Читать книгу Obras selectas de Iván Turguénev - Iván Turguénev - Страница 21
XVIII
ОглавлениеMientras nos íbamos al sitio siniestro, la fiebre la había sostenido; pero la desaparición del cadáver la impresionó de tal manera, que tuvo convulsiones y temí por su razón.
Me costó Dios y ayuda volverla a casa; hice que se acostara y llamé al médico. Cuando recobró los sentidos, su primera preocupación fue exigir que partiese en el acto en busca de “aquel hombre”.
Obedecí con presteza, pero todos mis esfuerzos resultaron vanos. Fui varias veces a la policía; recorrí todas las aldeas de los contornos, hice insertar anuncios en los periódicos, tomé infinidad de informes, pero todo fue inútil.
Un día me enteré de que habían llevado un ahogado a una de las aldeas de la costa. Me encaminé allí sin pérdida de tiempo, pero cuando llegué lo habían sepultado. Además, a juzgar por sus señas personales, no podía ser el barón.
Logré averiguar en qué nave se había embarca-do el barón para América. Suponíase que dicho barco había naufragado durante la tempestad; no obstante, parece que se supo algunos meses después que había fondeado en Nueva York.
No sabiendo ya a quién acudir para conseguir informes, me puse en busca del negro. Le ofrecí, por medio de anuncios en los periódicos, una suma importante si venía a verme. En efecto, un día, durante mi ausencia se presentó en casa un negro de gran estatura, envuelto en un poncho. Interrogó a nuestra doncella, se marchó en seguida y nadie volvió a verlo más.
Así se desvanecieron en sordas tinieblas todos los rastros de mi padre.
No hablábamos nunca de él. Una sola vez mi madre expresó su asombro de que no le hubiese referido más pronto mi terrible ensueño, y añadió:
-Era muy duro...
No concluyó su pensamiento.
Mi madre estuvo enferma largo tiempo; y cuando se hubo restablecido, no fueron ya nuestras relaciones lo que eran antes.
Sentía ella en mi presencia cierta contrariedad que subsistió hasta su muerte. Sí; una especie de desapego pesó en nosotros y aquella desgracia era irreparable.
Todo se olvida; el recuerdo de los hechos más trágicos se va disipando poco a poco; pero si entre dos personas que viven en gran intimidad se desliza un sentimiento de malestar, nada hay en el mundo que pueda desvanecerlo.
No he vuelto a ver más el fantasma que me vi-sitaba con frecuencia en otros tiempos; ya no busco a mi padre. No obstante, en sueños aún me parece, a veces, oír gemidos lejanos, quejas dolientes e incesantes; llegan desde atrás de una pared alta, tan alta que no puedo escalarla, siento su peso en el corazón y lloro con los ojos cerrados.
-No puedo comprender si es que gime un ser vivo, o si oigo el rugir loco y salvaje del mar embra-vecido. Ese rugir se transforma y oigo de nuevo un gruñido de oso, ese masculleo de palabras ininteligibles que conozco tan bien... Y me despierto embar-gado por el terror y la angustia.