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II
ОглавлениеMi madre había depositado en mí todos sus pensamientos y cuidados, enlazando su vida con la mía.
Una intimidad tan estrecha entre padres e hijos, no siempre es buena para éstos... Por el contrario, a menudo es nociva para ellos.
Pero yo era hijo único... y los muchachos que no tienen hermanos ni hermanas, generalmente cre-cen de una manera irregular. Al educarlos, sus padres piensan en sí mismos tanto como en su hijo...
No hay nada peor en cuanto a educación.
Con todo, no era yo mimoso ni terco: dos ex-tremos en que acostumbran incurrir los hijos únicos. Pero mi sistema nervioso se había conmovido desde muy temprano y era frágil mi salud, como la de mi madre, con quien tenía yo notable parecido.
Eludía la relación con los muchachos de mi edad, y, en general, me apartaba de los hombres; hablaba muy poco aun con mi madre.
Mi afición preferida era la lectura, pero me gustaba más aun pasearme a solas y soñar, soñar...
¿En qué soñaba? Es difícil decirlo: algunas veces imaginaba que me encontraba de repente ante una puerta entornada, detrás de la cual se escondían misterios insondables. Me quedaba esperando, es-tupefacto, sin poder decidirme a trasponer el umbral de aquella puerta y sin dejar de preguntarme qué ocurría allá, cerca de mí... y aguardaba siempre con una especie de desasosiego o acababa por dormirme.
De haber sido poeta, con seguridad hubiera ex-presado con versos tal estado de ánimo; si hubiese sido proclive a la devoción, hubiera entrado en una comunidad religiosa; pero no era poeta ni piadoso y pasaba el tiempo soñando y aguardando en vano.