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No creo que sea una sorpresa la tesis con la que voy a empezar, la tesis de que en un análisis hay una búsqueda de la causa. En un análisis se interpreta, pero la interpretación es sólo un medio. La finalidad de un análisis, su finalidad terapéutica, que no borramos, está presente al empezar el análisis; esa finalidad terapéutica es el tratamiento de un mal. Si el psicoanálisis no es el tratamiento de un mal, no sé qué es. Un mal que puede presentarse como un malestar que el paciente refiere, acompañado –muchas veces– de la suposición de que algo estuvo mal hecho desde el origen o desde tal o cual incidente de su vida. Por lo regular, en el tratamiento se pasa por una fase en la que el sujeto va de mal en peor. Freud ya notó que, en un primer momento, el psicoanálisis empeora el mal porque el sujeto sintomatiza más y más su existencia, pervive más y más su existencia como síntoma, como algo que no va.

Sin embargo –no creo estar diciendo nada sorprendente–, la finalidad clásica del psicoanálisis está concebida como la de encontrar o descubrir la causa del mal.

Un paso más. Hay siempre en psicoanálisis, no sólo en el analista sino también en el paciente –o del que se piensa que podría ser un paciente– algo más difícil de ubicar. Es una noción, manifiesta en Freud, que dice algo más que solamente descubrir la causa del mal: en psicoanálisis, la noción de descubrir la causa del mal implica, en sí misma, curarla.

Eso es algo distinto. No es así en medicina, por ejemplo. Tenemos ahora, según creo, un saber científico sobre el agente del sida. Podemos observar la causa del sida, podemos incluso luchar entre países por la denominación de la causa del sida –si va a llevar el nombre francés o el estadounidense; no sólo en psicoanálisis hay luchas atlánticas–. Pero, a pesar de conocer y ver la causa presente, no podemos curarlo.

En psicoanálisis, al contrario, existe la idea de que descubrir la causa sería suprimirla, de que se trata de una causa que no podría soportar el día, la luz, el conocimiento. Sería una causa que sólo existiría escondida.

Con este cortocircuito –me gustan los cortocircuitos en exposición, avanzar lentamente pero, al mismo tiempo, a través de esa lentitud, ir muy rápidamente– he introducido mi preocupación de este año en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII, donde doy un curso semanal. No es un curso de lecciones repetidas sino un esfuerzo por volver a pensar de nuevo, cada vez, aquello de lo que se trata en mi práctica analítica diaria.

Voy a retomar la cuestión desde el punto de vista que me preocupa. Puede parecer que hablar en Málaga como en París es una locura, que es un público distinto, pero ¿qué sabemos de eso? Mi curso en París es abierto al público y a él asisten eruditos de Lacan, colegas analistas y gente nueva que empieza cada año, porque así es en la Universidad. Creo estar acostumbrado a hablar para toda clase de públicos. Por eso uno puede quedarse en los fundamentos. Avanzar en la teoría analítica no es olvidarlos, al contrario, es preciso mantenerse siempre en contacto con los fundamentos, no alejarse de ellos. Así, voy a situarme exactamente en el punto que me interesa, para el curso del miércoles próximo en París, y voy a probar el tema con ustedes.

Introducción a la clínica lacaniana

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