Читать книгу Ruta de las abejas - Jorge Galán - Страница 14

9

Оглавление

El río Alfast venía de la niebla y volvía a la niebla, y de él sólo se veía un trecho que bordeaba las colinas redondeadas donde los conejos hacían sus madrigueras y la hierba era verde en los meses de primavera y de verano, y dorada en el otoño. Se decía que esos pinos tenían miles de años de antigüedad. Su madera era tan dura que muchos aseguraban que era la causa de que, en el interior de la casa de Emú, donde los ancianos regentes de Eldin Menor mantenían sus reu­niones, no hiciera frío en los días más gélidos, pues ni siquiera el invierno podía traspasar esa madera. Se decía que nada florecía bajo la sombra de sus pinos, ni habitaba alimaña alguna en su resguardo. Alguna vez se mantuvo sin nieve todo un año, aun cuando las colinas y todos los techos de Eldin Menor estaban blancos debido a las nevadas habituales, pero no el bosque, donde las hojas de los pinos se volvieron rojas. En la distancia, parecía que estaba en un incendio continuo. Y los que presenciaron aquello dijeron que era un espectáculo hermoso e inolvidable, digno de la mirada de los antiguos reyes.

Nu se encontraba arrodillado a la orilla del Alfast, limpiando unos pescados para la cena, cuando observó un ciervo que venía contra la corriente, que entonces era plácida. Era un hermoso animal que caminó junto a él como si no le importara que estuviera allí, pues no daba muestra de miedo. El agua no le llegaba más allá de la mitad de sus robustas patas. Por un instante, Nu dudó de si lo que veía era cierto. A unos metros de donde estaba, el animal se detuvo y miró en dirección a él, quien creyó que lo miraba. Pero entonces, el animal dio un brinco y corrió en dirección contraria, justo cuando un extraño viento trajo un desagradable olor que a Nu le recordó al de una ciénaga. Miró atrás y se encontró con un hombre tan robusto como un oso de las montañas parado sobre sus patas traseras.

—Creo que alguien necesita darse un baño —dijo Nu, de manera imprudente.

El gigante, que no había dejado de mirarlo, se abalanzó sobre él, embistiéndolo, tan veloz que Nu no pudo apartarse y ambos cayeron al río. Nu no podía moverse, pues el gigante pesaba demasiado. Tenía la cabeza bajo el agua, así que tampoco podía gritar, aunque lo intentó. Antes de perder el conocimiento, Nu distinguió una luz sobre el agua, como un fuego suspendido en el aire, y pensó, de algún modo, en los extraños seres que los pescadores decían que aparecían sobre el mar en el solsticio de invierno.

Ruta de las abejas

Подняться наверх