Читать книгу Catacumba - Jorge Rivas Tride - Страница 17

Lunes 17 de Abril de 1820. Cumpleaños de Ana y Cinco Décadas de Amargura Ese día bajó las escalas corriendo, pero sigilosa. Yo permanecía en cama, acostado, cubierto por las suaves mantas que mi tía favorita recién me había lavado. Matilde me venía a advertir para que no fuera a decir algo impropio, dado que bajarían todas a celebrar.

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―Matías, Matías, hijo mío despierta, escucha, hoy Ana está de cumpleaños y bajará con Clotilde.

―¿Ahora?

―No, en un rato más, por eso vine, no vayas a decir o hacer algo que nos comprometa y borra las marcas del suelo de lo que estás aprendiendo.

―Sí.

―Me voy, y no pueden saber que vine en la mañana a decirte, llegarán por sorpresa.

Alarmado por las marcas que pudiera haber y que no lograba ver en la oscuridad, comencé a pasar el pie por todo el sector donde estuve jugando con el palo, temeroso de que aquella lámpara que portaban nos delatara.

Esa tarde llegaron con dulces y leche, pronto estaban todas sentadas alrededor, eso significaba que el próximo en ser celebrado era yo, el ciclo siempre era Ana, yo, Matilde y Clotilde y se iba repitiendo cada vez desde que recordaba. No sabía entonces lo que significaba el cumpleaños, solo entendía que se celebraba con dulces, té y leche caliente; una conducta tan contradictoria en relación con todo lo que me era negado.

―Tías, ¿qué significa cumpleaños y por qué hacemos esto siempre? ―Un silencio mortal se hizo presente―. No es que me queje, me gusta, ojalá lo hiciéramos más seguido.

―Cada cierto tiempo se hace y le toca a cada uno a la vez ―respondió Ana al tiempo que mantenía prístina su compostura, Clotilde la miró con esos ojos bicolores saltones y Matilde tragó saliva.

―Ah ―dije fingiendo conformidad con la respuesta, no obstante, Matilde captó el mensaje en seguida y asumió que sería una pregunta que repetiría cuando estuviéramos solos.

Al terminar el festejo, Ana se levantó y cogió la llave, Clotilde de inmediato la siguió, se apresuró sobre mi cama para alcanzar su bolso que a veces portaba y que, hasta hace pocos días, nunca había despertado mi curiosidad. Entonces, como si se tratara de un deseo cumplido, este resbaló de su torpe mano, cayó abierto y algunos objetos se liberaron. Matilde y yo la ayudamos, y en el proceso, descubrí cosas que no sabía que existieran entonces, entre ellos recuerdo con claridad: un abanico, unas cadenas de metal plateadas, algunas con medallas, algunas planas, otras abultadas; hojas de hierbas secas; y estúpidos adornos pequeños de madera. Al igual que su poseedora, todos esos objetos eran insignificantes para mí, excepto por un pequeño libro; nunca había visto tantas hojas apiladas y ordenadas, ese material era algo de lo que estaba muy familiarizado, estaba hecho de los papeles donde aprendí a escribir y dibujar. Matilde se percató de mi curiosidad y comprendió de inmediato que lo había relacionado con los papeles que me había traído para las últimas clases; me lo arrebató de las manos cuando lo observaba con detenimiento y lo guardó con rapidez en el bolso, acto seguido, se lo entregó a Clotilde y juntas se fueron. Sin dudas, Clotilde estaba obsesionada con los objetos pequeños.

Catacumba

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