Читать книгу Introducción a la clínica lacaniana - Jacques-Alain Miller - Страница 30
«¿QUIÉN ES?»
ОглавлениеLa pregunta histérica no es una pregunta dirigida a uno mismo, es una pregunta dirigida al otro, manifestada evidente, insistentemente, como tal. Esto da al sujeto histérico su estilo «extrasubjetivo» –como Lacan decía antes de articular el concepto del Otro– que hace de la histeria un discurso fundado en el lazo social. La obsesión, por el contrario, no hace lazo social, precisamente porque pone al Otro entre paréntesis. Si la pregunta histérica puede tomar la forma de una llamada al otro, en la pura obsesión no hay esta llamada al otro porque el otro es un cadáver, y es así como retorna sobre el sujeto.
Una pregunta es también una afirmación, la afirmación de una falta en el saber. El sujeto histérico muestra esta falta a través de la pregunta, repitiéndola para mostrarla de la manera más aguda y, al mismo tiempo, hace surgir la dimensión de un saber. Precisamente la pregunta histérica es lo que hace surgir la dimensión del Sujeto-supuestoSaber.
En la histeria, el significante de la transferencia es la pregunta. A través de la pregunta el sujeto se hace representar ante el saber constituido. Presentarse con el significante de la pregunta es la manera en que el sujeto se dirige hacia el saber. El significante de la pregunta es un significante que dice que falta uno, que falta un significante, pero, para decirlo, la pregunta misma ya es un significante. Así podemos entender qué significa esta expresión, utilizada por Lacan una sola vez, que el significante de la transferencia en la histeria es la pregunta.
El que plantea la pregunta «¿Quién es?», parece dar testimonio de su propia humildad. Pero es una falsa humildad porque el que plantea las preguntas –el preguntón– en realidad es el amo, pues él pone al otro a trabajar para responder. Aquí se ve bien la diferencia tradicional entre histeria y obsesión: el obsesivo es el que trabaja, es el esclavo de sus preguntas.
La pregunta es lo contrario del trabajo. Esto se puede escribir muy sencillamente, y es interesante hacerlo en castellano ya que, contrariamente al francés, el signo de interrogación es doble, inverso y simétrico, lo cual ayuda a desarrollar la estructura misma de la pregunta.
¿?
Podemos escribirlo así para decir que quien plantea la pregunta es el amo. Y en el análisis, precisamente, el amo del analista. ¿Por qué? No solamente porque quien plantea las preguntas pone al otro a trabajar, sino también porque es juez de las respuestas. En un primer nivel, el que plantea la pregunta parece constituir al otro como supuesto saber de la respuesta, pero en realidad, en un segundo nivel, el sujeto mismo constituye como Sujeto-supremo-Saber la validez de la respuesta.
Lo que vehicula cada pregunta, sin importar su contenido, es satisfacción. Con esta mera alteración en el lenguaje, el otro está obligado a satisfacer el pedido, la demanda de saber. Y, al mismo tiempo, el único saber requerido es sobre la satisfacción de la demanda misma. Por eso la pregunta tiene siempre en su horizonte un saber sobre el deseo. Más aún: sobre el deseo y su causa. El preguntón siempre puede responder: «No estoy satisfecho de mi propia satisfacción». Si en un primer nivel la pregunta señala una falta del lado en el que se encuentra el sujeto, en el segundo nivel señala una falta en el otro.
¿? → a
La pregunta es también un modo de la demanda. Y se puede entender por qué Lacan dice que la demanda es fundamentalmente modal. Es verdad que todo puede ser pregunta, y que a través de la demanda pueden movilizarse todas las formas retóricas. Para obtener la pregunta basta con encapsular cualquier palabra entre dos signos de interrogación. Su escritura en castellano muestra la pregunta como un paréntesis, es una forma de paréntesis. Y, de este modo, como los paréntesis lógicos, crea un vacío. También es muy interesante la sinuosidad, podría explorarse la relación entre las sinuosidades de las preguntas y el sujeto mismo. Podría decirse que los interrogantes son como la división misma del sujeto, $.
Ser un preguntón es un modo fundamental del sujeto en el análisis, hasta el punto que el sujeto es una pregunta en sí mismo, sin importar el contenido de sus preguntas. Esto se ve claramente en la histeria, porque el sujeto histérico sabe que no tiene su lugar en el Otro del saber, experimenta la virulencia de esta ausencia, experimenta en sí mismo la ausencia del significante que podría representarlo.
