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Películas y multisalas: no todo es color de rosa

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En los números 7 y 8 de La Gran Ilusión ofrecimos, respectivamente, un panorama bastante alentador de la distribución y exhibición de películas en Lima (la situación en el resto del país es calamitosa). Hay, sin duda, una mayor variedad en la oferta de películas, lo que ha convertido al año 1997 en el mejor en los últimos 15 en calidad de estrenos. Asimismo, el número de salas ha aumentado en los primeros meses de 1998 con la apertura de los cines América en la cuadra 18 de la avenida Brasil y la inauguración de la sala de arte Elcine, del Centro Cultural de la Universidad Católica. El aumento del público a las salas ha ido en alza y este año se ha visto impulsado por el atractivo de Titanic (James Cameron, 1997), desde ya el filme más taquillero en muchísimo tiempo. Estamos a la espera de contar con datos más precisos sobre el volumen de espectadores, pero para ello habrá que esperar que termine su recorrido comercial por las salas y, por lo visto, aún tiene para rato.

Sin embargo, conviene matizar un poco el tono, si no entusiasta, al menos muy afirmativo que animaba esos textos. Por el lado de la distribución, el lanzamiento de títulos alternativos a los que ofrecen las compañías norteamericanas se ha visto disminuido en los primeros seis meses del años; los mejores han sido: Profundo carmesí (Arturo Ripstein, 1996), Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), El placer de estar contigo (Claude Sautet, 1995), Principio y fin (Arturo Ripstein, 1993) y Carne trémula (Pedro Almodóvar, 1997, de la Warner-Fox); siguen luego: Trainspotting (Danny Boyle, 1996), Sin límites (Robert Towne, 1998), La vida en rosa (Alain Berliner, 1997), Tesis (Alejandro Amenábar, 1996), Despabílate amor (Eliseo Subiela, 1996) y Entre Pancho Villa y una mujer desnuda (Sabina Berman, 1996), estas dos últimas estrenadas en exclusividad por el Centro Cultural de la Universidad Católica. A estas alturas, en 1997 se había estrenado buena parte de los que, a la larga, fueron los mejores estrenos del año, en gran medida provenientes de las distribuidoras independientes: Contra viento y marea (Lars von Trier, 1996), La ceremonia (Claude Chabrol, 1995), Secretos y mentiras (Mike Leigh, 1996), Caro diario (Nanni Moretti, 1993), La flor de mi secreto (Pedro Almodóvar, 1995), El globo blanco (Jafar Panahi, 1995), Blanco, Rojo (de la trilogía Tres colores de Krzysztof Kieslowsi, 1994), Un corazón en invierno (Claude Sautet, 1992) y Underground (Emir Kusturika 1995). Sin considerar otros, también algo insólitos en la cartelera limeña, que llegaron a través de las distribuidoras norteamericanas: Crash (David Cronenberg, 1996) y En busca de Ricardo III (Al Pacino, 1996), especialmente. Es verdad que en los seis meses siguientes no se alcanzó el mismo nivel. Cabe destacar en ese periodo Esposas y concubinas (Zhang Yimou1991), El callejón de los milagros (Jorge Fons, 1995), La ley del deseo (Pedro Almodóvar, 1987) y Mucho ruido y pocas nueces (Kenneth Brannagh, 1993), entre los estrenos de compañías independientes, pero con méritos más discutibles hubo una continua presencia de cintas de esas empresas: El amante (Jean-Jacques Annaud, 1993), Europa, Europa (Agnieszka Holland, 1995), El perfume de Yvonne (Patrice Leconte, 1994), Mrs. Dalloway (1997), de Marleen Gorris, El amor y la furia (1994) y Abuso de poder (1995), ambas de Lee Tamahori, Romance salvaje (1993), de Tony Scott, Kolya (1996), de Jan Sverak, Una mujer infiel (1994), de Regis Wargnier.

