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A la búsqueda de un cine fronterizo. Comentarios a partir de los festivales de Puerto Rico y Mar del Plata

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El autor asistió a los últimos festivales de Puerto Rico y Mar del Plata como miembro, en ambos casos, del jurado Fipresci (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica) que en Puerto Rico premió como mejor filme latinoamericano a El impostor, de Alejandro Maci (Argentina, 1997) y en Mar del Plata a La pelvis de J. W., de João César Monteiro (Portugal, 1997), mejor filme en la competencia oficial, y Pizza, birra y faso, de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro (Argentina, 1997), mejor cinta de América Latina. Lo que sigue no es una reseña de esos festivales sino una introducción informativa y un comentario sobre las películas que encontró más relevantes a partir de las razones que expone.

Los festivales de cine siguen siendo los espacios de mayor capacidad de convocatoria entre los que pugnan por hacer de las películas un producto diferenciado e individual (otros espacios son las cinematecas, las salas de arte, los cineclubes). Que se organice durante una semana, 10 o 12 días un amplio programa de películas, con asistencia de realizadores, actores y cámaras fotográficas y de televisión, constituye normalmente un atractivo especial para el público aficionado. Y uno puede comprobarlo asistiendo a los festivales. Dos de ellos se han realizado casi sucesivamente en San Juan de Puerto Rico y Mar del Plata, desde fines de octubre hasta el 9 de noviembre de 1997 el primero, y del 3 al 22 del mismo mes el otro. El Festival Internacional de Cine de Puerto Rico llegó este año a su séptima edición, mientras que el de Mar del Plata, que había realizado once ediciones hasta 1970, fue relanzado el año 1996 y en 1997 llegó, por lo tanto, a su decimotercera edición. Ambos tienen carácter internacional pero el de Mar del Plata está organizado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y cuenta con un elevado presupuesto, mientras que el de Puerto Rico responde a una iniciativa privada y su presupuesto es, ciertamente, mucho más reducido. La diferencia se puede comprobar en el mayor número de películas, salas y horas de programación de Mar del Plata y en la presencia de numerosos actores y directores. Esta vez, por ejemplo, se congregó a Sofía Loren, Catherine Deneuve, Jacqueline Bisset, Alain Delon, Giancarlo Giannini, Kathleen Turner, Geraldine Chaplin, Peter Fonda, entre otros nombres consagrados, amén de numerosos directores y actores. El alcance del Festival de Puerto Rico es bastante menor.

De cualquier modo, ambos festivales apuntan a convertirse, si es que las circunstancias (políticas en el caso de Mar del Plata, económicas y organizativas en Puerto Rico) lo favorecen, en los certámenes internacionales de mayor significación en sus respectivas regiones. América Latina no ha contado hasta ahora con festivales de proyección universal realmente significativos, a no ser, precisamente, Mar del Plata en los años cincuenta y sesenta. El de Cartagena ha tenido siempre un alcance más limitado, y otros como el de Punta del Este o, más tarde, el de Río, no llegaron a consolidarse. Por su parte, y a escala del cine latinoamericano, el de La Habana ha logrado una encomiable continuidad.

El cine en fuga

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