El matema del discurso histérico de Lacan es exactamente la reproducción del nivel fenomenológico de la experiencia: un sujeto planteando su pregunta a un amo supuesto saber para obtener la respuesta y verificar que esta respuesta no puede dar satisfacción.
El saber, pues, no puede satisfacer a la verdad, y la pregunta señala la ausencia de un significante que pueda representar al sujeto. Así se entiende que esta pregunta sea, de manera selectiva, una pregunta sobre la mujer, ya que precisamente la mujer en sí misma no tiene un significante adecuado, lo que Lacan expresa de la manera más sencilla diciendo que «la» mujer no existe. Precisamente, el doble signo de interrogación en castellano puede ser un apoyo para ver que el sujeto plantea su pregunta a través de otra mujer. Esa ausencia de significante se ve en los momentos de enloquecimiento, de delirio, en la clínica del sujeto histérico, completamente diferentes del delirio en la psicosis que a veces, en la experiencia, queda cierto margen para una vacilación diagnóstica.
Es posible también encontrar la pregunta del sujeto de forma inadvertida, es decir, con el silencio. Pero, ¿qué es ese mutismo del sujeto histérico?, ¿qué significa? En el mutismo histérico el sujeto mismo se hace enigma, encarna la pregunta como enigma, de manera que el analista se ve obligado a hablar, a trabajar. Es una forma límite de la maniobra histérica, con la finalidad de intrigar –en los dos sentidos que tiene la palabra en francés, que significa hacer una conjura complicada y proponer una cuestión–. Por eso, cuando Lacan habla de la intriga histérica, hay que entenderlo en los dos sentidos: como complicación histérica –los misterios histéricos– y como finalidad de la maniobra de hacer hablar.
En la experiencia esto se ve en la demanda fundamental del sujeto: que el analista hable. Lo explicaba muy bien un histérico: «Si usted no dice nada, no sé quién soy» e, inmediatamente después, decía «Quiero saber si usted admite sus errores». Las dos preguntas, la demanda de que el analista hable para saber quién es él y la demanda de que el analista admita sus errores, «nuclean» la estructura del discurso. Al empezar la entrevista, ese sujeto pretendía que no podía reconocerse al espejo, que oía voces, etcétera, lo que, al nivel fenomenológico, podía ser clasificado como psicótico pero, con la ayuda de la estructura del discurso histérico de Lacan, al final de la entrevista pudo concluirse que era simplemente un histérico. La descripción tan precisa de un momento psicótico respondía a una particularidad de ese sujeto, ya que era psiquiatra y sabía como imitarlo.
Para el preguntón, el analista es una referencia, y la sesión puede no ser más que la verificación de su presencia. Verificar que el analista está allí, como un punto fijo. Consideración que debe tenerse en cuenta en la duración de las sesiones, pues las sesiones de los preguntones, de los verdaderos preguntones, tienen que tratar precisamente esta llamada referencial.
Esto explica la lucha que se da en la experiencia entre el histérico y el analista, lucha que puede parecer dual, pero que implica, en la técnica analítica, que el analista no puede esconderse en el «No hay que responder a la demanda». Lo que hay en todas esas preguntas es un «¿Quiere usted echarme fuera?». En consecuencia, cuando se trata de los preguntones, es necesario asegurar al sujeto que hay una falta en el Otro, y que no necesita consumir su fuerza en hacérsela. Del mismo modo, no basta con decir que los histéricos en análisis son unos incordiantes. Se trata de la cuestión de su lugar –o no– en el Otro; razón por la cual Lacan recomienda un «vaciamiento» de la neutralidad analítica, para asegurarle al histérico un lugar en el Otro.
Terminaremos con un feliz encuentro, hallado en una edición de Dámaso Alonso del Polifemo de Góngora, que nos puede servir para pensar la posición que conviene al analista. Hay en el Polifemo de Góngora varias exclamaciones, pero solamente dos preguntas. La primera, la que comentamos aquí, está en la estrofa diecisiete. Creo que a Góngora podemos suponerle que sabe lo que hace, en cada detalle. Pues bien, ¿en qué momento introduce por primera vez la forma interrogativa en el Polifemo? Cuando describe a Galatea huyendo de sus amadores. En un punto peculiar, es el momento final de la descripción de cómo huye ese delicioso sujeto, descrito en las estrofas precedentes.
Huye la ninfa bella; y el marino
amante nadador, ser bien quisiera,
ya que no áspid a su pie divino,
dorado pomo a su veloz carrera;
mas, ¿cuál diente moral, cuál meta fino
la fuga suspender podrá ligera
que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra
delfín que sigue en agua corza en tierra!