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4.2. Productividad, capital y progreso tecnológico
ОглавлениеDada la importancia que para el crecimiento económico reviste el aumento de la productividad, ha de prestarse atención ahora al estudio de sus determinantes.
La teoría convencional del crecimiento explica el aumento en la productividad del trabajo partiendo de una función agregada de producción, a través de dos factores: la mayor capitalización de las explotaciones (aumento en el capital físico y humano por trabajador –o intensificación de capital –) y la mejora en la eficiencia que consigue cada combinación de trabajo y capital aplicada al proceso productivo –o aumento en la productividad total de los factores, PTF –, cuyo principal determinante a largo plazo es el avance tecnológico. No obstante, debe tenerse en cuenta que, a corto plazo, otros factores afectan a esta eficiencia, bien de forma negativa, como el cambio de la estructura productiva hacia actividades con un menor rendimiento, tanto del trabajo como del capital, bien de forma positiva, como la apertura al exterior, que al igual que la mayor competencia en los mercados interiores, facilita la asignación de los recursos a las tareas más productivas. Por otra parte, conviene también aclarar qué se entiende por capital humano: la combinación de salud y conocimientos que posee cada trabajador, que se refleja en su rendimiento laboral y en su nivel relativo de salario.
En definitiva, lo expuesto puede expresarse de forma resumida diciendo que el trabajo aumenta su productividad porque dispone de mayores medios de capital físico y humano o porque el rendimiento global del proceso productivo se incrementa para una combinación de capital y trabajo dada (Recuadro 1). Ambos factores operan en cualquier economía. Uno de los «hechos estilizados» del crecimiento económico que apuntara Kaldor en 1958 es que el capital físico por trabajador tiende a aumentar, y también lo es que tiende a hacerlo el capital humano. A través de la estimación de una función de producción, se puede calcular el impacto de estos aumentos sobre la productividad del trabajo, debiendo atribuirse el resto del incremento de esta a la PTF, y más específicamente, al progreso técnico, cuyos factores causales deben ser, a su vez, investigados.
Recuadro 1
DETERMINANTES DE LA PRODUCTIVIDAD DEL TRABAJO
Se explicará aquí cómo se efectúa la descomposición del crecimiento de la productividad del trabajo entre sus dos determinantes, el capital por trabajador –físico y humano– y la eficiencia conjunta del trabajo y capital (productividad total de los factores, PTF) . Es preciso, para ello, partir de la existencia de una función de producción, esto es, de una relación conocida entre la cantidad de producto obtenido y determinadas combinaciones de factores, trabajo y capital, que pueden variar según sean las técnicas elegidas.
Supóngase que esta función adopta, entre las posibles formas matemáticas, la conocida como Cobb-Douglas, en atención a los dos economistas que analizaron por primera vez sus propiedades. Su expresión es la siguiente:
donde Y es el producto, K el capital físico total, h el capital humano por trabajador y L el trabajo no cualificado; α y β son parámetros que representan la elasticidad del producto respecto del capital físico y humano respectivamente (la variación porcentual del producto que origina una variación porcentual del capital), y A es la PTF, un multiplicador de la contribución al producto de la combinación de factores utilizada, que es función del progreso técnico. El que los exponentes del capital físico y del trabajo en la función sumen 1 supone la existencia de rendimientos constantes de escala en estos factores tradicionales.
Si ahora se dividen ambos miembros de la función propuesta por L, resulta:
O, más simplemente, haciendo Y/L = y; K/L = k:
donde la productividad media del trabajo (y) depende del capital físico por trabajador (k), del capital humano por trabajador (h), y del nivel de eficiencia y progreso técnico (A).
