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Festival del Sol: un Encuentro accidentado en el Cusco

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La última semana de junio de 1991 se realizó en el Cusco el Segundo Encuentro de Cineastas Andinos conjuntamente con una Muestra de Cine Latinoamericano. El primer Encuentro había tenido lugar casi una década atrás en Quito, pero la voluntad de realizarlo con más frecuencia se vio impedida por la falta de una coordinación efectiva entre los diversos países de la región. El Segundo Encuentro recogió las banderas del acercamiento del cine andino en una de las ciudades más indicadas por su ubicación e interés histórico y turístico. El Segundo Encuentro se promovió anunciándose que Cusco sería la sede del Festival del Sol a partir de 1992. El balance de la experiencia de 1991 fue satisfactorio en lo que se refiere al encuentro de los cineastas de los diversos países vecinos con los de casa. A nivel local fue asimismo muy promisoria la aproximación entre los cineastas peruanos con los distribuidores y exhibidores ahí presentes. En ese entonces toda la gente que hacía cine estaba en la Asociación de Cineastas del Perú o próxima a ella y eso facilitaba la comunicación con los representantes de un gremio que siempre había estado divorciado del interés de los cineastas: el de los exhibidores. Más tarde, claro, vino la derogación de los beneficios de la ley de cine y, luego, la ruptura con la Asociación de un grupo en el que Federico García desempeñaba, junto con Armando Robles Godoy, el rol de líder.

Fue precisamente Federico García quien dirigió el Segundo Encuentro de Cineastas Andinos. Lo que decididamente no marchó bien en aquella ocasión fue la muestra de películas. Ninguna de las salas del Cusco ofrecía las condiciones mínimas para una proyección decorosa y no hubo previsión al respecto. Encima, y dentro de una tónica regionalista exacerbada por el apoyo que la Municipalidad del Cusco y su alcalde, Daniel Estrada, ofrecieron al evento, las puertas de los cines fueron abiertas al pueblo en una iniciativa que, a priori, podía sonar plausible. Que el pueblo del Cusco, como cualquier otro, tuviera acceso a películas que nunca se ven y que estas fueran latinoamericanas parecía la realización de un sueño bolivariano. Pero ver las películas en salas de imagen borrosa y sonido inaudible y que estas, además, respondieran a propuestas casi siempre exigentes (Imagen latente [Pablo Perelman, 1988], Caluga o menta [Gonzalo Justiniano, 1990] o Rodrigo D: No futuro [Víctor Gaviria, 1990], por ejemplo) en medio de salas atiborradas donde los chicos corrían por todas partes, convertía la iniciativa en un gesto populista. ¿Qué sentido podía tener que un público no preparado para ver esas películas y en esas condiciones penosas las viera? ¿Qué beneficio podía aportarles eso?

La terminación de la ley y las dificultades subsiguientes, la falta de un equipo organizado estable y otras razones hicieron que el proyectado Festival del Sol se fuera postergando hasta que este año fue convocado, junto con el Tercer Encuentro de Cineastas Andinos, siempre como una iniciativa de Federico García. Se realizó, esta vez, en junio de 1996 y los resultados, nuevamente, dejaron mucho qué desear, con el agravante de que se trataba de una segunda oportunidad que debió haber corregido los errores de la primera. A favor hay que decir que el Encuentro propiamente marchó bien, pero con menos asistentes extranjeros de los que hubo en 1991 y con la ostensible ausencia de los cineastas pertenecientes a la Asociación de Cineastas del Perú, que constituyen numéricamente el 90 % o más de la gente que hace cine en el país. Solo los representantes de la Sociedad Peruana de Productores y Directores Cinematográficos (Socine), con la única excepción de Fernando Espinoza, estuvieron presentes, pues José Antonio Portugal, miembro de la Asociación, asistió en su calidad de representante del Consejo Nacional de Cinematografía (Conacine), cuyo presidente, José Perla Anaya, también participó en el Encuentro. El anuncio del presidente Alberto Fujimori de la entrega de medio millón de soles para activar la ley resultó magro frente a las expectativas, pero que Fujimori lo dijera allí en el Cusco y que destacara la importancia del cine como un medio de expresión fue, sin duda, significativo.

Por otra parte, el Festival como tal, es decir, la exhibición de películas que esta vez se reducía a dos salas, volvió a demostrar una clamorosa imprevisión. Ni el Teatro Municipal estaba habilitado para ofrecer filmes, ni el cine Ollanta, que exhibía una muestra internacional, contaba con la imagen y el sonido requeridos. No había un programa escrito y la información era inadecuada. De ese modo, y pese al voluntarismo de los escasos organizadores, el Festival no podía llegar a buen puerto. Aun así, las películas latinoamericanas presentes (aunque no todas) se exhibieron y hubo entrega de premios a Casas de fuego (1995), de Juan Bautista Stagnaro, Amnesia (1994), de Gonzalo Justiniano y La nave de los sueños (1996), de Ciro Durán (de primero a tercer premios, en ese orden) y a Cuestión de fe (1995), de Marcos Loayza (Bolivia), como mejor película de temática andina. Pero el balance de conjunto aconseja una seria revisión de la propuesta del Festival si es que se quiere establecer algo que sea sólido y eficaz en términos de tribuna para el cine regional. Básicamente se requieren dos cosas: un equipo organizador que, con las funciones claramente diferenciadas, trabaje todo el tiempo necesario para que las cosas marchen bien, y salas de cine en buen estado. Es verdad que para eso se necesita dinero y apoyo, pero sin esas condiciones no tiene futuro posible el Festival del Sol, lo que sería lamentable para el Cusco, el cine peruano y la posibilidad de establecer un espacio anual de encuentro andino y latinoamericano que podría atraer a muchos aficionados nacionales y de los países vecinos.

(N.o 6, 1996, pp. 11-12)

El cine en fuga

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