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CAPÍTULO 1 La caja de Pandora Aristarain, Subiela y Solanas
ОглавлениеEl cine argentino, que enfrenta desde hace rato una grave crisis de producción agravada por las difíciles circunstancias económicas que ese país ha venido arrastrando en los últimos años, levantó cabeza el año pasado con tres películas que han provocado polémica y han obtenido reconocimiento dentro y fuera. La que mayor éxito de público ha tenido es Un lugar en el mundo (1992), de Adolfo Aristarain, ganadora de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián 1992. La que ha causado las opiniones más extremas es El lado oscuro del corazón (1992), de Eliseo Subiela, Coral del último Festival de La Habana. La tercera, que es la más ambiciosa en presupuesto y amplitud argumental, está dirigida por Fernando E. Solanas y se titula El viaje (1992).
Un lugar en el mundo tiene a Federico Luppi, Cecilia Roth, José Sacristán y Leonor Benedetto en los roles principales y cuenta los avatares de los miembros de la comunidad ganadera ante las presiones de un poderoso hacendado. Pero, más que en el enfrentamiento de intereses y las luchas que puede provocar, Aristarain se centra en el grupo de personajes principales del relato, concretamente los miembros de la familia integrada por Luppi, Cecilia Roth y el adolescente más la religiosa compuesta por Benedetto y el geólogo español que hace Sacristán.
El nivel social del relato queda como un marco contextual y lo principal pasa a ser la integridad de unos hombres y mujeres aferrados a destiempo a un ideal comunitario y el aprendizaje de vida del muchacho. Son las relaciones de afecto y amistad las que llenan la película y le aportan lo mejor que tiene. Para ello la dirección de actores es medida y siempre convincente y el ritmo del relato posee temple y energía. El humanismo de Aristarain, cual Martin Ritt argentino que hubiera bebido de las fuentes de John Ford, se resiente a veces por problemas de la guionización, patente por exceso en algunos diálogos y por defecto en algunas resoluciones poco satisfactorias.
El lado oscuro del corazón es la historia de las búsquedas amorosas de un poeta argentino (el actor Darío Grandinetti) que deambula por bares, prostíbulos y departamentos en Buenos Aires y Montevideo. En la línea de exploración lírica que el realizador Eliseo Subiela se había impuesto en Hombre mirando al sudeste (1986) y Últimas imágenes del naufragio (1989), El lado oscuro del corazón lleva las cosas más lejos, pues la película se sitúa abiertamente en una dimensión límite entre el realismo cotidiano y la fantasía onírica, tratada esta última siempre con una apariencia totalmente realista, sin trucos ni efectos especiales ni marcas de separación. Componente central del filme es un abundante diálogo, cargado de citas de Borges, Benedetti y otros escritores, que le da a los personajes y especialmente al protagonista, un lado sobreintelectualizado que afecta seriamente la verosimilitud de las situaciones, de manera que lo que tiene de lograda la atmósfera se resiente con la discutible consistencia de los personajes, definidos a partir de su excesiva verbalización.
El viaje, por su parte, una vez bailados por Solanas los tangos del exilio y el retorno en Tangos: El exilio de Gardel (1985) y Sur (1988), respectivamente, es la Oda Americana del realizador argentino. Un joven que busca a su padre —y, obviamente, a sí mismo— recorre América, de la Patagonia a México, incluyendo en el trayecto al sur de Chile, Cusco, la Amazonía, Brasilia y Panamá. La pretensión, es como se ve, enorme y ha terminado por desbordar las posibilidades que el filme tenía para lograr ese cometido. Tal vez Solanas hubiera requerido el esquema de una serie dividida en capítulos para arribar a resultados más favorables. Empero, El viaje ostenta en su primera parte, con las escenas del internado y las que corresponden a la inundación de Buenos Aires y sus alrededores, virtudes reconocibles. En esta parte la propuesta alegórica encuentra imágenes y representaciones realmente sugestivas. Luego esa riqueza se pierde en la parte peruana, se retoma parcialmente durante la etapa brasileña y se pierde nuevamente en la parte final. No se alcanza, entones, el difícil equilibrio que una visión metafórica de la pluralidad de mundos latinoamericanos requería y la película avanza un poco a sobresaltos, a merced de su propio caos. De cualquier modo, posee méritos innegables y constituye, junto con las dos anteriores, un trío que da pie al debate y a la polémica, lo que no es poco en estos momentos en que el cine de América Latina pasa por uno de sus periodos más difíciles en los últimos 30 años.
(La Gran Ilusión, n.o 1, segundo semestre de 1993, pp. 9-101)