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La novedad incluyente

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En El Alien y yo (Sobrevivientes Films - Eficine 189, 83 minutos, 2016), encantador quinto largometraje del estilista capitalino de 41 años Jesús Magaña Vázquez (de Sobreviviente, 2003, y Eros una vez María, 2007, a Abolición de la propiedad, 2011, y Alicia en el país de María, 2014), sobre un guion suyo escrito en colaboración con Emiliano Flores Burillo y Fernando del Razo basados en el relato El alien agropecuario del provocador cuentista neojoseagustinesco superando al maestro Carlos Velázquez (quien elogió promocionalmente la película resultante como “Fajarse al Alien”, en su columna hebdomadaria “El corrido del eterno retorno” del suplemento El Cultural del diario La Razón el 24 de septiembre de 2016, para impedirle dar el semanazo que de cualquier manera terminó dando gacho), la prendidaza vocalista flaquita de piercing en una fosa nasal y gran tatuaje en un brazo Rita (Inés de Tavira cual fascinante revelación de frescura y ligereza), el guitarro líder tapizado de piercings Lauro (Juan Pablo Campa sin reponerse aún de sus pasos por el azotadísimo LuTo más En la sangre para acabarla de amolar) y el burlón bajista bigotudo ostentoso ostentatodo El Agus (Juan Ugarte) integran la banda de punk Da Feels, aún ajena al éxito aunque desde siempre se haya inspirado en Caifanes y OV7, por lo que, deseando darle a su conjunto un novedoso giro más musical, los tres convocan de común acuerdo un casting en busca de algún miembro refrescante, donde sobresale, por encima de un lonjudo tecladista norteño y hasta un soporífero pianista clásico, cierto soberbio ejecutante jovencísimo con síndrome de Down llamado Pepe (Paco de la Fuente posbusterkeatoniano formidable), quien, una vez vencidas (gracias ante todo a la acción desprejuiciada de Rita) las reticencias causadas por su vistosa e ineludible apariencia subnormal (“Si metemos a alguien así a la banda todo el mundo se va a reír de nosotros” / “¿Lo van a discriminar por ser especial?”) y rebautizado como El Alien”), en efecto va a concederles un aire distinto y hasta una apariencia misteriosa al grupo, que de repente, en gran medida por esa novedad incluyente, logrará hacerle buena impresión al legendario y poderosísimo empresario burlón Don Gramófono (Carlos Aragón), quien, desternillante al tratarlos como insignificantes puerquitos incapaces de pensar, decidirá representarlos (“Felicidades, morros, ya tienen manager”) y apadrinarlos, llevándolos de sus toquines mugres hasta la condición de instantáneas rock stars, propulsándolos a la fama, a las grabaciones de culto, al dinero, al frenesí existencial y a un desarticulador consumo de cocaína, en virtud de su intercambio del punk anacrónico por un pop más en boga, facilonamente acompasado a lo Amandititita y medio romántico, así como a la mudanza de su look alivianado y sus atuendos con jeans desgarrados, por elegantes trajes fresas color amarillo mostaza para fiesta fresa de los años sesenta, y en virtud de haber creado un nuevo ritmo esotéricamente denominado tecnoanarcumbia, pero sobre todo por el papel cada vez más central, carismático y crucial que desempeña El Alien entre ellos, materialmente cedido mediante unos cuantos billetes por la gansteril exdirigente de vendedores ambulantes Mamá Alien (Mahalat Sánchez), o sea, ahora propiedad de Gramófono y al servicio de la banda, hasta llegar a ser indispensable dentro y fuera del escenario, cosa que llenará de celos a Lauro, vuelto él mismo de pronto drogo de mingitorio y promiscuo compulsivo, rompiendo violentamente con la fiel Rita y obsedido con la morbosa idea fija de que El Alien revele su verdadera índole al perder su virginidad, con quien sea, con una escort de cortar el aliento (Gloria Toba), con alguna aspirante a diva previo lavado de coco (Sheyla Ferrera), o con groupies curiosas que han caído en la trampa sospechosa de que el enigmático Alien posee un pene descomunal (Fabiola Guajardo, Tato Alexander), todas ellas fracasando en su intento desvirgador, menos la propia Rita, quien insólita y tiernamente se ha encariñado e inclusive enamorado de El Alien, inspirándole seguridad a éste y a sí misma.

