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La novedad sexomaniaca

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En Macho (Astillero Films - 11:11 - Rodarte Entertainment - Labo Digital - Caravana Uno - Equipement & Film Design - Memoria Films - Eficine 189, 82 minutos, 2016), desatado quinto largometraje del exitoso cronista sexocostumbrista de vuelta del más ambicioso cine histórico hacia sus orígenes fársicos a los 61 años Antonio Serrano (Sexo, pudor y lágrimas, 1998; Hidalgo, la historia jamás contada, 2010; Morelos, 2012), con guion basado en temas de Oscar Wilde y Molière (entre otros magnos comediógrafos-faro) de una Sabina Berman enrachada tras la magnífica Gloria de Christian Keller (2014) para permitirse darle una infinidad de pequeñas o inmensas vueltas de tuerca a la trama primaria del modesto Modisto de señoras escrito por Fernando Galiana y René Cardona hijo (dirigida por éste en solitario hacia el incitante 1969), el exitoso diseñador de modas cuarentón ya con empresariales tentáculos internacionales Evaristo Jiménez Evo (Miguel Rodarte) se amaricona de exagerada, ostentosa, catastrófica y desarticuladora manera, usa rutilantes atuendos-estruendos multicolores, luce gafas sobre gafas, hace desplante tras desfiguro y desfiguro tras desplante con estolas de astracán y avión particular, usa sólo rutilantes atuendos multicolores cada vez más estrafalarios, ha diseñado por estricto encargo nuevas colecciones de modas para el Congreso o la Presidencia y unas túnicas sacras posfellinescamente episcopales para la Curia (“Evaristo era el gay con el que los poderosos se tomaban La Foto”), impone en NY y Colombia originales diseños femeninos (“Sus diseños dictan tendencia y son aclamados en cualquier parte que se presentan”) siempre extravagantemente inspirados en la conjunción de un animal (cebras, mariposas monarca, escarabajos, pingüinos, aves) con alguna diva (Dolores del Río et al.) y se hace pasar por gay arrollador porque eso le permite disfrazar su sexoadicción a las mujeres (“Acabo de pensar una cosa espeluznante, ¿a cuántas mujeres te has planchado? Son 322 en el último año y medio” / “Ah, y una cajera de Minnesota”) y ocultar su actual amorío adúltero con hembrazas como la despampanante modelo-clienta millonaria Viviana Vivi (Aislinn Derbez) que le erecta de sexoadicto rechupete los dedos falos aunque siga casada con el capo mafioso La Karen (Manolo Cardona), pero el estridente tipo, asediado en todas partes por un omnipresente documentalista intrépido (“¿Qué se siente ser Evaristo Jiménez?” / “Te voy a decir cómo es ser YO”) que resulta ser una chica intersexual más que aguerrida (“Nunca pensé que para filmar a Evo tendría que usar tácticas de guerra”), se ve de pronto salvaje y peligrosamente cuestionado en su trabajo y en la falsedad de sus presuntas opciones homosexuales por el ponzoñoso crítico de arte al rape con abanico rojo Vladimir Orozco (Mario Iván Martínez) para sorpresa de su adjunta la francesa sofisticadamente lela Gina (Sophie Gómez), por lo que el aterrado varón víctima de esa lengua viperina, viendo en riesgo la prosperidad de su compañía, cierra filas de inmediato con sus más allegados colaboradores y colaboradoras, el hiperkinético asistente aprendiz de diseñador con corbata de moño de puntitos Sam (Andrés Delgado), la cortadora veterana Conchita (María Ángela Aguilar) y ante todo con la flemática gerente general Alba La Bizcocho (Cecilia Suárez), quien, midiendo la magnitud de la tormenta mediática que se avecina (“A ti y a mí nadie nos va a quitar nuestro imperio”), urde con Evo un infalible plan protector de su reputación en entredicho, consistente en seducir al bello ojiverde diseñador viudo homosexual que debuta como brillante creativo joven en la empresa Sandro Sindy (Renato López), para fingirse fogosamente prendado de él de cara a los demás (“No se trata de que te vuelvas gay, simplemente tienes que añadir... un accesorio”), pero Evo realmente se enamora de él tras indeliberadamente lograr sacarlo del traumático impasse emocional sufrido tras la muerte de su esposo, lo asedia, lo sigue hasta su cabaña solitaria en el Desierto de los Leones, siente revivir su creatividad también él luego de su primer beso, y de nada le sirve llevar a la cama a su nueva todopoderosa musa trepidante Ana de la Reguera (ella misma), el otrora prepotente diseñador bien aleccionado (“No tienen por qué tener relaciones sexuales, ¿o si?”) deberá reincidir en la cabaña de su nuevo amado (“Mi cuerpo despertó bajo tus manos”) para confesarle su perturbación, confesarle su engaño (“Te engañé, no soy gay”) y copular totalmente obnubilado con él tres veces desde la primera noche amnésica, huyendo por completo trastornado, consultando en solitario la güija en la playa, botándolo todo de inmediato, desertando de su colección en proceso, debiendo enfrentarse a una persecución de los sicarios del celoso marido La Karen, teniendo que ir a un antro para negociar el chantaje que le tiende el documentalista intersexual e incluso refugiarse durante días enteros en las edipizadoras caricias de su anciana madre aún resuelvetodo (Ofelia Medina), pero pronto salir de sí mismo para finalmente afrontarlo todo y encarar las delaciones del perverso crítico frenético Vlad, al apersonarse a medio suntuoso desfile de su empresa de modas excéntricas, llevadas a buen puerto por la eficiente Alba y una recién liberada Vivi sorpresivamente enamorada también y bien correspondida por el ahora asumido bisexual Sandro.

