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LA ESPAÑA BLINDADA
ОглавлениеSólo en una mujer se puede seguir viajando; sólo en una mujer es posible abandonar la condición de extranjero. 1935 es un año crucial, Amparo y Raúl se casan y viajan a España, donde se reencontrarán con sus amigos: García Lorca y Neruda, en ese momento cónsul de su país en Madrid. Apenas llegados se comunican por teléfono con García Lorca quien los invita a un almuerzo en honor de Vicente Aleixandre a propósito de la salida del libro La destrucción o el amor. Tuñón conocerá allí a los poetas españoles más relevantes.
No hay un minuto que perder: ella le señala sus preferencias en el Museo del Prado: Goya, Brüegel y Bosch; mientras él la invita ceremoniosamente a la peña del Café del Pombo animado por Ramón Gómez de la Serna. Cuando no se pierden abrazados en alguna callecita mal alumbrada, se detienen a beber vino de valdepeñas en la taberna de Picazo, la preferida de León Felipe. Ahora se unen al poeta francés Robert Desnos y conversan animadamente alrededor de un plato de «cochinillo» en la taberna de Pascual; después gozan con García Lorca, animador de la reunión de artistas en la Cervecería de Correos. A ratos, Amparo hace un aparte con su compatriota Delia Del Carril, compañera de Neruda; se les unirán luego la mexicana Berta Gamboa, esposa de León Felipe y la pintora española Maruja Mallo. Terminan la noche en la «Casa de las flores» de un entusiasmado Neruda, ansioso por mostrar las pruebas de imprenta de su revista Caballo Verde. Bajo los ojos negros de Amparo, Raúl empieza a escribir los poemas de uno de sus libros principales, La rosa blindada.
Ella es testigo de la alta consideración de los intelectuales hacia su esposo: los poetas españoles firman un manifiesto contra la condena de dos años de prisión condicional que le fuera impuesto por su poema «Las brigadas de choque». A mediados de junio la pareja viaja a París, hace escala en Logroño, San Sebastián e Irún, y llega justo el día que inicia el Primer Congreso de Escritores y Artistas Antifascistas, que reúne a Tristán Tzara, Boris Pasternak, César Vallejo, Serguéi Eisenstein, André Malraux y otros intelectuales: «Ya nos defendíamos mejor que en 1929 con el francés; nuestro corazón continuaba “alegre y violento como el corazón alborotado de un mundo nuevo” y volvimos a respirar el aire fraternal de Montparnasse», recordará Tuñón.
De regreso a Madrid y antes de embarcarse para Argentina, León Felipe le organiza a Tuñón una lectura en el Ateneo; entre los asistentes figuran Pablo Picasso y Bertold Brecht. Los despiden con un banquete organizado por García Lorca en una tasca de la calle Luna. Durante la cena Miguel Hernández desliza por debajo de la mesa un papel que pasa de mano en mano hasta llegar a Gerardo Diego, quien parado en una silla lee en voz alta: «Raúl, si el cielo azul se constelara/ sobre sus cinco cielos de raúles/ a la revolución sus cinco azules/ como cinco banderas entregara». Es un soneto que Hernández le dedica a su maestro, el poeta argentino.
Raúl y Amparo están exultantes por el gozoso amor y la posibilidad de crear un mundo nuevo para ellos. Antes del regreso se encuentran con Gabriela Mistral a quien Amparo llama «el cacique araucano», por su cabellera. La chilena se había enterado de que Tuñón carecía de una máquina de escribir para su trabajo periodístico y decide regalarle una.
Cuando arriban a Buenos Aires en 1936, la Guerra Civil Española está a las puertas. Lo de siempre, Tuñón llega para volver. Amparo lo despide en el puerto, lo ve embarcarse en el Florida, le pide que se cuide pensando que, como corresponsal de El Diario y La Nueva España, seguro estará en la primera línea de fuego. Se abrazan, se consuelan, ella lo alcanzará más tarde en París. De nuevo están buscándose, marcados en ese destino que parece ser la constante de una relación intensa y no muy dilatada en el tiempo.
Tras el asesinato de su amigo García Lorca, España es otra. Tuñón recorre Barcelona, Valencia, Madrid, escribe en los trenes: «Amparito querida: con o sin congreso, vengas o no vengas, pronto nos veremos. Estoy deseando abrazarte y besarte». Escribe a bordo de los camiones atiborrados de soldados: «No sé dónde comenzar ni dónde terminar mis impresiones de esto único, inolvidable, extraordinario que estamos viviendo a ritmo apresurado... todos los amigos quieren firmar una tarjeta para ti». Escribe en los automóviles: «No te imaginas hasta qué extremo estoy asombrado de lo que veo y vivo... He recorrido nuestros viejos y queridos barrios... espero tus cartas con ansiedad».
Tuñón corre bajo los bombardeos, se cruza con Hemingway y John Dos Passos, participa del Segundo Congreso Internacional de Escritores que va a culminar en París y, en el final, lo despide de uniforme Miguel Hernández con su boina miliciana en el aire. Ya no volverían a verse.
Además de las crónicas periodísticas y los poemas de La muerte en Madrid y Las puertas del fuego, Tuñón envía desde España un aluvión de cartas a su Amparo: «Ante todo tengo que decirte que te extraño inmensamente y te quiero como nunca»; escribe entre los escombros del horror: «Ya en París, ya en Buenos Aires, el momento en que te vea será el más feliz de mi vida». En cada hoja, una misma canción: «Te adoro, te adoro, te adoro». En París, por fin, se funden en un largo abrazo. Tras un segundo encuentro de intelectuales antifascistas, se embarcan, junto a Neruda y Delia del Carril como única tripulación, en un barco que hace la ruta Amberes-Valparaíso.