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XIV
ОглавлениеCaminaba con la cabeza gacha, sin pensar, casi sin experimentar sensación alguna, ensimismado.
Un ruido igual, sordo y furioso, me arrancó de mi abstracción. Levanté la cabeza: el mar rugía y mugía a cincuenta pasos de mí. Entonces advertí que iba andando por la arena de la playa.
El mar, revuelto por la tormenta de la noche, cubríase hasta el horizonte de crestas blancas. Las agudas puntas de las altas olas rompíanse unas tras otras en la playa. Me acerqué a la orilla y me puse a seguir la línea de relieve que el flujo y el reflujo ha-bían marcado en la arena amarilla y rayada, llena de plantas marinas, dúctiles, pedazos de mariscos y matas de esparganio.
Las gaviotas, de finas alas, acudían con el viento del gran desierto aéreo y se remontaban dando gritos lastimeros, blancas como la nieve, para dejarse caer a plomo en el agua; parecía que saltaban de una ola a otra, sobrenadando como objetos de plata, o desaparecían entre montañas de brillante espuma.
Noté que muchas de aquellas aves revoloteaban alrededor de un gran peñasco, que se destacaba con vigor sobre la playa monótona.
Una planta de esparganio desplegábase en matas irregulares por un lado de aquel peñasco; y en el lugar donde sus entrelazados tallos salían de la sali-trosa arena, vi una masa negra, de forma larga y abombada. Miré con atención. Era un objeto siniestro... No se movía... A medida que me acercaba, iba adivinando lo que era.
Y cuando estuve a unos treinta pasos del peñas-co, reconocí con claridad formas humanas, y me dije:
-Es un cadáver, un ahogado devuelto por las olas. Me aproximé al peñasco.
Aquel cuerpo era el del barón, el de mi padre.
Me quedé como petrificado en mi sitio.
Comprendí que desde la mañana me conducían potencias misteriosas y que estaba en poder de ellas.
No sé cuánto tiempo transcurrió así, sin oír más que el zumbido incesante del mar y con el alma embar- gada por el horror en presencia del fatum que me poseía.