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EL CONCEPTO DE CUALQUIERA O LAS PORTERAS DE BALZAC

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La invención propia de Freud fue la del psicoanalista. El concepto freudiano de analista es una producción única, inédita en la historia de la formación de las ideas. Antes hubo analizantes –los genios del siglo XVIII, como Descartes o Pascal, eran analizantes, dice Lacan–, pero un analista es una producción de Freud. Es la producción propia del psicoanálisis. No hay que tener miedo a decirlo: lo que hay en el activo evidente del psicoanálisis es la producción de psicoanalistas.

Al genio de los psicoanalistas podría aplicársele la frase de Baudelaire, a propósito de Balzac, cuando dice: «En Balzac, hasta las porteras tienen genio». Si en el psicoanálisis los analistas son genios, es en el mismo sentido que en las porteras de Balzac.

¿En qué sentido un psicoanalista es un fenómeno nuevo? Primero, en que no habla al individuo. En público habla al colectivo, pero en su práctica, en su relación con un individuo, con una sola persona cada vez, se produce la primera novedad: no habla y no responde a la persona como tal, le responde como poseído y poseso del inconsciente, pero no responde con exorcismos. La novedad consiste en que el analista tiene que anular su propio genio y aceptar ser cualquiera. Podemos decir que, en cierto modo, la novedad del analista reside en su capacidad de estar en experiencia como un cualquiera. Es un atentado a su narcisismo, por lo que toda la literatura analítica viene a ser como una reparación de este atentado.

La transferencia es un fenómeno automático. Si en la transferencia se trata de amor, lo terrible es que se trata de un amor a cualquiera en posición de analista. Puede verse cuando hay una transferencia de paciente, una remisión de una analizante a otro analista –que indica la suposición, por otra parte del primer analista, de que el fenómeno de la transferencia puede producirse con otro de la misma manera que con él–.

Fue un esfuerzo propio de Lacan construir este concepto de cualquiera que funciona como analista en la experiencia. Es un cualquiera peculiar, distinto de un médico, un psicólogo o un psicoterapeuta. Este cualquiera, peculiar en el análisis, es un concepto de Otro.

No supuso una novedad, en su tiempo, el hecho de considerarla constitución humana a partir del mito de la relación con el otro. Pero el semejante no es cualquiera. Al principio de su enseñanza, Lacan construyó el modelo del espejo, donde se trata de otro, pero de otro que no es cualquiera sino que es semejante –lo que implica un conocimiento estético del otro–. Esta relación con los otros se transforma completamente cuando no se trata de una comunicación estética, relacionada con la visión. Se transforma por la existencia del lenguaje.

En los años cincuenta, el esfuerzo de Lacan consistía en resaltar cómo se transforma la relación con el otro cuando se introduce el lenguaje. El lenguaje es el tercero, no es ni el uno ni el otro, pero constituye una referencia para los dos. Este tercero es Otro, pero un Otro que no es semejante. Su tesis para articular el modus operandi del psicoanálisis fue que, cuando uno habla, siempre se dirige a este Otro. Hay que destacar que este Otro está inscrito en una proposición universal. Todo ser humano que habla, habla para este Otro más allá del individuo con el que puede conversar.

Este Otro tiene una larga historia en la enseñanza de Lacan. Está hecho de todo lo que fue dicho, de la cultura universal –no importa que uno la conozca o no, existe independientemente de cada uno–. Karl Popper tiene también este concepto hecho del discurso universal que él llama, a su peculiar manera, un mundo.

La invención de Freud es precisamente la de analista como representante del Otro. Considerar al analista una encarnación del Otro es algo completamente loco. Y, sin embargo, la novedad consiste en que el analista, sin decir nada, pueda dar cuerpo a este Otro, ser su representante. Los analistas creían, en los primeros tiempos del psicoanálisis, que tenían que ser este Otro, lo que explica su avidez pos saber. Este Otro lacaniano es lo que permite entender correctamente el genio del psicoanálisis.

El reconocimiento de la producción automática de la transferencia sirve de vínculo a la comunidad psicoanalítica. Pero una cosa es el hecho de la transferencia y otra distinta la interpretación de este hecho. Freud interpreta la transferencia mediante la repetición, como si la razón de la transferencia fuera la presentificación, en la sesión, de los personajes más importantes de la historia del sujeto. En este punto, el análisis que hace Lacan es diferente, pues demuestra que hay otra interpretación en Freud, menos explícita, que no es mediante la repetición sino mediante la interpretación. Lacan interpreta la transferencia por la interpretación misma.