La novedad incluyente respeta, destaca y ensalza, que no reivindica porque ninguno como él lo necesita, la figura de un adolescente con síndrome de Down, hasta sus consecuencias extremas: un talento innato para la música, una autenticidad moral a toda prueba, una tenacidad sin reposo, una notable destreza para esquivar infundios o apechugar con humillaciones e indirectas, un merecido aunque involuntario ascenso al estrellato, un sentido ético de la mínima inmediata resistencia inerme, una enorme capacidad estoica para sobrevivir a los golpes feroces de Lauro cuando éste se le echa encima tras engañar a Rita con falsos intentos de reconquista, la obsesión por la pérdida de la virginidad masculina (al ras cómico de American Pie de Paul Weitz, 1999, y sucesoras) que nunca logra contagiársele, y last but not least el informulable secreto del carisma como algo instintivo que él sí posee, una cualidad impositiva de naturaleza entre animal e inmutable, para generar un ser extraterrestre contiguo, ese Alien que va a desaparecer por algún tiempo al lado del inexorable Don Gramófono, mientras ya rechazada hasta por un fortachón guardia de antro rojizo (Arturo Carmona) la banda de Los Puercos Pastel que pretendían sostener Lauro y El Agus a solas se desmorona ahora sí fallidísima, y luego reaparecer convertido en otra persona, como una suerte de Don Alien, admirablemente próspero, asumido en su inatacable e irreprochable especificidad resarcida como diferente, disfrazado con gafas negras y dueño de sí mismo y de su destino profesional para desafiar a todos los remanentes prejuicios en su contra (“No soy niño, no soy idiota, no soy tarado, soy El Alien y soy bien chingón”), bien situado para dar los difíciles pasos que lo liberan de una esclavitud a la inferioridad y le dan autonomía, puesto que por su muy particular realismo afectivo nunca deberá plantearse “la adquisición y el mantenimiento de su sentimiento de seguridad interior” (para decirlo en términos del teórico psicológico Charles Odier); pasos que van más allá de un mero estar “luchando con las limitaciones que le toca enfrentar. Con el afán de forjarse una carrera. Y lo más importante: haciendo lo que le apasiona”, que reporta Velázquez en su artículo citado y parasitado; pasos no distintos de los que debe a la de cualquier otro ser humano, de antemano condenado a acometer “la pérdida del objeto-autoridad” (Odier de nuevo) y a propiciar el derrumbe de un sentimiento propio e innato de no valer y de estar supeditado al obstáculo de los demás, rumbo a la autosuficiencia afectiva y efectiva.

La novedad incluyente utiliza el lenguaje coloquial, un florido lenguaje coloquial a borbotones y muy suyo y actualizadísimo y vibrante y resonador y milusos, como arma de dos filos y destrucción masiva, o por lo menos, devastador grupuscular, un lenguaje hiriente (“Eres una mierda”, espeta Rita a Lauro al desenmascarar su mendaz confabulación contra El Alien y para cortarlo para siempre), un lenguaje expeditivo (“Nel, no quiero volver a estar contigo”), un lenguaje con retrógrada tufo antiintelectual (“Vamos a darle crancky a ese look que traen de manifestantes de la UNAM”), un lenguaje en clave norteñosa (“Pura cromadita”, en alusión a la puñeta), un lenguaje cruel (“Siempre me han dado pena mis niños Teletón”), un lenguaje en el que se fundan buena parte de la vivacidad, la desparpajada alegría y la desfachatez de esta comedia proclive tanto a la farsa juvenil como a la fábula desprejuiciadora (“El mensaje del cuento, como el de la película, es: no subestimes a nadie. Sin importar su condición”, según cierta reduccionista lectura edificante del referido escritor Velázquez) y a la desinhibida fantasía desmadrosa para iniciados y no iniciados.

La novedad incluyente logra conjuntar, luego de varios semitropiezos y semiaciertos muy personales, todas las búsquedas y los hallazgos de su realizador en una sola película, ahí están entonces en eminentísimo término los continuos apartes medio irritantes medio arrobadores de Rita hacia la cámara y de inmediato ilustrados al estilo Sobreviviente del mismo arrebatado realizador (“Ésa soy yo, Rita, desertora de la Uni en segundo semestre”), ahí están las profundidades de campo de los jueces del casting ante el ridículo del participante en primer término, ahí están los full shots de los futuros puerquitos luciendo atuendos desarmantemente grotescos, ahí está la desatada tocada-bailable de azotea a lo recital Let It Be (Michael Lindsay-Hogg, 1973) en hiperfragmentada edición entre amorperruna y videoclipera vertiginosa de Miguel Schverdfinger, ahí están las canciones picantes con letras alburero-espinosas sin autocensura de numerosas bandas y solistas (Quiero Club, Jessica Bulbo, Pascual Reyes, Emmanuel del Real Meme, Quique Rangel, Daniel Gutiérrez) haciéndole el caldo sangresudado a la música apenas funcional de Emilio Kauderer conjuntando punk / rock alternativo / indie / trip hop / dark guapachoso y lo que se junte esta semana, ahí está la colorida y monocroma fotografía estrictamente equilibrada de Alejandro Cantú, ahí están los virtuosísticos movimientos de cámara girando en torno a un solo conmovedor de Rita al parecer abandonada en medio del escenario en un recital, ahí está el delgadísimo-infantiloide cuerpecito desnudo de Rita extendiendo los brazos de la satisfacción garantizada mientras su recién desquintado monstruito dormita bajo las sábanas a su lado dentro del sugerente rigor de un top shot fijo, ahí están pues cien coqueterías de estilo e innovaciones reales que hormigueaban en cintas anteriores de un Magaña Vázquez cada vez menos autor total pero con mejor estilo en su literal e inesperada película-summa, una aseadamente sucia y veladamente rabiosa película que de otra manera habría sido una prédica insoportable, sin Paco de la Fuente sería mucho menos, y sin la esforzada maestría adquirida por Magaña Vázquez, también.

