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Las pantallas de encuentro del cine latinoamericano

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El volumen de festivales y certámenes dedicados al cine de esta parte del mundo aumenta de manera gradual, al punto que ya en Lima tenemos uno, el que organiza el Centro Cultural de la Universidad Católica que en agosto de 1998 ha celebrado su segunda edición. Sin ánimo exhaustivo cabe destacar algunos de los más importantes espacios de exhibición y, en menor medida, confrontación o debate, de las cinematografías de la América de habla hispana y portuguesa. El de mayor ambición es el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Sigue el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. Están, luego, el Festival de Cartagena de Indias, el de Gramado en Brasil, el de Viña del Mar, que aún no define un perfil claro luego de su relanzamiento hace cinco años. Están, también, los festivales de cine latino de Nueva York y Chicago, los espacios que festivales de carácter internacional como Puerto Rico y Mar del Plata le conceden y los Rencontres de Toulouse que en la práctica han venido a reemplazar en Francia lo que antes aportaba el Festival de Biarritz, que tiene en la actualidad una cobertura más amplia. Asistir a los X Rencontres de Toulouse significa no necesariamente ponerse al día, pues la producción en nuestros países es más amplia de lo que pudiera parecer, pero sí conocer buena parte de lo más notorio de la producción reciente. Como, además, había formado parte de los jurados de la Fipresci en los últimos festivales de Puerto Rico y Mar del Plata puedo, a partir de todo ello, transmitir algunas impresiones, ciertamente provisionales.

De un buen tiempo a esta parte solo es posible ver las películas que se hacen en la región en muestras, semanas o festivales. No hay otra opción, si es que se las quiere ver en pantalla grande. Los títulos que las pantallas comerciales ofrecen son escasos y ya es bastante decir que en el curso de poco más de un año se han estrenado en Lima tres Ripstein (La reina de la noche, de 1994, Profundo carmesí, de 1996, y Principio a fin, de 1993, en ese orden), además de El callejón de los milagros (Jorge Fons, 1995) y Entre Pancho Villa y una mujer desnuda (Sabina Berman, 1996), es decir, cinco películas mexicanas. A ellas hay que sumar dos de Subiela, El lado oscuro del corazón (1992) y Despabílate amor (1996) lo que, en conjunto, constituye una cifra récord en muchos años. Pero esa cifra récord nos daría una visión limitadísima si no fuera por las muestras que ofrece la Filmoteca de Lima y por los encuentros que, después de la fallida experiencia del Festival del Sol en el Cusco, se han iniciado de manera promisoria en Lima.

El cine en fuga

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