El dispositivo analítico pone al sujeto en posición de genio, en sentido kantiano. Por medio de la invitación que supone la regla de la asociación libre, coloca al sujeto en posición de no saber lo que dice, de decir de cualquier manera lo que dice. Por el mero hecho de aceptar esta regla cae en la dependencia del Otro. No se trata de una dependencia real. Aunque es cierto que en el analista existe un deseo de tener pecho para alimentar al paciente, en esta dependencia se trata sólo de una sugestión simbólica por el «Sujeto-supuesto-Saber».

La definición más sencilla que puede hacerse a este respecto es la del Sujeto-supuesto-Saber como pivote de la transferencia –ésta es la estructura de la transferencia en el sentido lacaniano–. Mientras que, por su lado, los fenómenos son mucho más complejos: amor que puede ser odio, confianza-desconfianza, etcétera. Se trata de una disposición del sujeto. El sujeto es reducido en el análisis a lo que Descartes concibe como el genio maligno, el genio que permite obtener un sujeto donde pensamiento y ser se confunden en un punto.

Lacan dijo en algún momento que el sujeto del análisis es el mismo sujeto de Descartes, el que corresponde al sujeto de la ciencia. Pero no es su última definición. En el sujeto cartesiano, pensamiento y ser son uno, mientras que en el psicoanálisis pensamiento y ser no son uno. Si el genio maligno cartesiano se detiene frente a un punto absoluto de densidad del sujeto, de coherencia del pensamiento, hay que decir que el genio freudiano ataca la identidad misma del sujeto, es decir, atrapa al sujeto en el punto donde no puede decir ergo sum. Es el genio del chiste, del lapsus, del acto fallido, del sueño...

UN GENIO SIN SÍMBOLO: EL OBJETO a

En Kant existe una noción, a propósito del genio, que puede desarrollarse como «naturaleza suprasensible del sujeto que no puede atraparse en un concepto». El análisis ataca este punto donde no hay un concepto de la identidad del sujeto. Este punto, en la teoría lacaniana, tiene una escritura: a. El genio del análisis, su carácter propio, fue desde el primer momento la preocupación de Lacan. Su fórmula es lenguaje y palabra, pero es un error pensar que su enseñanza se detiene ahí. Y no se detiene ahí, precisamente, porque con la única dimensión de la palabra no podemos obtener más que la no identidad del sujeto.

El sujeto que habla y que piensa no puede experimentar otra cosa que la contestación de su falta de ser –sea en la exaltación o en la melancolía, poco importa– que tiene que ver con su vinculación al discurso, en cuya dimensión no hay nada seguro. Nada puede deducirse en la pura dimensión del discurso puesto que, para deducir algo, hay que conseguir el acuerdo del Otro. Pero si el Otro es neutral, no puede deducirse nada porque no puede deducirse solo. Cuando ese Otro es el analista, no se puede deducir nada, simplemente no puede asegurarse ni la verdad ni la falsedad.

Debemos preguntarnos, sin embargo, si esto es el todo de la experiencia analítica. Y no lo es, porque si lo fuera cada uno sería cualquiera. Es el caso del analista, pero no de todos, porque cada uno tiene su genius, su estilo propio, una inercia, una manera de vivir. Por esto no podemos evitar definir al sujeto como una variable. Y, si lo es, habrá que pensar de qué función es el sujeto la variable.

En Freud hay una respuesta y el trabajo de Lacan fue su formulación. Según Freud hay una única función de la variable sujeto: la función fálica. Es la única función en relación con la cual el sujeto puede tener un valor, si se identifica al sujeto con la variable.

Freud tomó el falo como un símbolo sin el cual no puede entenderse lo que dice de la castración. La castración no es una falta de tener, sino una falta de ser. Está definida por la disyunción del sujeto con el ser. La experiencia analítica consiste en la experiencia, por parte del sujeto, de la falta de ser que se produce de manera automática cuando uno se planta en la dimensión del discurso.