La novedad incluyente diseña muy escasas salidas a un antro o a un mínimo escenario para recitales punk o pop, para prácticamente encerrarse entre las cuatro paredes de sótanos para ensayar o habitaciones de hotel y así poder concentrarse en las claustrofóbicas relaciones íntimas de Rita (inspirada traslación del personaje real de la malograda vocalista estrella Rita Guerrero de la banda Santa Sabina) primero como chava poseída en exclusiva por Lauro y luego como apapachadora activa e iniciadora erótica y afectiva (que no meramente genital) de El Alien, para lo cual serán indispensables tanto los apartes de la chava vuelta introductora-conductora de su propia experiencia vital como sus comentarios entre cínicos y sarcásticos en voz en off, tanto las bofetaditas juguetonas cual caricias apaches que intercambia con su novio normal como las bofetadas reactivas rabiosas o los antes impensables bofetones tajantes y furiosos que termina propinándole, tanto el impulso protector hacia El Alien a primera vista (“Nos permite ser más diversos”) como la cerebral estrategia de seducción desplegada por la chava utilizando como excitador para El Alien a una suculenta bailarina contorsionista de poste de table dance (Diana Hamm) antes de besarlo como insigne secreto tras la puerta, tanto la culpa reconocida cual falsa inocencia domesticada desde el inicio como la revelación de Rita con posibilidades mutantes que ni siquiera se huelen sus compañeros de agrupación, ya que Rita por su condición femenina heterodoxa vendría a ser el equivalente perfecto de El Alien, en especial por su estoicismo extremo y por las capacidades diferentes que asume al mismo nivel de los demás miembros de su banda, para acabar triunfante, al igual que El Alien, por encima de ellos, dentro de un film pre-musical, que viene a compartir una misma naturaleza-veta genérica estallada junto con la precoz madurez acústica del Somos Mari Pepa de Samuel Kishi Leopo (2013), la madurez paródica del Volando bajo de Beto Gómez (2014), la madurez chavorruca de Eddie Reynolds y Los Ángeles de Acero de Gustavo Moheno (2014) y la madurez medular de Una última y nos vamos de Noé Santillán-López (2015): una especie de comedia musical en potencia.

La novedad incluyente convierte el inventado concepto de Esponsor del Ego en el núcleo de un verdadero ensayo literario y archirreflexivo, los esponsores del ego o la necesidad de indispensables acariciadores de la vanidad para sentirse muy-muy, los esponsores del ego como patrocinadores de la segurización momentánea o permanente, los esponsores del ego para sostenerse en pie y para continuar, los esponsores del ego desde el prólogo hasta la conclusión, los esponsores del ego que pueden ser el Alien apenas atisbado en el principio (“Nuestro esponsor del ego había llegado”) o una galana confirmadora del narcisista atractivo personal de Lauro o un galancete guapetón como sucedáneo sexual de emergencia para Rita, los esponsores del ego invocados de continuo, los esponsores del ego convertidos en dispositivo de arranque y motor y urgencia de llegar, los esponsores del ego que se requieren en el viaje de escalada de la pirámide de la celebridad pero también al llegar ibsenianamente a la cúspide de la que sólo queda desbarrancarse, los esponsores del ego que se diseminan para satisfacer los sueños TVconsumistas adolescentes de los años noventa, en síntesis esos esponsores del ego o muletas o vejigas para nadar que todos los seres reputados normales necesitan, salvo El Alien, y de ahí deriva su confesa y reconocida superioridad.

Y la novedad incluyente cierra en apariencia su fábula narrativa exacto donde la comenzó, con Rita lamentando amargamente a cámara el momento en que cedió a los chantajistas clamores de Lauro para que le franqueara la entrada de su habitación y la descubriese en brazos del desamparado Alien pronto tundido a puñetazos abusivos sin poder defenderse (“Hasta hoy en día me pregunto por qué abrí esa puerta” / “Pero vamos a tu cuarto, ¿si?”), pero todavía falta la verdadera conclusión, agresiva y omniacogedora de la misma chava incluyente por excelencia ya transformada en un nuevo alien, un futuro tipo de ser humano genuinamente satisfecho con su carota hablándonos en gran acercamiento sin duda deformante y veraz, descubriéndose como una moscamuerta gozadora total y radical, por encima de cualquier reparo prejuicioso o discriminador (“Una vez que pruebas con un Alien te olvidas definitivamente de los terrícolas”), consagrando no sólo el reconocimiento y la aclimatación de la diferencia, sino sus posibilidades de dicha transgresora pese a todo.

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