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Jorge Rivas Tride
Catacumba
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PRÓLOGO La historia que usted leerá a continuación descansa sus bases conceptuales en la estructura del TAROT MÍTICO, oráculo que posee algunas pequeñas variaciones en el orden de los arcanos mayores con respecto a las otras barajas del tarot. De este modo, podemos transitar a través de una historia que se irá desarrollando a medida que los personajes se internen y vivan esos capítulos con la finalidad de que, al salir de ellos, los aprendizajes adquiridos les otorguen un mayor grado de madurez, aun cuando el formato de la novela no siga una cronología lineal.
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CAPÍTULO II: Las Tías
(EL MAGO) ANA Febrero de 1820 El tétrico rechinar una vez más me inmovilizó y me puso alerta para identificar aquellas pisadas, durante el último año, mis sentidos se habían agudizado tanto que por sus pasos lograba distinguirlas perfectamente.
Agosto de 1816 Cada vez que tenía o creía tener la oportunidad, pegaba mi oreja en la puerta, necesitaba saber lo que había más allá, cómo sería el lugar al que mis tías iban cuando me dejaban solo, dónde estaban ellas la mayor parte del tiempo y por qué tanto afán en mantenerme oculto. Desde que recuerdo había quedado clara la absoluta prohibición de acercarme, pero ya había vivido cuatro años bajo las estrictas reglas impuestas por tía Ana y, a decir verdad, me tenía lleno como una garrapata.
Febrero de 1820 Ana regresaba a sus aposentos, su postura era clara e irrefutable, sus uñas eran aún fuertes como ella, y aquel fuego que emanaba de sus ojos respecto al tema, me dejaron en claro que debía cuidarme de ella, incluso de mi subconsciente. CLOTILDE ―¿Dónde estás, Matías? ―preguntó con su temblorosa y gastada voz―. Hijo, ¿dónde estás?
Valparaíso, Agosto de 1903 – EL PRESENTE Cuando la recuerdo me siento mal por ella, no por lo que sufrió, sino por la repulsión que me generaba su aspecto. La mujer no era mala, no era irascible, no me daba miedo en lo absoluto, pero el rechazo que le tenía era tal que prefería la brusca presencia de Ana ante la trémula apariencia de Clotilde; lo único agradable de su aspecto era su prolijo cabello gris peinado en un tomate. La odiaba por varias razones: por ser débil, por acusete, por estar siempre observando todo de manera solapada mientras ponía aquella burlesca sonrisa estúpida, pero esa no era la razón principal, el verdadero motivo de mi rechazo era más simple aún, más superficial: la odiaba porque era fea. 1820 No me importaba quién fuera. Podía demorarme al descartar de inmediato a Ana por los pausados movimientos que lograba oír, luego de tres o cuatro segundos deducía de inmediato la llegada de tía Clotilde, y una de las buenas cosas era que podía quedarme todo el día sin que lograra descubrirme; me divertía torturarla, deseaba que tropezara con algo para verla caer. Si hubiera podido adivinar quién entraría, a ella sin dudas la habría llenado de trampas y obstáculos.
La Maldad Varias bromas pequeñas fueron las que hice a la pobre Clotilde, entre ellas, vaciarle el vaso sobre la falda y hacerlo pasar por accidente, ¡era tan gracioso y placentero verla irse agachada, con las piernas abiertas y rabiando en el camino! Otra de las jugarretas que me gustaba hacerle, aunque un poco más arriesgada, consistía en estornudar encima de su rostro cuanto tenía la boca llena y disculparme de inmediato, ella se quedaba pétrea por unos segundos con los ojos cerrados al momento que arrugaba su cochambrosa cara y presionaba esos delgados labios con intensidad hasta ponerse blancos. Muy de vez en cuando recibía una bofetada, pero el golpe, cosa que casi nunca ocurría, era compensado con creces al verla de ese modo. Por otro lado, el hecho de colocar objetos cerca de la escalera, de plano no funcionaba y aparte me obligaba a ordenar todo. Esconderme mientras la veía rodear la casa era algo bastante trillado y había perdido la gracia hacía mucho tiempo.
MATILDE Matilde, cuánto cariño le tenía, cómo la quería, era la única en quién podía confiar casi de manera plena… casi, una y otra vez me cuestionaba en silencio si acaso ella hubiera podido derrotar a Ana de un solo golpe. Si bien, Ana era un poco más alta, la diferencia era muy poca, casi medían igual, pero Matilde era más gruesa, más contundente y podría ser más fuerte: ese era mi deseo.
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CAPÍTULO III: Enséñame
(LA EMPERATRIZ) Miércoles 15 de Marzo de 1820 Una vez más se abrió el portal mientras permanecía tendido sobre mi cama con la mirada perdida y absorto entre mis pensamientos. De inmediato agudicé el oído para sentir sus pasos, a esas alturas ya me era fácil distinguirlas por el solo caminar. Era ella, Matilde, qué alegría saberlo, hacía varias visitas que no aparecían las otras dos tías.
