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CAPÍTULO I: Ahora sé
(EL LOCO)

Valparaíso, Agosto de 1903 – EL PRESENTE

Ahora, que puedo ver el anaranjado atardecer a través de la empolvada ventana, pienso una y otra vez en el modo que llevo recordando mi primera y aterradora década de vida sumida entre las sombras y la ignorancia, donde solo conocía el exterior a través de las palabras y los dibujos cuyas imágenes quedaron impresas en mi mente hasta convertirse en una verdadera obsesión; obsesión que logró superar el respeto y el miedo que sentía hacia la persona más intimidante que jamás conocí a lo largo de mis noventa y un años de edad; y digo conocí, porque según los últimos diagnósticos médicos, para mí no habrán noventa y dos.

Aquellas memorias que abarcaron esos primeros años, habían sido borrados casi por completo de mis recuerdos, como suele ocurrirle a la mayoría de las personas, en especial a los que llegamos con la memoria sana a esta avanzada edad; sin embargo, y de manera caprichosa, en los últimos dos o tres meses y en pleno conocimiento del ocaso de mi existencia terrenal, aquellos fantasmas regresaron para permanecer intactos en mi mente día a día, suceso a suceso; cada sensación de pánico, de confusión, de incertidumbre que mis tripas sintieron puedo plasmarlas en este papel antes de que se extermine la esperma de los últimos paquetes de velas que me quedan.

Ahora sé que era 1820, en Lima, Perú. Tenía alrededor siete u ocho años y, hasta ese entonces, no sabía que existiera un mundo fuera de esas cuevas, me separaba de ello una poderosa y pesada puerta de madera fuertemente asegurada de la que aprendí, con mucho dolor, a mantener una distancia prudente. Tras ella se realizaban las más brutales atrocidades que jamás imaginé y que, por cosas del destino, alcancé a ver con mis propios ojos.

Así, a través del instinto y el aprendizaje, supe manejar cada situación al agudizar mi perspicacia día a día, “un paso a la madurez”, dirán algunas personas, sin embargo, yo no sé hasta qué punto se podía madurar en mi situación; sin tiempo, sin contacto exterior y limitado en un mismo espacio en el que, de manera literal, me daba vueltas y vueltas.

Nacieron muchas preguntas que fueron respondidas con el paso de los años y que nunca olvidé; de modo inversamente proporcional, en la medida que descubría cada duda, las cosas abandonadas poco a poco fueron siendo sepultadas por el polvo y el tiempo.

¿Quién era cada una de ellas?, ¿cómo es allá afuera?, ¿qué es queso?, ¿cómo es el sol, la lluvia, la luna, las estrellas, las nubes y de qué porte son?, ¿por qué no me dejan salir?, ¿cómo llegué aquí?, ¿y si no las veo más?, ¿qué es esto?, ¿dónde lleva este camino? Y así, un montón de preguntas que en el derrotero de mi primera década de vida debí tantear, observar y vivir para descifrarlas.

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Desde que abrió los ojos, desde su recuerdo inicial, Matías solo tuvo contacto con sus tías. Vivió por mucho tiempo en completa oscuridad amparado solo por la trémula luz de un candelabro que se paseaba al compás de sus sostenedoras. De ese irónico modo, el joven emprendía ignorante su viaje hacia el conocimiento de la vida sin saber que se avecinaba un intenso ciclo que jamás imaginó, repleto de avances a pasos firmes, pero también de estrepitosas caídas.

I. El Loco, Dionisios, Aire.

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