La novedad sexomaniaca arma la pretenciosa farsa, semifantástica a su amanerada manera manierista, por medio de actores-personaje autorreferenciales que, al ser manejados entre la tradición populachera ¿espontáneo-genuina? de las idiosincrásicas películas noventeras de albures con nalguita (tipo Hembra o macho de Víctor Manuel Güero Castro, 1990) y la neosátira autodenigratoria a nivel de moralino sainete aggiornado tipo Manolo Caro (“¡Es que no piensas en que son 322 maridos cornudos!”), vienen a ser a la vez instrumentos y finalidades últimas del entramado genérico, con un Miguel Rodarte como un amariconadísimo macho barroco que se creía macho alfa que se amplificaría hasta la insufrible archisangronería grotesca olvidando su autoirrisoria excelencia controladamente sobria en El Tigre de Santa Julia (Alejandro Gamboa, 2002) y en Buscando al soldado Pérez (Beto Gómez, 2011) cual lobo sexoferoz Mauricio Garcés a la enésima potencia de su fingido homosexual Modisto de señoras a quien sólo le importaba tirarse a sus apabullantes clientas frondosas (Claudia Islas, Zulma Faiad, Patricia Aspillaga, nada menos, para acabar quedándose con la meserita Irma Lozano) y derrotar a competidores que lo mandaban espiar por algún detective torpón pero acabaría convirtiéndolos en servidores suyos, un Mario Iván Martínez calcándole su look al crítico de música Lázaro Azar entre la deturpación y el homenaje, una Cecilia Suárez en el papel de Meryl Streep como infalible cabeza organizadora de colecciones de alta costura de El diablo viste a la moda (David Frankel, 2006) y como leal Querubino de ese Don Juan, un Andrés Delgado en el rol de la dinámica auxiliar supereficiente Anne Hathaway del antes mencionado film-tributo a la marca transnacional Prada, entre otros.

La novedad sexomaniaca se siente ingeniosa 48 veces por segundo al articular su histérica gracia desatada sobre elementos subrayadamente propositivos como un epígrafe rotundo de Oscar Wilde (“La hipocresía nos descubre bajo la máscara de otra hipocresía”), un desfile-show digno de cualquier programa de variedades chafa de la Televisa ochentera, una autocomplaciente verba (“Las mujeres no queremos ser pandas, sino pingüinos”) entre seudosatírica intragay / antihomosexual masculina (“La patadas al marica quebrado que me tocó el pene” / “Eso m’hijo es asunto de tu ginecólogo”) y seudointelectual / antintelectual (“Mi inconsciente sí es decente”) que rivalizarían con películas francamente homofóbicas como el aberrante Pink de Paco del Toro (2016) ya que por gustar de un sujeto del mismo sexo “Me van a salir senos y se me va a caer el pene”, una indigesta colisión constante entre las gigantescas solapas rosa mexicano y el chal variopinto con camafeo o entre los vestidos con extremidades arrancables y rosota rosa en el ojal o entre afeminados trajes estampados y viscerales humillaciones a modelos juzgadas despreciables y descerebradas per se como buena carne de cañón sexual (“Parece un platillo volador elegante”), una tanda de pantallas tridivididas para enumerar los egregios triunfos del garañón sustentable, un colosal primer beso homosexual del héroe y su objetote sexual Sindy con fondo de Cabalgata de La Walkiria de Richard Wagner, unos formidables diseños garrapateados entre abrazo y abrazo estrecho con el todoinspirador muso apenas hallado, un desairado intento de acostón con cierta desilusionante desilusionada diva Ana de la Reguera incapaz de motivarlo con sus incipientes bolsitas bajo los ojos y su ofrecido cuerpazo suculento al desnudo, unas hipersofisticadas oficinas de cristalería majestuosa y los departamentos siderados con siderales túneles interiores en una jamás considerada Santa Fe fuera de la órbita espacial de la mediocridad capitalina, un sensual beso lésbico de Aislinn Derbez con otra guapa sumergidas en una piscina únicamente para despistar y dejar al ridículo modisto erotómano con ganas de participar en dorado calzón de baño, una riña a viriles golpes protohawksianos entre novios apasionados, una inminente ejecución a punta de pistola sobre la maravillosa azotea-mirador roja del planeta mexicano, una tomada de manos masculinas para marchar consciente e inconscientemente retadoras, o así, aunque en suma una zarabanda de peleles refrendadores de viejos acendrados estereotipos sexuales (los que exacerbaron y magnificaban Cardona-Garcés, los que magnifican y exacerban Berman-Rodarte) al cabo de otra vuelta de la espiral de las evoluciones / involuciones temporales.

Y la novedad sexomaniaca remata sus retorcidos enredos con una bisexual boda triangular de blanco impoluto entre Evo, Vivi y Sandro, misma que disfruta oficiando el propio realizador Antonio Serrano habilitado como canoso juez del registro civil (“Y ya no sentirán frío porque se darán calor; los declaro marido, marido y mujer”), aunque a su virulenta manera culpígena el film sólo haya desarrollado el sexoadicto conflicto relacional de Evo y jamás ni los de Vivi o los de Sandro, que apenas se insinúan y estallan de pronto a nivel de gag, al igual que los juveniles tríos genitales que se perdonaban mutuamente los románticos sexcandalosos Cecilia Suárez y Manuel García-Rulfo en La vida inmoral de la pareja ideal (Caro, 2016), pero eso poco importa, porque lo fundamental es que esas nupcias parezcan explosivamente heterodoxas (como el multiemparejador gran finale de Los hojalateros del Güero Castro, 1990) y que se realicen ante una sinfonía de azules aguamarina que sólo puede brindar el Caribe por fin desacomplejadamente nacional.

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