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CINCO

EL PRÍNCIPE AZUL

24 de febrero de 1970

La princesa Caracol vivía en un palacio de marfil y sus padres la guardaban entre algodones, la protegían del mundo exterior porque no querían que nadie le hiciera daño ni se metiera con ella.

Rosario era especial y los aldeanos podían ser muy crueles, no todo el mundo tenía la paciencia suficiente para asumir que alguien como ella existiera y pudiera hacer las mismas cosas que los demás, aunque tardando más tiempo.

—¡Miradla! —le chillaban los niños cuando iba al colegio—. ¡Es boba, subnormal, retrasada! ¡Seguro que todavía se mea encima!

Pero lo que los reyes no sabían, es que, al aislarla, la hacían sentir muy desgraciada. Al protegerla para que no la hirieran, ellos le causaban el mayor tormento. Rosario se sentía sola. Lloraba por las noches añorando otras niñas con las que jugar y, con los años y la adolescencia, ansiaba un chico con el que vivir una de esas historias de amor que aparecían en los cuentos.

—Nadie se va a enamorar de mí si no me dejáis salir de casa —le había reprochado a su madre una tarde muy enfadada.

—No estás encerrada… —le aclaró doña Mercedes—. Puedes ir a misa y a casa de tu prima siempre que quieras.

—¡Pero no me dejáis ir a guateques! ¡Ni a ningún sitio donde haya gente de mi edad! —insistió ofendida—. ¡Así no voy a conocer a ningún chico!

Su madre, disgustada por esa salida de tono, fue incapaz de contenerse.

—Aunque salieras… ¡nadie se enamoraría de ti! —le explicó consternada—. A los hombres no les gustan las mujeres como tú. Quedándote aquí te estamos ahorrando vergüenza y sufrimiento.

Soledad.

Tristeza.

Apatía.

La princesa Caracol lloraba en su cama de coral hasta que un día maravilloso, a finales de febrero, un príncipe llegó a palacio para rescatarla y llamó a la puerta.

—Rosario, este es Antonio —le anunció su padre mientras ella bordaba.

La chica se estremeció y, al levantar la vista, tuvo claro que Antonio era su príncipe azul y era, incluso, para su sorpresa, mucho más guapo de lo que ella jamás se había imaginado. Sus plegarias por fin habían dado resultado. La princesa Caracol se puso tan nerviosa que, sin querer, se clavó la aguja en el dedo.

Pasaje Begoña

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