Читать книгу Introducción a la clínica lacaniana - Jacques-Alain Miller - Страница 34
LA PASIÓN DEL NEURÓTICO Y LA PASIÓN DEL PERVERSO
ОглавлениеLa pasión del neurótico no se reduce al dolor en el sentido tan preciso en que Lacan utiliza esa palabra. El perverso decidido, el verdadero perverso, no se encuentra en análisis, precisamente porque él sabe la razón por la que está en este mundo: está en este mundo para el goce, sabe dónde buscarlo y dónde encontrarlo. Es buen conocedor de los lugares de goce en la ciudad. Eso lo orienta, eventualmente puede provenir de una elección precoz del goce que le conviene, pero en todo caso el goce regula su deseo.
En el caso del neurótico, por el contrario, encontramos las vacilaciones del goce; de manera tal que el deseo varía y, cuando está a punto de obtener lo que quiere, desaparece. Justo antes de obtener el goce, el sujeto hace un pequeño movimiento para no encontrarlo y se va a buscarlo. Hay un refrán que dice: «No me buscarías si antes no me hubieras encontrado»; así, de igual modo, en el neurótico se trata de buscar para no encontrar.
En el perverso hay una necesidad, el deseo se distingue por un aspecto de necesidad. Es una modalidad lógica en la que se trata, precisamente, de algo que no cesa. Al contrario que el perverso, el neurótico no sabe por qué está en este mundo. Lo que sabe –lo que cree saber– es que no está en este mundo para el goce y, por tanto, no orienta su deseo sobre su goce, no identifica su deseo con su goce. En su caso, la modalidad lógica que define su posición no es la necesidad sino la contingencia; es decir que le falta, precisamente, una razón de ser. Por eso su pasión, la del neurótico, se despliega –modificando la frase de Lacan– en el campo de la «carencia de razón de ser». Le falta la razón de ser y, como le falta, se la inventa. La invención de razones de ser es una pasión humana que ha llenado el campo de la cultura de deberes e ideales que se ofrecen para tratar de llenar esa falta en razones de ser.
El obsesivo, que es una de las formas de la neurosis, se distingue por la invención de la muerte y su fidelidad hacia ella; busca su razón de ser orientándose hacia la muerte del otro. Desde este punto de vista puede decirse que el modelo de la razón de ser en Europa está del lado histérico, mientras que del lado de Estados Unidos, el modelo sería más obsesivo, es decir, encontrando su razón de ser en la muerte de muchas personas.
Pero hay otra manera de tratar la falta de razón de ser, una manera quizá más refinada de destruir las razones de ser del otro, que estaría del lado histérico. ¿Por qué del lado histérico se trataría de destruir las razones de ser del otro? Seguramente no para destruirlo, sino al contrario para obtener que la existencia del otro se deba únicamente al amor del propio sujeto, que piensa que el otro no puede obtener prueba más fehaciente de su existencia que el amor o el odio –es lo mismo– que él profesa.
De este modo, sea a través de la invención de razones de ser o de su destrucción, se trata en definitiva de sostener la existencia del Otro de alguna manera. Del lado obsesivo está la condición de que el Otro no se mueva, por esta razón no hay neurosis obsesiva más pura que cuando el lugar del Otro está ocupado por un muerto. Es lo que encontramos en el caso clásico del «hombre de las ratas». Quizás el pánico que se produce al empezar el análisis tenga su causa en la sospecha de que el Otro se ha movido; en este caso es clásico el momento de pánico cuando el individuo va a visitar la tumba de su padre y ve algo que se ha movido –quizás un animal–; eso lo remite a la idea de que algo de su padre podría moverse. Sostener como ideal que el Otro no se mueva o, al contrario, que le deba su ser al sujeto –lo primero obsesivo, lo segundo histérico– es esencial para la persistencia del Otro. El sujeto aspira a ser lo más preciado para el otro, ya que el Otro le debe su existencia misma.
A propósito del perverso, en quien la razón de ser es el goce, no es cierto que el goce en juego sea lo suyo. El perverso en realidad lo hace todo por el Otro, trabaja para el goce del Otro porque sabe el goce que necesita. Lacan diría que, sádico o masoquista, el perverso se hace instrumento del goce del Otro. Aparentemente se trata de su propio goce y de que no le importan los otros, pero en realidad se trata de un valor instrumental, pues cuando el masoquista se ofrece al juego del sádico de hecho se ofrece al Otro para que goce de él de la manera que quiera.
No sé si puede hablarse de la pasión del perverso y, si la hubiera, no sé si sería una pasión de ser. Del lado neurótico he hablado –no exactamente de falta de ser–, sino de falta de razones de ser, lo que en cierta manera es una fórmula del existencialismo moderno, ya que nuestra época está regulada por el hecho de que ser y razón de ser son equivalentes.
Aquí no debe entenderse la palabra época en un sentido estricto, pues hay que considerar también otras referencias como la simpatía que unía a Lacan con la psiquiatría. Nuestra época está regulada por algo formulado hace algún tiempo, pero que despliega sus consecuencias en este momento y cada vez más, a saber: el principio de la razón, el cual tiene su fundamento en la filosofía. Y, si bien la filosofía tiene algo que ver con la clínica, no es en ella en la que se apoya nuestra época sino en la ciencia, y ésta dice: «Todo tiene una razón». Así, filosofía y ciencia juntas apuntan a que nada es sin razón. Algo de esto se encuentra en el Freud del Malestar en la cultura, a partir de la lectura que realiza Lacan, cuando indica que si hay malestar es porque nuestra cultura está regulada por la ciencia y esto produce una acentuación de la contingencia subjetiva. Es decir que este mundo es nuevo –cada vez más nuevo– porque la acción del hombre lo transforma cambiándolo o destruyéndolo, de modo que, si surge algo nuevo es porque hay alguna razón para ello. De tal forma que el principio del malestar es que todo tiene una razón excepto uno mismo. Esto es lo que define la pasión del neurótico hoy –no vamos a hacer una visión retrospectiva–, pues no tener una razón de ser en nuestra época equivale a una falta en ser; lo cual introduce una referencia necesaria al Otro que, tal vez, tenga la razón de ser que no tiene el sujeto.