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«¿QUÉ QUIERE DECIR ESO?»

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He planteado esta pregunta sobre la pregunta a partir de varios casos de mi experiencia –casos límite de la patología de la pregunta–, que nuestros colegas norteamericanos llamarían borderline. Por ejemplo, una paciente que, entre otros rasgos clínicos, tenía el de no hablar si no en forma interrogativa. Después esta forma se fue disipando, pero tuve que soportarla durante dos años, alguien que sólo hablaba en forma de pregunta. No importaba tanto el contenido de las preguntas, podría dar una lista, había miles y miles. La más simple era un «¿entonces?» al empezar la sesión. O, menos aún, sólo un aire de interrogación; un aire que podía ver porque esta paciente no quería utilizar el diván.

Partiendo de este punto, puede decirse que existe una clase de sujetos que podríamos llamar los «preguntones». Se trata de una clase de sujetos –la paciente que encontré es sólo un caso extremo– con los que resulta especialmente difícil maniobrar con la transferencia mientras que, a la vez, con su agudeza, hacen surgir el estatuto fundamental de la pregunta en la experiencia.

La pregunta es una demanda, por supuesto. Pero tiene la propiedad de ser una demanda que se dirige explícitamente a un saber. En cierta manera, los preguntones son sujetos que manifiestan como una instancia fundamental, necesaria, a hablar del saber. Porque preguntan, preguntan con insistencia, y el hecho de la pregunta instaura la dimensión del saber en la experiencia analítica.

Para verificar que existe esta clase de sujetos preguntones, podemos pensar en aquellos que no plantean ninguna pregunta –que también existen–, salvo las preguntas mínimas, las necesarias para establecer la cita analítica. Puede verse entonces la diferencia entre ese mínimo, necesario para establecer la relación social analítica cuya condición es una cita, y la no-relación que mantienen de manera evidente, no planteando preguntas.

Estos sujetos que no plantean preguntas, para decirlo rápidamente, tienen una estructura obsesiva. Así se sitúa un obsesivo frente a la pregunta. Lo remarcable es que esos sujetos sí se plantean preguntas, pero se las plantean a sí mismos; mientras que los preguntones las plantean explícitamente a otro.

¿Qué es la duda, como síntoma obsesivo, sino el hecho de preguntarse a sí mismo? El sujeto obsesivo no espera respuesta más que de sí mismo, y ésta es la paradoja de su posición: al plantearse las preguntas a sí mismo, él es quien no sabe y, a la vez, quien debe dar la respuesta. Lo cual permite entender la peculiar inmovilización del obsesivo –que es una salida ante esa pregunta–, a la vez que el enorme trabajo que hace para poderse dar la respuesta. Esto da el estilo tan peculiar, propio del obsesivo, que es al mismo tiempo inmovilización, trabajo y procastinación.

Así podemos ver que en la duda hay, al mismo tiempo, arrogancia. No quiere recibir la respuesta de otro. Hay un imperativo –imperativo de trabajo para buscar la respuesta– y al mismo tiempo demora la respuesta.

Esto define lo imposible de su posición. En cierto modo, no tiene otra salida que desaparecer. Y explica también sus dificultades con la interpretación, que puede tomar formas fenomenológicas muy diversas, pero siempre aparece como la pretensión de otro de responder en su lugar. En la pregunta obsesiva de «¿Qué quiere decir esto?» se encarna la pregunta a sí mismo y la intolerancia a la interpretación.

En los que no plantean preguntas al otro, ¿cuál sería entonces la función del saber? Se trata solamente de asistir al debate del sujeto con su propia pregunta, de ser espectador del tormento de la pregunta, lo que da al supuesto obsesivo ese estilo que Lacan, en sus primeros textos, llamaba «intrasubjetivo», es decir, no dirigido al otro. Como consecuencia, el analista se reduce a ser un desecho; lo cual es compatible con la atribución de saberlo todo, pero este «todo saber» no vale nada en tanto que lo que importa es la pregunta a sí mismo.


La eventual idealización del analista responde a esta lógica. El analista es un desecho primordial, ya original. Y el Sujeto-supuesto-Saber –poder saber un día la respuesta a la pregunta– es el sujeto mismo. Para expresarlo de manera sencilla, podría decirse que la pregunta a sí mismo implica el paréntesis del otro.

Es un hecho que la duda fue aislada hace mucho tiempo por los analistas como un síntoma obsesivo, es decir, que hay una insistencia de la pregunta en esa forma peculiar de retorno de la pregunta sobre el propio sujeto. Vamos a ver ahora si se puede hacer de la pregunta –la pregunta de los preguntones– un síntoma histérico en el mismo sentido en que la duda fue reconocida como un síntoma obsesivo.

Introducción a la clínica lacaniana

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