En todo caso, en lo que se refiere a la distribución independiente cabe señalar que muchos de los títulos han llegado con un clamoroso retraso y, por lo visto, hay varios más en la nómina de espera que tienen más de cinco e incluso 10 o 15 años de filmados. Está bien que se recuperen cintas de ese largo periodo en que nuestra cartelera estuvo al margen del cine que no fuera norteamericano, pero convendría no incurrir en el atraso prolongado de títulos recientes y que las copias, especialmente de esos filmes que tienen ya un cierto número de años, no estuvieran en el estado más bien defectuoso en que varias de ellas se encuentran.

De cualquier modo, el panorama de la exhibición sigue dominado por las filiales locales de los complejos UIP y Warner-Fox y ese dominio se ha hecho más claro que nunca en los últimos meses. Las reglas de juego están planteadas para ellas: bienvenidas las nuevas pantallas, siempre y cuando permitan expandir los espacios para sus cintas. Es cierto que en este periodo el fenómeno Titanic, que ha sido tan exitoso para la Warner-Fox y para el espectáculo fílmico en general, ha producido también una distorsión, pues esa película se ha concentrado durante muchas semanas en un elevado número de salas, “taponeando” una mayor fluidez en la circulación de títulos. Pero a estas compañías no les interesa esa posible fluidez sino el máximo provecho posible que pueda extraerse de las películas, aun cuando permanezcan durante periodos limitados. Por eso es que excluyen de manera taxativa títulos que a priori consideran poco atractivos, como ha ocurrido con Medianoche en el jardín del bien y del mal (1997), la última película de Clint Eastwood que ilustrara la portada de nuestro número anterior. Sin embargo, se estrenan otros que, probablemente, obtienen una recaudación aún más baja de la que podría alcanzar Medianoche en el jardín del bien y del mal o cualquiera de las cintas de Spike Lee que han sido sistemáticamente rechazadas por la distribuidora UIP en Lima. No hay, entonces, criterios claros sino supuestos y prejuicios que deciden qué es lo que deben y lo que no deben estrenar, cerrando con ello la posibilidad de acceder a un mayor número potencial de cintas procedentes de esas mismas compañías y, al mismo tiempo, limitando también las posibilidades para las películas de otras distribuidoras, incluidas las películas peruanas, por las presiones y condiciones que se imponen sobre los dueños de las salas a partir del ofrecimiento de los títulos comercialmente más atractivos.

Todo esto hace que el aumento del número de pantallas no redunde necesariamente, como uno tendería a pensar, en un aumento proporcional del número de películas. La fórmula que se ve venir es, más bien, a mayor número de salas, más espacios para un puñado de cintas potencialmente exitosas. Por otra parte, no todo es color de rosa en las nuevas salas. El sonido en general ha ganado bastante pero hay salas como las de El Pacífico que utilizan proyectores reciclados con altibajos luminosos sobre pantallas que recortan la parte superior o los lados del cuadro. Las mismas pantallas del Cinemark, supuestamente las más modernas y tecnificadas, ofrecen disparidades y, a poco más de un año de su inauguración, no reciben aparentemente el mantenimiento debido. Aunque esto, por ahora, parece no afectar mucho a los espectadores, puede más tarde contribuir a una baja del volumen de asistencia. Todavía no hay, en cuanto a las multisalas, ninguna que pueda servir de modelo indiscutible de proyección aunque, no vamos a negarlo, se ha avanzado en relación al estado de años anteriores y hay salas como las de El Polo y varias de Cinemark que aprueban holgadamente un test de calidad.

Por último, la reciente aplicación del impuesto general a las ventas (IGV) a las salas (18 % sobre el precio neto de la entrada) ya ha producido un aumento en el precio del boleto y puede tener efectos imprevisibles sobre la marcha del negocio, exceptuando las salas ubicadas en las zonas de mayor capacidad adquisitiva.

(N.o 9, primer semestre de 1998, pp. 9-11)

El cine en fuga

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