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DIFERENCIA ENTRE PASIÓN Y DOLOR
ОглавлениеLa diferencia entre pasión y dolor resulta especialmente importante para diferenciar el tratamiento psicoanalítico del tratamiento en el campo de la medicina. Lacan tomó de un filósofo la frase siguiente: «La verdad del dolor es el dolor mismo». Esta frase indica ya que el dolor tiene su autenticidad, su evidencia, y que en este caso no se confunden la verdad del fenómeno y el fenómeno mismo. A veces, el dolor, que es el fenómeno, se toma por la verdad del mismo.
Al psicoanálisis llega gente que presenta un sentimiento, un dolor –es, precisamente, gente que se queja–, pero en el campo analítico la verdad del dolor es siempre distinta del dolor. Justamente por eso alguien va a un analista, cuando sufre en su cuerpo o en su pensamiento y sospecha que su dolor no es la verdad de su dolor, que ésta es distinta. Llega al analista sabiendo que el dolor tiene su autenticidad pero, al mismo tiempo, tiene la sospecha de que en él ha habido un desplazamiento.
He tratado a una mujer diagnosticada por su médico, en un primer momento, de esclerosis en placas. Durante seis meses, cada noche soñaba que no la tenía y al despertar, llena de felicidad, de júbilo, se decía: «No tengo esclerosis en placas». Seis meses más tarde, el médico le dijo que no tenía nada; quizá le dijo algo como lo del Nuevo Testamento: «Levántate y anda». Y ella anduvo hacia el analista porque, después del rechazo del médico, tenía, más que la sospecha, la certeza, de que la verdad de su dolor y de su incapacidad no era propiamente el dolor. El problema es que no estaba segura de querer curarse de ese dolor, pues aquél le organizaba una vida bastante cómoda, le permitía dedicarse a su ambición de saber de todo. Efectivamente, esa cierta restricción de movimientos le impedía moverse hacia el saber, pero así podía ambicionar algo –subrayo ambicionar y no ser– porque, cuando uno puede moverse, ya no está en todas partes, se queda en un solo lugar. La palabra pasión no significa pathos, es decir, sufrimiento o dolor, como se usa en medicina, sino que también remite a la pasión. Por ejemplo, la pasión de Cristo, donde ese término implica dolor, pero un dolor con relación al Otro. La pasión de diferencia del dolor en que ella se trata fundamentalmente de la relación con el Otro del amor que, a veces, habla.
Por eso es un error clínico hacerle reproches a la histeria, al teatro histérico –no sólo a la histérica, pues algunos hombres lo son–, como si su dolor fuese inauténtico, porque es precisamente de eso de lo que se quejan, de sentir un dolor que al mismo tiempo les parece carente de autenticidad. A veces esta queja por la falta de autenticidad puede llegar muy lejos, incluso hasta el pasaje al acto de realizar la falta en ser. La histeria, con su teatro, dice algo de una verdad, lo cual es un verdadero acto social que revela la estructura de la pasión neurótica. Así como a la histérica se le reprocha su pasión, el obsesivo tiene con el Otro una relación tan evidente, está más del lado de la soledad, de la ausencia, no hace lazo social. Pero en la obsesión también hay una referencia al Otro, a través de la imaginarización de la ausencia, en la constante vigilancia del otro, que en realidad oculta la vigilancia del Otro, es decir, Dios.
Lo que Lacan define propiamente como pasión del neurótico, a diferencia de lo que se diría en la medicina o en la psiquiatría, es la justificación de existir. Este es un término que no he encontrado en Lacan, sino en un psicoanalista inglés que menciona en un artículo cómo en poco tiempo había escuchado tres veces en boca de sus pacientes la fórmula «justificar su existencia». En efecto, éste es el rasgo común en todos los neuróticos –aunque no estén en análisis–, pasar todo el tiempo haciendo cosas para justificarse, justificándose hasta la muerte. Esto puede parecer un rasgo común o banal, pero tiene un gran peso en la experiencia analítica.
La problemática de la justificación es lo que explota la religión, que no haría veinte siglos que se mantiene si no tuviera profundos fundamentos en la neurosis. Mientras que el psicoanálisis por su parte sólo cuenta con un siglo de existencia, ¿cómo habría que plantearlo para que se sostuviera también veinte siglos? Algunos analistas tratan de imitar a la Iglesia, pero el problema es cómo permitir al psicoanálisis continuar sin apoyarse en un tipo de institución que, por razones que no voy a decir, no conviene a la experiencia analítica. Porque, precisamente en psicoanálisis, se trata de sobrepasar la problemática de la justificación. Dicho de otra manera: la pasión abre a las instituciones hacia el exterior.
Volviendo al campo de lo que es pasión en la neurosis, Lacan dice que para el sujeto no solamente se trata de la obtención de un bienestar, de curarse, sino también de justificarse. Cuando se trata de bienestar, uno siempre puede encontrar una silla más cómoda –eso es indudable, siempre hay un lugar más cómodo–. Además, el bienestar se puede obtener con un tratamiento que responda al principio de que todo tiene una razón: si hay dolor es porque hay una causa material del dolor y, si puede transformarse materialmente la causa, eso va a modificar el dolor.
También puede obtenerse el bienestar a través de la comprensión del otro. La psicoterapia, eventualmente, trata de eso: de que la persona se sienta comprendida; a veces el bienestar depende de los consejos, la compasión y la comprensión. En el pasado eso podía ser obtenido en la familia o con los amigos, pero en el mundo actual es necesario, a veces, acudir a un psicoterapeuta para obtenerlo, ya que hoy los abuelos no son tan importantes ni tan efectivos como lo eran en el pasado.
En sociedades de cambio lento, los abuelos tienen más relevancia y operatividad que en sociedades de cambio rápido. Por eso esta función de compasión, comprensión y calor humano pueden darla los abuelos en sociedades de cambio lento, mientras que en sociedades de cambio rápido la dan los amigos, los psicoterapeutas o los fármacos.
En todos estos casos se trata del bienestar; la justificación es otra cosa.
La justificación tiene su fundamento en la relación con otro que permite justificar –eso es la justicia–, lo cual es diferente de la comprensión. Para decirlo en términos lacanianos, la comprensión entra siempre en el registro imaginario, mientras que la justicia se encuentra propiamente en el registro simbólico. La problemática de la justificación siempre es distinta de la dimensión del goce.
Hubo una filosofía que situaba el goce, precisamente, en el lugar del valor supremo. Se trata de una filosofía siempre rechazada: los cínicos. Los cínicos hablan de un goce que se oponía a todas las sublimaciones, a todas las invenciones de razones de ser; planteaban una existencia desembarazada de cualquier justificación. Y hay que decir que el final de análisis produce algo parecido en el registro del goce dando lugar al tipo clínico que Lacan llamaba los canallas. Es algo que ocurre en todas las instituciones analíticas –no solo en las otras– y es una producción a no excluir para tratar el problema.