consignando una situación de hecho que, después de 100 años, sigue vigente en lo sustancial, más allá de los cambios y adecuaciones puntuales. En todo caso, no es este el espacio para plantear un debate al respecto. Solamente queremos subrayar esa condición de hegemonía con la que, desde siempre, ha tenido que lidiar el cine de casi todo el mundo y, en lo que nos toca directamente, el de los países de la franja latinoamericana y caribeña.
Con relación a las operaciones de “neutralización” de los espacios de exhibición nacionales, dice Paranaguá (2003):
En América Latina, el mercado se estructura en función de la producción norteamericana, por obra y gracia de distribuidoras afiliadas a las Majors de Hollywood y de exhibidores dependientes de las películas importadas. Los empresarios latinoamericanos, que empezaron siendo a la vez importadores, exhibidores y ocasionalmente productores, consideraron más lucrativo consolidarse como burguesía comercial que como burguesía industrial. (p. 34)
En otras palabras, se renuncia prácticamente a la posibilidad de producir y se aceptan unas reglas de juego internacionales que durante los 15 años precedentes parecían inmutables. Teniendo los exhibidores la fuerza económica, se limitan en todo caso a la producción de noticieros para el uso de sus propias pantallas y poco más. En cambio, los productores ajenos al negocio de la exhibición, que con frecuencia son también directores, apenas cuentan con un pequeño respaldo económico para afrontar sus proyectos.
Hay otro factor decisivo y es que, sobre la base de la consolidación del modelo industrial, se instala un modelo narrativo en los estudios de Los Ángeles. La plataforma está en las compañías cinematográficas, en las que se edifica un triángulo conformado por el estrellato, la instalación de géneros y el funcionamiento de modalidades de relato de enorme eficacia. Eso viene apoyado por un habilísimo soporte publicitario, con lo cual el predominio norteamericano mantiene esa posición, por lo pronto, durante los cuarenta años siguientes. Los mercados de habla inglesa se constituyen prácticamente como extensiones del norteamericano: Canadá, Inglaterra, Australia y Nueva Zelanda. Pero se conquistan, asimismo, mercados que ya contaban con una tradición propia como Francia y Alemania, aunque no con el mismo grado de penetración que en las naciones anglófonas. Con esa hegemonía tendrán que lidiar las diversas cinematografías del mundo, incluyendo las de América Latina que ya experimentan en esos tiempos el peso de un poder cinematográfico que no podían controlar.
Son pocos, o muy poco relevantes en términos de público potencial, los que quedan fuera de la órbita hollywoodense, sin que eso quiera decir que sean ajenos a la presencia de películas norteamericanas en sus pantallas. Uno de ellos es la India, que cuenta desde temprano con una producción propia y con un enorme mercado nacional que consume las películas que se fabrican en el país. Otro es Japón, relativamente aislado, además, del resto del mundo y con un volumen de películas bastante alto. También la China. Un caso especial es el de la Unión Soviética, constituida como tal luego de la Revolución de Octubre de 1917 y cuyas extensas fronteras se cierran prácticamente al comercio con Estados Unidos y con varias naciones europeas, especialmente después de la asunción del poder por Josef Stalin.