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La novedad simbiótica

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En Jirón de niebla (Hilo Negro Films - Fidecine / Imcine - Eficine 226, 90 minutos, 2013-2016), arrebatado cuarto largometraje del especialista en tremebundista cine de horror desarrapado de 40 años Julio César Estrada (Espinas, 2005; Cañitas, 2006; El libro de piedra, 2007, segunda versión aggiornada de la homónima película de culto de Taboada), con guion suyo en compañía del transitoriamente también realizador terrorífico Gustavo Moheno (Hasta el viento tiene miedo, 2007, también refrito actualizado de Taboada) y Ángel Pulido basados nada menos que en el último argumento fílmico hasta hoy inédito del más grande autor mexicano de cintas de horror Carlos Enrique Taboada a más de tres lustros de su fallecimiento (1929-1996), el tierno niño desamparado y sumiso de 12 años Daniel (Alejandro Felipe) queda huérfano de una guapa madre sospechosamente promiscua (Verónica Merchant) y encuentra asfixiante refugio en una casona queretana repleta de enormes crucifijos y animales disecados, a cargo de su tiránica tía Elizabeth Sampere (María Rojo), viuda de un culto taxidermista y fanática religiosa, que suele flagelarse por las noches con gran variedad de mortificantes látigos punitivos, cuyo contacto exclusivo con el mundo exterior (“No estoy para nadie”) se limita a la metiche señora portadora fiel de la despensa diaria Doña Irasema (Arcelia Ramírez), y que somete sádicamente al muchacho a un excesivamente cruel régimen educativo-correctivo de prohibiciones y castigos absurdos que le impiden crecer de una manera libre, abordar a la lindita condiscípula Patricia de quien está enamorado a distancia o relacionarse siquiera con los burlones compañeritos que sólo le ofrecen su presunta amistad para que sea sorprendido supuestamente espiando en el baño de las niñas, por lo que al devenir un joven universitario estudiante de medicina, el infeliz Daniel (José Ángel Bichir) renuncia a su carrera cuando el viejo instructor forense (Ernesto Gómez Cruz) le hace participar en la autopsia de una mujer que en su imaginación se convierte en la madre que lo jala consigo, pero logra establecer una espontánea relación sentimental y amorosa con aquella inabordable Patricia ahora tododispuesta estudiante de literatura (Andrea Verdeja), gracias a completarse como una pareja creativa perfecta, ya que ella acostumbra redactar inútiles finales de cuentos y él es afecto a escribir relatos que nunca puede llevar a término, sacando fuerzas de flaqueza para invitarla a vivir a su lado (“Claro que acepto”) en la casona de todos tan temida, en donde la tía permanecerá rabiosa hasta desplomarse malherida por una caída en la biblioteca, ser rematada con un cuchillo por su sobrino y emparedada también por él en un rincón del sótano, dejando a la pareja amorosa reposar feliz por cierto tiempo, aunque no demasiado, pues el muchacho, abrumado por su culpa y fingiendo que la tía ha partido de viaje, comenzará a ser asaltado por tarjetas postales que supuestamente envía la tía desde el extranjero, anunciando su pronto retorno, y otras manifestaciones de ultratumba, al cabo de las cuales, llamados por la suspicaz proveedora de víveres, el tosco agente policial Vega (Joaquín Cosío) y su asistente ferozmente empistolado (Gerardo Taracena) se apersonen a husmear en el lugar de los hechos y reciban la exasperada confesión del deshecho joven sobre el paradero de su parienta, pero al derribar el muro y hurgar en la alcoba clausurada de la desaparecida, nada encuentran, hasta que en una nueva irrupción, tanto el agente Vera como Doña Irasema sean degollados por un Daniel que así se asegura de seguir desayunando y conviviendo en la sala-comedor con el cuerpo inanimado de Patricia, también ella violentamente liquidada a su debido turno.

La novedad simbiótica glosa una vez más el grandioso tema poeiano tomado de la historia extraordinaria de El corazón revelador que obsede a los cineastas de todas las épocas, comenzando sobre todo y tomando como referente directo la versión escrita y arreglada por el debutante en el largometraje David Wark Griffith en La conciencia vengadora (1914) que fusionaba The Tell-Tale Heart de Edgar Allan Poe con su cuento terrorífico “El pozo y el péndulo” y su apasionado poema “Annabel Lee”), donde un tío autoritario hacía lo imposible por impedir la boda del sobrino para provocar su propia muerte violenta a manos de su pariente, el ahorcamiento del joven homicida asaltado por la culpa y el suicidio de la noviecita Annabel arrojándose por un precipicio, pero ahora, en Taboada-Estrada el ajusticiado tío nefasto se ha convertido en esa tía aberrantemente beata que parece arrancada al magistral humor negro (“No me lo agradezcas a mí, sino a Dios Todopoderoso”, le dice al muchacho al levantarle el castigo de tener que calzar pesados y estorbosos zapatones de hierro forjado cual inhibidores cinturones de castidad con candado) de El esqueleto de la sra. Morales (1959) de Luis Alcoriza-Rogelio González hijo basados en el relato El misterio de Islington del narrador galés Arthur Machen (1863-1947), si bien ahora no para impedir unas nupcias, sino para lastrar y desviar para siempre el comportamiento futuro de un inerme chavito caído en sus garras.

