Читать книгу Introducción a la clínica lacaniana - Jacques-Alain Miller - Страница 43

EL DISFRAZ DEL SUJETO-SUPUESTO-SABER

Оглавление

De modo, entonces, que cada análisis empieza como una búsqueda de la causa. En el concepto mismo del síntoma analítico hay un porqué –por qué es así–. A veces, en una enfermedad física, uno puede preguntarse por qué, pero ahí está la causa física. Si se busca otra causa puede pensarse que es un castigo de Dios, pero el porqué moral no cabe en la causalidad física.

En psicoanálisis el porqué del sujeto es parte de su propio síntoma y en ese porqué que dirige el analista hay una histerización, en ese mismo porqué hay una provocación al analista. Un porqué provocativo, ya que indica muy bien que el sujeto se presenta al análisis, de entrada, fundamentalmente, a partir de una posición de no saber –«No sé qué pasa conmigo»–. Si no se presenta así, el analista busca dónde está situado ese «No sé qué pasa conmigo»: «No sé qué pasa conmigo perdiendo el dominio de mi cuerpo» o «No sé qué pasa conmigo perdiendo el control de mis pensamientos». De modo que el sujeto se presenta a partir de una posición de no saber.

Eso mismo es suficiente para constituir al Sujeto-supuesto-Saber como interlocutor del paciente. ¿Cómo podría alguien presentarse como sujeto que no sabe, como sujeto del no saber, si no es porque tiene una referencia implícita al Sujeto-supuesto-Saber? Creo que de este modo retomo, de manera sencilla, un concepto de Lacan que puede parecer lejano.

¿Será el analista el Sujeto-supuesto-Saber? No es exactamente eso lo que digo. Digo que situarse en la posición de alguien que no sabe la causa de su condición, que desconoce la causa de su estado –por lo general, malo–, ubica en el horizonte del análisis, de todo lo que va a decirse en el análisis, la instancia como tal del Sujeto-supuesto-Saber. La suposición también de que se trata de saber algo, de saber la causa, de que se trata por tanto de una causa que se podría saber que se podría descubrir a través de lo que se dice. El analista no ofrece otra cosa sino dichos, buenos dichos. El analista ofrece la posibilidad de lo que Lacan llamó el bien-decir; el bien-decir es la versión analítica de la bendición.

Llegado el caso, el analista se verá investido del traje de luces del Sujeto-supuesto-Saber. Pero, aunque el analista se encuentre vestido así, tomado en la luz del Sujeto-supuesto-Saber, esto no es más que un disfraz porque ¿cómo podría el analista conocer con anterioridad la causa del mal de ese sujeto particular? Al contrario, él va a aprenderla de aquel que viene. La suposición de saber es un disfraz peligroso de aceptar. Por lo regular produce una infatuación en el analista. El analista piensa que el traje es suyo, cuando sólo es alquilado, o puede confundir ese traje producido por el no saber del sujeto –ese traje prestado, podríamos decir–, con su propia piel.

La transferencia es, de este modo, una túnica de Neso para el analista, que puede perder el gusto por trabajar para producir un saber porque le es suficiente con una posición de supuesto saber para hacerse amar, respetar. Por eso hay cierta conexión entre el analista y el burro; la palabra burro está incluida en la palabra francesa analista porque âne, contenida en analyste, en francés, significa burro, asno. Lacan utiliza la homofonía para hablar del analyste, el asno con listas –los analistas siempre tienen listas, listas de pacientes y, por lo general, esperan que sean lo más amplias posibles–.

Así la infatuación del analista se produce, de hecho, cuando olvida que él no es el sujeto del saber; el analista sólo es, para retomar una expresión de Lacan, el hombre de paja con la función del Sujeto-supuesto-Saber.

He hablado de disfraz. Disfraz significa que el Sujeto-supuesto-Saber es solamente la otra faz del no saber del sujeto en análisis. El Sujeto-supuesto-Saber surge de la palabra misma. ¿Qué expresa ese no saber del sujeto si no lo que Freud llamó la represión? Freud llamó represión a un no saber del sujeto ubicado en puntos decisivos, determinantes, de sus vivencias. Lo que he presentado como la noción de la causa escondida es la noción misma de represión. La represión no es una invención de Freud, sino que traduce este hecho clínico preciso.

Si es necesario ser sencillo en los fundamentos del análisis es porque, de otro modo, cuando uno no entiende muy bien qué pasa, utiliza nombres propios como los de Freud o Lacan para tapar las carencias de la cadena demostrativa. Hay que retomar siempre las cosas en la experiencia misma y ver cómo los conceptos, los conceptos de Freud y Lacan, surgen al nivel mismo de la experiencia.

Así, la represión es la idea de que hay un no saber, y de que sí se sabe a pesar de decir «No sé». El inconsciente es el concepto que responde a la suposición de que, en realidad y de hecho, el sujeto que dice no saber, sabe sin saber que sabe. Por eso en el inconsciente se trata de un saber reprimido, exactamente un saber que se presenta como no saber. El saber supuesto al analista traduce, transforma, el no saber opuesto. Con frecuencia el no saber se traduce por la pregunta «¿Tú sabes?». Llegado el caso esa pregunta puede tener un aspecto de provocación, en tanto que el no saber puede muy bien significar: «¡Tú tienes que saber en mi lugar!, teniendo en cuenta, además, que te estoy pagando».

¿Qué lugar tiene el analista si no sabe? «¿Tú sabes?», se le pregunta, puede ser en el mismo lugar del «¡Cúrame!». En ocasiones, por medio de ese «¡Cúrame!», el paciente demuestra la impotencia del analista pagando con la suya propia. El ejemplo históricamente más importante que puede verse aún en nuestros días, aunque no con frecuencia, es el de las parálisis histéricas. Hay que decir que esos casos de parálisis sólo se encuentran en mujeres –no creo haberlo encontrado nunca en un hombre–, a pesar de que hay hombres histéricos. La parálisis histérica demuestra a todo el cuerpo médico y, en su caso, a los analistas, que se trata realmente de algo frente a lo que cada cual no sabe, no puede saber nada. Para obtener ese efecto, el sujeto paga con un sufrimiento real, con la destrucción de su vida. He escuchado en una paciente el cuento de la impotencia, también el de la desdicha, mientras se podía ver en su rostro el júbilo más intenso al contar la impotencia generalizada de todos los supuestos amos.

Introducción a la clínica lacaniana

Подняться наверх