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La mañana fue vertiginosa como el rápido de un río que baja de las montañas.

—Señor Rumin, señor Rumin —gritaba Lóriga al oído de Lobías, que dormía envuelto en una gruesa y cálida manta.

—¿Qué sucede? —preguntó Lobías, entre bostezos.

—Sucede que se van —dijo Lóriga.

—¿Se van?

—Las abejas. Se marchan.

Lobías dio una vuelta en el piso para desenrollarse de la manta y se levantó de un salto. Lóriga le ofreció una taza con algo de té.

—Bebe —le dijo, y Lobías bebió aquel líquido caliente y dulce, mientras el aire frío lo despertaba. El zumbido de las abejas Morneas vibraba en la lejanía.

—¿Se han marchado hace mucho?

—Debemos salir de inmediato —anunció Lóriga.

—Lamento que no tengamos tiempo para desayunar —se disculpó Nu con Lobías.

—No lo lamentes —dijo Lobías—, más lamentaríamos perder el rastro de tus amigas.

—Amarra esto a tu cintura —continuó Lóriga, quien le dio a Lobías una cuerda.

—¿Para qué es?

—Hazlo —insistió Lóriga, y Lobías la tomó e hizo lo que se le dijo. Luego, Lóriga le tendió una cuerda más grande y le pidió que amarrara un extremo a la que se hallaba alrededor de su cintura, y ella amarró el otro extremo a la suya. Después, hizo lo mismo con Nu.

—Ya entiendo —habló Lobías—. No quieres que nos perdamos.

—Precisamente —dijo Lóriga, mientras amarraba a los caballos y miraba de reojo cómo Nu encendía una lámpara. Cuando Lóriga acabó con los caballos, Lobías y Nu la esperaban.

—Estamos listos —dijo Lóriga, y los dos hombres asintieron y avanzaron. El zumbido de las abejas se escuchaba cada vez más lejano, y, sin embargo, al llegar frente a la niebla, se detuvieron. Parecían estar frente a una muralla gigantesca y gris. Los caballos relincharon, nerviosos. Ninguno de los tres dijo una palabra, pues no había mucho que decir, estaban allí, era la primera hora del día, el mundo conocido se había quedado atrás, delante había sólo incertidumbre y oscuridad, pero también un deseo de conocer lo que para otros no eran sino extrañas rimas de antiguos libros inmersos en bibliotecas igual de sombrías. Se encontraban frente a su destino. Y lo sabían.

El primero fue Nu, que avanzó, y en un instante se volvió una silueta. Luego, Lóriga. Y Lobías miró a ambos lados, pero no atrás. Entonces avanzó. Y fue así como comenzó la nueva historia de Lobías Rumin, fue así como se atrevió a hacer lo que antes jamás imaginó, aquello que le daría una vida nueva que duraría mucho más de lo que podía suponer. Y desde entonces, como ese día, jamás miraría atrás.

Ruta de las abejas

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