La novedad simbiótica hace, dispone o permite que la edición anacrónicamente moderna de Óscar Figueroa Jara imponga un régimen de planos cortos casi subliminales e hiperelípticos, creando un ritmo jadeante, compactando y compactando, fundiéndolo todo, confundiendo la realidad real con la fantasía misteriosa y la visión subjetiva de las cosas (por añadidura con romanticones efluvios cursilíricos), evitando distinguir lo interior de lo exterior desde el principio hasta el final, volviendo el conjunto de hechos y planos un tanto onírico (visiones brutales de acuchillamientos a “Muérete puta de mierda”) o subjetivo, convocando una pretendida estética de la sugerencia engañosa y el énfasis autoimportante (une esthétique de l’esbrouffe, se decía en los años setenta), reduciendo a la brava en más de 10 minutos la duración del film ya reportada en el catálogo de películas Cine México 2013-2015 del Imcine, arrasando con las mejores sugerencias del montaje, difuminando todas las estilizaciones presentes, empezando por el estudiadísimo sonido tan preciso en su artificiosidad del propio coproductor Tizoc Martínez, disolviendo la elegante dirección de arte de Hugo Medina, saboteando el impacto visual de la formidable fotografía ambiental de León Chiprout, recurriendo de continuo a flashazos referidos a la misma secuencia o a modo de imágenes mentales o de inubicables insertos desplazados (que incluyen hasta al cuerpo desplomado de la tía accidentada al pie de la escalera para alcanzar los estantes de la biblioteca familiar), tornando banal la formidable música clásica de Eduardo Gamboa que admite los sendos pianazos de la tía e incipientes del sobrino interpretando con hermanado impulso obsesivo la misma turbulenta Sonata del opus 27 de Beethoven (hasta que ésta acabe por escucharse por su propio impulso truculentamente autónomo), impidiendo compenetrarse con el depurado trabajo actoral de matizados intérpretes (la veterana María Rojo por encima de su obligado guiñol habitual o más bien volviéndolo propositivo, los primerizos estupendos Alejandro Felipe y José Ángel Bichir), traicionando en suma las ideas geniales del Taboada póstumo en esta tercera parte de su trilogía-tributo, junto con las inútiles segundas versiones de El libro de piedra y Hasta el viento tiene miedo, antes mencionadas, a las cuales podría sumarse una más reciente superexplícita e inerte versión pretendidamente bombástica de Más negro que la noche de Henry Bedwell (2014) alrededor de un minino aún más diabólico que el original y en desperdiciado innecesario ¡3D! sólo para devenir la primera película mexicana filmada en ese formato.

La novedad simbiótica se torna ultrasimbiótica a pesar de todo al apoderarse cada décima secuencia y por supersobados que parezcan de algunos muy antiguos dictados eternos del cine de horror, para pasar de lo psicopatológico a la fantasía, para dar el salto del thriller psicológico al intrigante thriller en permanente proceso de construcción, para hibridarse, para transitar hacia lo indeterminado, una simbiosis entre la tía alevosa y el sobrinito desamparado rumbo a devenir reflejo impostado de ella, simbiosis sacrílega entre en el mundo malgré tout impíamente sagrado de Estrada y el pesado manto protector de Taboada, simbiosis lúdica maldita entre los juegos mentalistas en varias edades del entenado y la prestancia de las feroces bestias disecadas y los interdictos juguetes de época del difunto tío coleccionista, simbiosis represora introyectada entre los mudos encuentros lejanos a la hora del recreo infantil y su duplicación a la hora de los encuentros juveniles al amparo de los top shots de la biblioteca universitaria, simbiosis esplendente entre el chavo púber y su bello crecimiento súbito al transformarse en joven radiante por mera coordinación plástica de reflejos en un simple cambio de plano, simbiosis feérica entre la condición abstinente del mismo Daniel y la de algún cojo soldadito de plomo prendado de la bailarina del castillo de papel, simbiosis maléfica entre el hurgamiento inspeccionador en la polvorienta alcoba de la fallecida y su culminación en el descubrimiento de un crucifijo de tamaño humano acostado bajo sábanas en el lecho de la mujer, y así.

La novedad simbiótica hace imperar un misterio en inexplicable clave mutante que oscila entre lo sobrenatural y el determinismo psicologista, para decidirse finalmente por este último, haciendo confluir un enigmático prólogo sagazmente urdido por muertes catastróficas, unidas por el tríptico de gritos-eco formado por “Rompiste tu promesa”, “Está muerta” y “Yo la maté”, y luego, tras aclarar e incorporar esos enigmas a la corriente narrativa normal, concluyendo en una alucinada y sonriente convivencia armónica del doble homicida chavo psicotizado con el cadáver sentado erguido de Patricia (sin relación alguna con la mueca carcajeante de El cadáver de la novia de Tim Burton y Mike Johnson, 2005), bajo el sarcástico lema de “Hay cosas que sólo se pueden apreciar cuando están muertas”, en una escena primero parcialmente espiada por la ventana del jardín que curiosamente remite al mal ubicado y siempre ignoto delirio policiaco-criminal en código popular AR-15 comando implacable del destajista por una vez inspirado Alejandro Todd (1988), sin por ello traicionar la esperada sobriedad ni el postelenovelero tono propositivamente menor que le hubiera dado el inefable e impertérrito Taboada.

Y la novedad simbiótica estaba conformada por restos y remedos de gran cine semifantástico bajo la reiterada proclama ya lugarcomunesca de “Las mentiras se repiten tanto que se vuelven verdad”, jirones de una nebulosa película en la niebla conceptual que ya eran de golpe la obra misma.

La novedad del cine mexicano

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