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LA ÚLTIMA TRAVESÍA
ОглавлениеEste será el último viaje, pero no lo saben. La travesía es larga y ambas parejas cenan con el capitán y comparten copas con los marineros en la cantina de ese barco que rueda de sorpresa en sorpresa. Amparo y Raúl se besan frente al peñasco de Pedro y Pablo; envueltos en la madrugada ven el Mar de los Sargazos entre las islas de Cabo Verde y el archipiélago antillano; van tomados del brazo por el puerto de las Azores, conocen Guadalupe y Panamá. Cierran sus ojos frente una selva impenetrable para abrirlos lentamente junto a los chillidos de las guacamayas y los tucanes; tiemblan frente al estruendo de un volcán y los despiertan aullidos de monos cariblanca. Tuñón comenta que le llama la atención el albatros, ya que cuando uno de esos pájaros fenece –sostiene– en algún lugar del mundo también muere un poeta. Antes de arribar a Valparaíso –ciudad que al poeta le recuerda a Río de Janeiro y Marsella– visitan el puerto de El Callao en Perú.
Amparo y Tuñón ya están en Chile. Junto a Neruda, Tuñón funda el diario El Siglo y tiene a su cargo dos secciones diarias: «El diablo cojuelo» y «De sol a sol». Tras las labores suele concurrir con Amparo al Teatro Municipal o simplemente caminan por las calles de Santiago. En 1939 ella decide viajar a Francia a colaborar en la organización del viaje de los refugiados españoles a Chile a bordo del Winnipeg, una labor que contra viento y marea –y a ratos contra decisiones de su propio gobierno– lleva a cabo el «cónsul especial» Neruda. Ahora le toca a Raúl despedirla.
A las puertas de la Segunda Guerra Mundial, Amparo cumple su tarea y el carguero repleto de republicanos sale del muelle de Trompeloup y arriba a Valparaíso el 2 de enero de 1940. Amparo no está a bordo, porque ha debido trasladarse de Francia a Italia para encontrarse con su hermano Arturo. Cuando finalmente regresa a Argentina, en el mes de febrero, su salud está quebrantada; su vida se extingue como un soplo a muchos kilómetros del hombre que ama.
El poeta recibe la noticia en Santiago y se siente como en un barco estancado en medio del espejo. El cristal del agua devuelve la imagen de otras muchas embarcaciones –«La barca costera», «El barco asesino», «Blues del barco abandonado»– que aparecen en sus libros. También surcan esas aguas los buques fantasmas, los «Grandes veleros de los siete mares» de Héctor Pedro Blomberg –una de las influencias más significativas en la obra de Tuñón–, con quien comparte una escenografía de puerto, un atlas de añoranzas de lugares remotos y personajes con sangre de nómada siempre con el «alma en viaje» y «el dulce mal de andar». Entre esos personajes, lo irremediable dejó por siempre un espacio vacante; una Amparo desamparada.
Abatido, el poeta se sienta a la mesa y le escribe un poema más, una última carta: «Ya está dormida bajo tanto cielo/ y sobre tanta tierra enamorada/... en un silencio de apretada bruma». Sabe que el viaje ha terminado. Es posible que esa noche sueñe con una hilera de barcos, esos que al igual que los amantes no dejan de buscarse en el océano de la vida.