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—¿Qué hace una de la raza de los ralicias tan lejos de casa? —dijo un hombre, que se encontraba justo atrás de Lóriga, quien, inclinada, preparaba una fogata. El hombre vestía una capa gris con capucha y sostenía en la mano una pequeña espada, briosa y dorada pero lisa, pues no adornaban su hoja ni un dibujo ni unas letras.

—No estoy sola, buen hombre —dijo Lóriga, girando el cuello para observarlo.

—No veo a nadie más por aquí, salvo que se refiera a mi compañero.

Otro hombre, que vestía con una capa de color rojo, se encontraba a unos pasos a su izquierda.

—¿Desean una taza de té? Estaba por encender un fuego.

—Nadie camina por estas tierras de sombra —dijo el de la capa gris—, a no ser que tenga una buena razón para ello. Algo que comerciar, alguien de quien escapar o un tesoro que esconder. ¿Cuál de los tres es su motivo, señora?

—Ninguno de los tres —dijo Lóriga. Era improbable que pudiera defenderse, pero aun así observó hacia donde guardaban sus espadas, que se encontraban, al igual que otras provisiones, junto al hombre de la capa roja.

—No lo piense, señora —dijo el hombre de la capa roja—. Antes siquiera de tocar su espada, estaría muerta. Y no bromeo.

—Además —dijo el de la capa gris—, no vamos a hacerle daño, siempre y cuando nos cuente qué hace por aquí y nos entregue algo que pueda servirnos. Somos viajeros, señora, y necesitamos estar fuertes, sobre todo nuestro amigo el grande.

—No lo conoce, señora, pero en estos momentos está en el río. Ya sabe, pescando. Sólo espero que, sea lo que sea que pesque, no lo destripe.

—Es tan enorme que no puede controlarse. Es todo un problema, se lo aseguro.

Lóriga no estaba segura de si lo que decían era un mero alarde o en verdad Nu se hallaba en peligro. Habían sido demasiado confiados. A pesar de la advertencia de Lobías, ni siquiera consideraron el peligro de los ladrones por la zona. Lo olvidaron de inmediato, dado que toda la conversación se concentró en el sueño recurrente que Lóriga había tenido en las últimas semanas.

El hombre de la capa gris se acercó a Lóriga y se inclinó hasta estar tan cerca que ella pudo sentir su aliento, tan tibio como desagradable.

—¿De quién están huyendo, señora? —dijo el hombre.

—No estamos huyendo, sólo somos unos simples viajeros.

—¿Acaso pretende engañarme?

—No pretendo nada. Como ya dije, sólo somos viajeros.

—¿Y hacia dónde se dirigen? Más allá sólo queda la niebla y la oscuridad, no hay caminos para seguir, así que han llegado al final.

—Pretendíamos atravesar la niebla —dijo Lóriga. Entonces, el hombre la agarró por el brazo con brusquedad. Ella trató de desprenderse, sin conseguirlo.

—Lo siento, señora, pero me aburre esta conversación. He querido ser amable, pero detesto las mentiras.

Lóriga evitó gritar, pues no quería alertar a Nu. De algún modo, pensó que los visitantes se llevarían sus pertenencias y eso sería todo, pero muy pronto comprendió que se equivocaba. El hombre de la capa roja se acercó con un lazo. Ambos hombres la llevaron hasta un árbol, la obligaron a sentarse sobre las raíces y la ataron al tronco con rudeza. Mientras lo hacían, Lóriga no podía dejar de pensar en Nu. No estaba segura de cuál sería su reacción, si se enfrentaría a los hombres por su cuenta o si correría a Eldin Menor en busca de ayuda. Temía que quisiera enfrentarlos. Sabía que podría morir y no resistiría presenciar una escena como ésa.

Después de atarla, ambos hombres se acercaron hasta las pertenencias de los ralicias, y las revisaron. Mientras tanto, Lóriga trataba de mirar hacia su izquierda, por donde Nu podía aparecer. Sus manos temblaban. Un viento frío vino de alguna parte y ella sintió que le helaba la cabeza. Necesitaba pensar. Respiró con la mayor lentitud que le fue posible, sintió que el aire gélido entraba en ella, cerró sus ojos, escuchaba el murmullo de los visitantes y las llamas de la hoguera y la brisa moviendo las ramas. Necesitaba calmarse y pensar. De pronto, cesó todo sonido. Lóriga abrió los ojos y observó hacia su izquierda. Un hombre de gran tamaño caminaba arrastrando a Nu de una pierna, como si fuera un saco de papas.

Ruta de las abejas

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