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La regla del juego

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La Gran Ilusión tuvo su primer número en el segundo semestre de 1993 y el último en el 2003, diez años más tarde. Era el número 13 que, en este caso, se convirtió puntualmente en el número fatal. En realidad, la continuidad de la revista se había mantenido hasta el número 12 que se publicó en el 2000, por lo que podemos decir que fue una revista de fin de siglo o en el umbral del milenio, y en ella se dio cuenta de lo que permanecía y de lo que cambiaba. Las salas se transformaban, la tecnología digital ya se iba perfilando, emergían nuevos cineastas así como cinematografías que se hacían de lugares expectantes en el concierto de los festivales y los escaparates del cine internacional. Si dejamos de lado ese último número, que quedó algo descolgado de los anteriores, podemos advertir una revista que todavía respiraba los aires de la tradición fílmica que cumplía 100 años enquistada en los soportes que le dieron nacimiento y los que se fueron agregando sin afectar la naturaleza tecnológica de la imagen y la proyección analógicas.

Por su parte, el cine peruano seguía siendo una continuación algo maltrecha del que se hizo en el periodo 1974-1992 y aún no aparecía ninguno de los realizadores que se harían visibles en la década posterior.

Los textos que se agrupan en este volumen, publicados originalmente en La Gran Ilusión, corresponden a ese periodo y a esa tradición, aun cuando algunos apunten en dirección de ciertas novedades estéticas que ya se advertían y que irían tomando cuerpo más adelante. Es una antología que cubre una buena parte de lo que escribí para esa revista que, en alguna medida, tomó la posta de Hablemos de Cine. No todos veníamos de la anterior, pero se logró reunir en la nueva publicación casi a la totalidad de los críticos más activos en ese momento e incluso a algunos con poca práctica previa, como Rogelio Llanos, que lograron hacer la parte seguramente más prolífica de su producción textual referida al cine en las páginas de esta revista en la que escribieron también Ricardo Bedoya, que fungió asimismo de editor, Federico de Cárdenas, Augusto Cabada, Emilio Bustamante, Giancarlo Carbone, Rafaela Pinilla, Fernando Vivas y, con menor frecuencia, Andrés Cotler, Javier Protzel, Enrique Silva y Carlos Torres Rotondo, quienes también pusieron lo suyo en este emprendimiento editorial, en el que asimismo colaboraron amigos y colegas extranjeros, como el español Miguel Marías, el chileno Ascanio Cavallo o el argentino Eduardo Russo.

En La Gran Ilusión se impuso la reunión semanal, a la manera en que había ocurrido con Hablemos de Cine. Tal vez la dinámica de las reuniones fue menos enjundiosa que en los tiempos de la predecesora, pero se mantuvo el espíritu entre cordial y polémico y siempre animado de los encuentros semanales que, hasta donde sabemos, no se han repetido más. Al menos no en Ventana Indiscreta, el proyecto editorial en el que desde hace algunos años estamos embarcados en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima, con una propuesta editorial distinta a la de La Gran Ilusión, que también fue una revista de la misma Facultad, pero con un aire algo académico por la extensión de los textos y la dureza del diseño. Ventana Indiscreta tiene un carácter monográfico (por primera vez nos apartamos de la actualidad cinematográfica inmediata) y sus textos, sin dejar algunos el tono académico, son más periodísticos o ensayísticos.

Decía que en este volumen está una buena parte de lo que escribí en La Gran Ilusión. No está todo porque varios textos largos fueron publicados ya en el libro Grandes ilusiones. De Eisenstein a la neo-comedia romántica (2008), y otros en la antología Tierras bravas. Cine peruano y latinoamericano (2014). En Grandes ilusiones, editado por Uqbar en Santiago de Chile, nueve de un total de diecisiete trabajos procedían de las páginas de la revista con el título de la célebre película de Jean Renoir. Eso hizo que ese título prácticamente se mantuviera, pluralizándolo para evitar la repetición literal. Tres de esos nueve textos se vuelven a publicar aquí con la intención de reforzar la sección de ensayos que hubiera quedado muy maltrecha sin ellos. En cambio, no se repite ninguno de los artículos o críticas que se incluyeron en Tierras bravas…, aun cuando con ellos la atención al cine peruano y al latinoamericano hubiese ganado significativamente. No obstante, así como está, la sección “Tierra en trance” no queda desairada.

He dividido este volumen en siete partes que corresponden a los nombres de las secciones más estables de La Gran Ilusión, lo que le puede dar a este libro la apariencia de una revista voluminosa, dado que los materiales son bastante sueltos puesto que han sido entresacados de una organización textual diferente, la que tenía cada número de La Gran Ilusión en el que varios críticos nos dividíamos las tareas de redacción. Por eso, por poner un ejemplo, en la sección “La Vía Láctea” me tocó escribir sobre unas pocas películas de cada uno de los realizadores que comparecieron allí. Y también escribí unas pocas notas en otros acercamientos temáticos de las secciones “Breve encuentro” o “Tierra en trance”. Espero que a nadie le incomode la lectura parcial de bloques en su origen bastante más amplios.

Para mantener el espíritu renoiriano, empleo para esta introducción el nombre que le asignamos a la página editorial que es, como se sabe, el título de una de las mejores cintas del autor de La gran ilusión, y como ya no puedo repetir, ni en singular ni en plural, ese título que dio nombre a la revista de donde procede lo que aquí se va a leer, y para no quebrar la filiación fílmica, juego con el título de un filme de Truffaut, brevemente comentado en el libro, que es El amor en fuga. Preciso que aplico el término fuga principalmente en su acepción musical: variaciones sobre un tema en diferentes tonos. No lo aplico literalmente; es solo una metáfora, claro está, pero es muy pertinente para hacer referencia a los textos que conforman el volumen, finalmente variaciones en torno a ciertos motivos y rodeos sobre los mismos u otros. También la fuga se asocia con el movimiento rápido, con la fugacidad, con el tiempo que avanza velozmente. Esas acepciones no están reñidas en absoluto con el carácter precisamente fugaz de los filmes y, porqué no, de los textos que se leen a continuación y que están conectados con esos años de fin-de-siecle un tanto alborotados por los cambios que anotamos en el primer párrafo.

Quiero agradecer a Milagros García Gago por su apoyo en la transcripción de los textos y en la elaboración parcial del índice, trabajo que culminó con destreza Enrique Bogardus, y recordar tanto a Rafaela García Sanabria, habitual generadora de controversias en los encuentros semanales de la revista, como a Enrique Pinilla que se fue antes de que la revista se pusiera en marcha pero cuánto le hubiese gustado participar en ella.

El cine en fuga

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