Viernes 31 de Marzo de 1820 ―Hoy te voy a enseñar a escribir los números ―dijo sosteniendo una varilla de treinta centímetros.
Abril de 1820 Los días pasaron y de los números pasé a las letras, eran más, pero comprendía con facilidad el modo de usarlas; a las dos semanas estaba comenzando a leer. En una de sus visitas Matilde decidió correr el riesgo y dio un paso más en su lección; para facilitar las clases incorporó nuevos elementos que sentí con el abrazo: algo sonoro, áspero y crujiente ocultaba en un bolso similar al que usaba Clotilde.
Lunes 17 de Abril de 1820. Cumpleaños de Ana y Cinco Décadas de Amargura Ese día bajó las escalas corriendo, pero sigilosa. Yo permanecía en cama, acostado, cubierto por las suaves mantas que mi tía favorita recién me había lavado. Matilde me venía a advertir para que no fuera a decir algo impropio, dado que bajarían todas a celebrar.
Sábado 22 de Abril de 1820 Una noche me embargó la inquietud. Me levanté a orinar y, al regresar, noté que algo bajo mi cama brillaba entre la oscuridad. Al principio mi sangre se heló, pensé que al abrirse la puerta uno de esos animales que dibujamos se pudo haber camuflado y sus ojos brillaban en la oscuridad como Matilde me había explicado.
Martes 25 de Abril de 1820 ―Sé qué es lo que buscabas ―dijo Matilde.
Valparaíso, Agosto de 1903 – EL PRESENTE Ahora que sostengo este objeto en mis manos, recordé que olvidé en ese entonces, preguntar el significado de aquellas doce pelotitas que usaba de collar, pero ahora sé que, aunque supiera su significado, no me lo hubiera dicho en aquella ocasión.
Martes 25 de Abril 1820 ―¡Tía, te quiero tanto, eres la persona que más quiero!
Jueves 27 de Abril 1820 Por fin tenía en mi poder la deseada lámpara, sabía muy bien dónde ocultarla, sabía además que, desde aquel lugar, tenía el tiempo suficiente para apagarla apenas escuchara el crujido de la puerta. Apenas quedé solo, me acomodé en dicho escondite y cogí el libro, pero mi mano rozó aquella cadena con su medalla que tanto me intrigaba.
Ταροτ Μ{τιχο Matías finalmente encontró regocijo dentro de su ser, se sintió amado y protegido como nunca había ocurrido. Aquello fue lo más cercano que estuvo de tener una madre, quien, si bien antes era una mujer solamente acogedora, en ese último tiempo había desarrollado también su parte afectiva. Matilde hizo que Matías armonizara la necesidad afectiva de su corazón y estimulante de su mente. Le enseñó a tomar conciencia del cuidado del cuerpo humano y con él estableció una complicidad que le permitió ganarse su confianza. Sin embargo, con esta actitud, ella lo mantuvo bajo las estrictas reglas impuestas para evitar cambios que afectaran el armado mundo que todas controlaban.
CAPÍTULO IV: Ana, la que Manda
(EL EMPERADOR)
Tenía estrictas órdenes de usar aquella lámpara durante los primeros días con una sola condición, debía ser solo en presencia de Matilde. Según ella, sabría con certeza cuando estaría capacitado y, por ende, me lo diría. En ese minuto ella era la autoridad al respecto y dejaba claras sus exigencias porque sabía que estaba desobedeciendo en forma descarada los lineamientos de Ana como nunca había ocurrido.
Martes 2 de Mayo de 1820, la Segunda Confrontación Durante ese día, mi obsesión por leer y aprender había llegado a su punto más álgido: escribía, leía, veía la foto, dibujaba, comenzaba con los números, y de ese modo continué las mismas actividades en un gozoso loop que me mantuvo ocupado al límite de perder la noción del tiempo que, sin conocerlo, podía manejar y presentir la llegada de cada una de las tres visitas diarias, porque de tanto vivirlas, podía calcularlas cada vez con más exactitud entre estación y estación.
Reivindicándome con Tía Clotilde El incómodo silencio invadió el cuarto y, lo que era peor, hacía más ruido en mi cabeza. La cama temporal se hallaba en el suelo, mañana de seguro sería reemplazada como ocurrió con las dos sillas y la mesa, donde Clotilde puso una pequeña fuente con una crema verde y semillas de color café; tenía un olor pestilente, pero según ella, era lo mejor para lograr una rápida mejora.
La Desobediencia de Matilde 12 de Junio de 1812 Una vez más, el estridente llanto del tirano lactante cruzó el pasillo con total facilidad, por descuido, la puerta había quedado semi abierta y Matilde de inmediato lo sintió. Como un rayo se levantó antes de que despertara Ana o cualquiera de las otras dos mujeres que habitaban la casa, aún no era medianoche y Matías corría serio peligro de muerte.
