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AMPARO, «SANGRE HOLANDESA Y ESPAÑOLA»
ОглавлениеSe habían conocido en 1932 en Montevideo. Tuñón dialogaba con Natalio Botana, director del diario Crítica, en un hotel de Pocitos, cuando ella entró: «Amparo Mom era tan hermosa como buena, tenía sangre holandesa por el lado Mom y española por el lado de Medina, pero ella se jactaba sonriendo; también descendía de la bella inca que se casó con Pueyrredón», contará Tuñón tiempo después a Horacio Salas. Amparo explicó que vivía en la capital uruguaya invitada por su prima hermana, Salvadora Medina Onrubia, esposa de Botana. El mítico editor se encontraba exiliado en Uruguay debido al golpe del general Félix Uriburu. También Tuñón tuvo que escapar por la asonada castrense y eligió Brasil, país de su amigo el poeta Manuel Bandeira. Posteriormente, aceptando una propuesta de Botana para negociar posibles colaboraciones en el periódico Jornada, sustituto de Crítica, viajó a Montevideo. Había trabajado en Crítica desde 1925, compartiendo la redacción con Sixto Pondal Ríos, Jorge Luis Borges, Conrado Nalé Roxlo y Carlos de la Púa. Es posible que la primera conversación con Amparo haya girado alrededor de la rutina del diario, donde también laboraban los hermanos de ambos, Enrique González Tuñón y Arturo Mom. A ella le agradó escuchar de labios de él, la alta consideración que tenía de Arturo: «Notable cuentista y argumentista de cine, uno de los pioneros, precursores del cine argentino, y prácticamente el primer crítico cinematográfico». Luego, seguro que festejaron las semblanzas de los personajes de Crítica relatadas por Tuñón, como ese vociferante Roberto Arlt que caminaba por los pasillos del diario al grito de: «¡Amo a las mujeres canallas!».
Desde el primer encuentro con Amparo se sintieron imantados, envueltos en esa extraña y movilizadora paradoja de los amantes que se buscan cuando se encuentran. Lo súbito desembocó en un amor que lo comparte todo: bohemia, literatura, viajes e ideas políticas. ¿Cuál es el Tuñón que encuentra Amparo Mom? Es el inquieto periodista que entrevistó a Rabindranath Tagore y a Enrique Santos Discépolo; el intelectual que está por editar su propia revista, Contra, título que enmarca sin vueltas su posición de escritor crítico, comprometido; el mismo que se ganará una condena por «incitar a la rebelión» al publicar en esas páginas su poema «Las brigadas de choque».
La relación con Amparo, que colabora en la revista con algunas notas, va a estar marcada por el espíritu de aventura. Raúl intuye en ella, además de belleza e intensidad, la mirada cómplice que necesita para el diálogo de su asombro. Amparo quiere estar entre los pasos de ese excelente bailarín de tango y charleston, con aversión al domicilio fijo; de ese amante de los fondines, los gitanos y los circos; de ese hincha de Racing. No ignora que acaba de conocer al poeta revoltoso que algunos califican como el mejor de su generación. Por ese tiempo lo ve dar los toques finales a El otro lado de la estrella, el libro en cuyas páginas convalida su etapa vanguardista e incorpora lo social de manera contundente: «No os atreveréis a decirme a mí, que he recorrido tantas leguas, que con tranquilidad de conciencia se puede ser neutral en este momento».
Corre 1937. El barco sigue quieto. Tuñón tiene treinta y tres y una experiencia intensa de vida. Si trayectoria es senda transitada, en el poeta hay una temprana sabiduría amasada al ritmo de lo caminado: en Uruguay había empezado su primer libro El violín del diablo, que terminó de corregir en Santa Fe; en Tucumán describe la vida de los ingenios azucareros y en La Rioja dirige el periódico El Látigo. Precisamente en esa provincia, en Chilecito, vive su primera aventura amorosa con una novia celosamente custodiada. Cuando los hermanos de la joven se enteran, persiguen al poeta armados de escopetas. Alertado, Tuñón se echa al camino con lo puesto y a grandes zancadas alcanza los flecos de un tren.
Con el barco inmovilizado el poeta ocupa el tiempo lavando su ropa, juega al ajedrez, toma sol, lee algún libro; ahora mismo participa del jolgorio de quienes palmean a un marinero por la proeza de pescar dos tiburones en un sólo día. De pronto, la quietud es perturbada por un motor que suena próximo: «Acaba de pasar un hidroavión volando muy bajo. Debe ser de Air France y a lo mejor te lleva una carta».
Recuerda que en 1930 ya había hecho su viaje inaugural a Europa gracias a un Premio Municipal por su libro Miércoles de ceniza. No había ido solo; invitó a su amigo Sixto Pondal Ríos y juntos recorrieron barrios populares de España y Francia. Cuando el peregrinaje tomó rango de misión periodística, se intensificaron sus viajes: a Brasil a cubrir la revolución de Getulio Vargas, al Chaco paraguayo como corresponsal de guerra y a La Patagonia a visitar las tumbas de los obreros fusilados una década atrás.