El ser es, por una parte, un poco sorprendente. Acostumbrados a estudiar al ser como un máximo de densidad, según la secular concepción filosófica, en el psicoanálisis el ser resulta mucho más humilde. En psicoanálisis, antes de Lacan, el ser se abordaba a través de esa distinción tan unívoca entre lo genital y lo urogenital. Los primeros analistas suponían que el genio era lo genital, pero con la idea de lo urogenital tendía a normativizarse en lo genital. Es decir, el genio propio del psicoanálisis consistía en obtener la simbolización de todo el goce –en especial, del goce urogenital del supuesto perverso– mediante el falo.

Y al mismo tiempo que existía esta ilusión, permanecía en el análisis, según la concepción de los analistas más rigurosos, la constatación de que el sujeto experimenta un goce que no puede ser simbolizado, un goce irreductible e ingeneralizable, refractario a lo universal, absolutamente peculiar. Éste es el genio de cada uno.

Un dicho es siempre universal, es algo dirigido al Otro y, por tanto, un dicho del Otro, una universalización perpetua. Pero hay una zona en el sujeto que es de una particularidad absoluta, de un goce singular. Los primeros en descubrirlo fueron los psiquiatras cuando constataron la existencia de las perversiones sexuales, del fetichismo. El goce particular de cada uno no incluye al Otro, aquel lugar universal. En la experiencia se pone de manifiesto una dimensión que no es significante.

Esto no fue bien leído en Lacan. Su punto de partida desde el lenguaje y la palabra podía ocultar la existencia de un goce no reductible al Otro. Goce que fue el descubrimiento de Freud en sus «Tres ensayos para una teoría sexual» y supuso el núcleo de su segunda tópica. Justamente, a través de esta particularidad, Freud se esforzó en explicar la nueva resistencia al psicoanálisis, sus límites terapéuticos.

Cuando Freud introdujo a Tánatos, estaba introduciendo al genio maligno del psicoanálisis. Maligno porque impide, en cierto punto, la cura del sujeto. El problema para Freud fue el descubrimiento, en esta resistencia, de un goce peculiar que residía en el malestar en sí mismo. Por esto sus últimas palabras fueron pesimistas con respecto a la cura.

También Lacan, al igual que Freud, fue pesimista al final. Sin embargo, su esfuerzo de juventud consistió en pensar cómo en el análisis, dentro del campo del lenguaje y la función de la palabra, podemos tratar con este goce que no tiene un símbolo fálico, que se resiste al discurso.

¿Cómo podemos operar con este goce que no tiene símbolo? El primer esfuerzo de Lacan fue darle un símbolo escrito, el símbolo a, lo cual es ya un símbolo muy peculiar. El símbolo de una cosa que no tiene símbolo es en sí mismo una paradoja.

El verdadero genio del psicoanálisis es el objeto a. No tenemos mejor aproximación al daimon o genius primitivo que el objeto a. Ya es mucho poder decir que el psicoanálisis puede abordar este goce como un objeto. Fue Lacan el que le dio esa formulación. Puede deducirse en Freud, Abraham o Winnicott, pero sólo para decir que no es suficiente plantear al analista como representante del Otro. Lo que se constata es que el sujeto se contempla con ese objeto a. El precio pagado por esa falta de ser es que el sujeto viene a complementarse con el objeto a para ser un todo, para ser un uno.

En la psicosis se verifica la presencia de un goce que no tiene símbolo, pero que tampoco tiene la forma del objeto a. El psicótico tiene la experiencia de sí mismo como objeto de Dios. Sería como la experiencia de no hablar a los otros sino al Otro. Así es como se produce cierto tipo de goce sin símbolo.

Las últimas palabras de Lacan sobre la posición del analista se dirigían a hacer de él una encarnación de este goce sin símbolo. Dicho así puede parecer algo fantástico, pero en realidad es una invitación al analista a plantarse, no como representante del saber sino –lo cual es inédito en toda la historia– como un objeto que no tiene símbolo en el discurso universal.

NOTA

Miller explica que, a la espera de viajar a Londres para asistir a una exposición titulada «El genio de Venecia», recibió la llamada telefónica en la que se le invitaba a realizar esta conferencia y a dar su título. «Genio del psicoanálisis» fue la primera idea que se le ocurrió como título y que causó su trabajo posterior para dar sentido a ese significante.

Introducción a la clínica lacaniana

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