21 de Junio 1782 La imagen que proyectaba el padre de las tías de Matías acerca de ser un hombre viril y temible gracias al cuerpo alto, robusto y de fuerte estructura ósea que Matilde heredó, le ayudaba a imponer respeto frente a amenazas externas. Su comportamiento ultra religioso le era muy útil para mantener protegidas a las suyas, eso le daba el respaldo de las fuerzas eclesiásticas que complementaban la seguridad de él y de su familia, por ello se mostraban devotos y otorgaban generosos aportes económicos a la institución religiosa.
12 de Junio de 1812 ―¿Qué mierda significa esto? ―gritó Ana haciendo retumbar con un fuerte eco las paredes de la cueva, sus ojos que ardían en llamas armonizaban con su desfigurado rostro.
Viernes 5 de Mayo de 1820 Permanecí en mi nueva cama acostado en posición fetal, hacía tres días que tía Matilde no se hacía presente y, por mi parte, no me atrevería a preguntar a Ana ni a Clotilde, tampoco me animé a preguntar por aquella mujer de extraño aspecto que me desagradó e impidió la salida. Mis lágrimas corrieron hasta mojar la almohada por la culpa que me causaba la ausencia de Matilde, pensaba con dolor: “A lo mejor Ana la mató”. Ταροτ Μ{τιχο Así, Matías confirmó de una vez por todas lo que siempre había imaginado, lo que siempre había temido; era ella quien tenía el poder, una palabra de solo tres letras que resonaba contundente y fuerte como un trueno, la más dura, la más alta, la más firme, la de uñas más largas y la mirada más penetrante. Aprendió de una buena vez que lo dicho por Ana se hacía sin cuestionar, ni siquiera las otras dos tías se atrevían, por ende, a Ana se le obedecía, Ana es la que ruge, Ana es quien domina, Ana tiene pene, ella es Ana, la que manda.
CAPÍTULO V: Granadas y Narcisos
(LA SUMA SACERDOTISA) Sábado 06 de Mayo de 1820 La mañana siguiente no aguanté más, la intriga me retorcía las entrañas y necesitaba saber de tía Matilde, por eso, cuando Clotilde bajó fue como un regalo del destino, ya que sería más fácil preguntarle a ella considerando que Ana seguía con su pétrea actitud, la que, hasta hoy, después de tantos años, permanecía tan prístina como el día siguiente al incidente del incendio.
Valparaíso, Agosto de 1903 – EL PRESENTE No me canso de mirarlo a través de mi ventana cuando se oculta en el mar y deja el horizonte con ese vigoroso color anaranjado, no me aburro de ir a la plaza para recibir su calor y luminosidad. Cuando joven aprovechaba los momentos de descanso y ahí, sobre la cubierta, me henchía de toda su energía mientras me acariciaba la brisa marina, y pareciera que ese hábito me hubiera otorgado beneficiosos frutos para mi salud, puesto que todos mis compañeros de entonces hoy están fallecidos. Claro está que considero al verano y a la primavera las más bellas estaciones del año, en las que aquella fuerza vital se hace presente por más tiempo y con mayor intensidad; en verano por su calor, y en primavera porque las calles se repletaban de aquellas maravillosas flores silvestres que adornaban todo con mi color favorito, el amarillo, y los niños jugaban con ellas para ver su suerte: “Me quiere, mucho, poquito, nada”. Soy un agradecido de haber accedido a su presencia, porque pese a su negación durante gran parte de mi niñez, el resto de mis años fue compensado con creces.
12 de Mayo de 1820. Luna Nueva Una vez más, tuve la satisfactoria visita de aquella mujer, quien me llevó de nuevo a la superficie para contemplar el estrellado cielo en el que estaba estampada la luna, que lucía muy diferente a la recordada en mi anterior experiencia onírica. Al pensar en ello tomé conciencia de que, además, de estar en un sueño, los recordaba y relacionaba como si fueran sucesos reales ya vividos, era algo similar a estar en un universo paralelo.
19 de Mayo de 1820. Visita de Otra Era Un rancio hedor me despertó, no era aquella hermosa y misteriosa, mujer estaba claro, entonces pude notar que, en una de las sillas ubicada a los pies de mi cama, permanecía sentada una gran sombra negra que, debido a la oscuridad, apenas lograba distinguir; sin embargo, cuando abrió su boca para esbozar una inquietante sonrisa el brillo de sus dientes se reflejó abriéndose paso.
Ταροτ Μ{τιχο Cuando Matías probó la granada quedó vinculado con su madre en un nivel más profundo, dejó atrás su niñez para aprender a dejar ocultas las cosas que debía guardar en su mundo interior, donde descubrió un mundo fértil y rico de sueños, fantasías e ilusiones. De ese modo, y dentro de lo que su corta edad le permitía, logró moverse tanto en el mundo terrestre como en el de Hades, así como ocurría con las granadas y los narcisos, respetando las estrictas restricciones de ambos lugares.
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