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RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN UN BARCO DENTRO DE UNA CARTA

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Los amantes se están buscando. Ella está en Buenos Aires, él viaja a la España de la Guerra Civil. En cubierta, acodado sobre una poltrona de madera que oscila al ritmo del leve cabecear del buque varado, el pasajero comienza una carta. Los sentimientos circulan atropelladamente entre las varillas de la máquina de escribir y culminan en los tipos de metal con el dibujo preciso de cada letra: «21 de febrero de 1937… está lloviendo. Te imaginas con qué alegría, sea en Buenos Aires, sea en Francia, nos volveremos a ver... Nos une un amor grande y verdadero».

Los amantes viven de buscarse. El texto de la carta semeja una continuación del poema «Lluvia», que él escribió poco tiempo atrás a la misma destinataria y que integra el libro Todos bailan. Sucesivas declaraciones amorosas martillan sobre un mismo sentir: «Te quiero con toda la furia de la lluvia. Te quiero con todos los tambores de la lluvia». Carta y poema anudan ese fraseo que se desglosa en la misma cuerda de la misiva, el tono confesional y los envíos afectivos.

El pasajero se llama Raúl González Tuñón, poeta y periodista, con media docena de libros publicados hasta esa fecha, que dan la anchura de su voz y justifican, sin esfuerzo, el nombre que ocupará de ahí en más en las letras del continente. La destinataria lleva un nombre para pronunciar con delectación, Amparo Mom; un nombre con apertura eufónica que concluye de pronto con un breve golpe de tambor.

Hace poco más de un día que el barco con una escala programada en Dakar tiene los motores callados. En la popa, a un lado de la torre de botes cubiertos por lonas de un verde desteñido, el poeta sigue su esquela indiferente a todo. Un oficial va y viene parloteando con marineros embadurnados de grasa que huelen a combustible, mientras un mecánico indica con grandes ademanes que no hay más remedio que fundir la pieza rota. Tuñón escribe: «Amparito... cada minuto marca tu recuerdo. Estoy lleno de ti... Nunca me ha parecido el mar tan infinitamente triste y vacío como ahora».

Podría resultar extraño ese sentimiento de soledad en alguien que hizo del vagabundeo una manera de respirar. Porque si algo caracteriza a Tuñón es la marca de ese desplazamiento que resume su experiencia de vida y su escritura. El amor es itinerario del deseo y remite a mudanza, condensa muchos de los aspectos que determinan al viaje: descubrimiento, imaginación, aventura, azar, movimiento, interacción. En la proa, a quien quiera escucharlo, el escritor cuenta que el jadeo de la errancia se le metió en la sangre por varios lados: el silbato del tren en las estaciones de Constitución y Once, los paseos por el puerto de Buenos Aires de la mano de su abuelo Manuel y las historias del otro abuelo Estanislao, a quien apodaban «El Imaginero».

Pero ahora todo está suspendido. El buque es un insecto metálico atrapado en las redes de un mar calmo. Viaja la mente, el corazón da vueltas y la nostalgia es un estremecimiento que avanza por un corredor de cartas siempre con el mismo encabezamiento: «Amparito querida». Y luego: «Tengo necesidad de escribirte algo, estoy irremediablemente triste, no puedo soportar esto... Éramos tan compañeros... Al dejar cada vez más lejos nuestro cielo, el cielo que se queda contigo, te siento sin embargo a mi lado bajo este otro cielo en una presencia más poderosa que nunca. Estoy lleno de ti. Mi vida tiene un sentido en ti y por ti».

La pasión de los poetas

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