Si se transforma la expresión anterior en tasas de variación, tomando logaritmos y diferenciando respecto al tiempo, se obtiene que la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo es igual a la del capital físico por trabajador multiplicada por α más la tasa de variación del capital humano por trabajador, multiplicada por β, más la tasa de variación de A, esto es:
O de forma más sencilla:
Calcular  resulta muy fácil si se conocen α y β, ya que puede disponerse de información acerca de y (PIB por empleado), k (stock de capital físico por empleado) y h (años medios de estudio). Basta entonces despejar su valor, que resulta ser:
Puede demostrarse que, si se supone que los mercados son perfectamente competitivos, los valores de α y β coinciden con las participaciones en el PIB de la remuneración del capital físico –excedente bruto de explotación menos la parte salarial incluida en las rentas mixtas– y del capital humano –masa salarial que excede al salario de no cualificación (salario mínimo)–, valores que pueden ser estimados a partir de las Cuentas Nacionales y que en las economías desarrolladas se sitúan en el entorno de 0,4. Algunas estimaciones alternativas, usando métodos econométricos, obtienen valores bastante más elevados para el capital humano.
Los resultados obtenidos al realizar este ejercicio de contabilidad del crecimiento económico para la economía española y el conjunto de los años que se están estudiando aquí se recogen en el Recuadro 2.
Pero es necesario asimismo explicar la evolución de la productividad del trabajo en las diferentes etapas de ese amplio periodo, examinando las contribuciones del capital físico y humano por trabajador y de la PTF.
Finalizada la fase de industrialización de la economía española, el aumento en el stock de capital físico se ralentizó sensiblemente, pasando de crecer a una tasa anual media por encima del 4 por 100, antes de 1985, a hacerlo a otra en torno al 2 por 100 en los últimos treinta años. Con todo, esta evolución puede ser considerada como normal, en lo sustancial, clara expresión de la significativa dimensión alcanzada ya por el stock de capital de la economía española y, por consiguiente, de la dificultad de aumentarlo sin incrementar de forma apreciable la tasa de inversión sobre el PIB (el peso que representa sobre este la formación bruta de capital fijo), que se ha mantenido relativamente estable –en torno al 23 por 100– en el periodo estudiado, un valor por encima de la media comunitaria. Debe resaltarse, no obstante, que en los primeros años del siglo actual, este valor ascendió hasta alcanzar el 30 por 100 en 2007, fruto de la elevada inversión realizada en inmuebles.
Recuadro 2
LA CONTABILIDAD DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO
Medida en euros de 2015, la productividad del trabajo en España ha pasado de alrededor de 14.000 en 1960 a 65.000 en 2019, un ascenso de 51.000 euros que ha supuesto multiplicar la cifra de partida por más de cuatro.
En el mismo espacio temporal, el capital físico por trabajador ha aumentado de alrededor de 42.000 euros de 2015 por ocupado a 213.000, multiplicándose por más de cinco, y llegando a superar las cifras de Alemania o Italia, lo que en una buena medida se debe a que en ese valor se incluye el de los inmuebles residenciales, que en España representan un porcentaje más elevado del total del capital físico. Dicho aumento en la capitalización física de la economía habría incrementado el producto por trabajador en algo más de 17.000 euros en los 59 años considerados (siempre a precios de 2015), lo que implica un 33 por 100 del aumento realmente experimentado por esa magnitud.
En lo que respecta a la contribución del capital humano, resulta más difícil de estimar pues su incremento se encuentra tan asociado al del capital físico que resulta complicado separar las aportaciones de ambos. Por otra parte, el capital humano no solo mejora el rendimiento del trabajador sino que también influye indirectamente sobre la creación y difusión del progreso tecnológico. No obstante, puede tratar de aproximarse tan solo su efecto directo, partiendo del mejor indicador disponible, el número medio de años de estudio de la población ocupada, que en España pasó de 5,3 en el año 1960 a 11,6 en 2019, más que doblándose. El impacto de esta importante variación sobre la productividad del trabajo sería de al menos 6.000 euros más, eligiendo la opción más conservadora, lo que equivale a un 11 por 100 del aumento total calculado.
De esta forma, las contribuciones del capital físico y humano explicarían conjuntamente el 44 por 100 del aumento en la productividad del trabajo que ha tenido lugar en el largo periodo considerado, debiendo atribuirse a la PTF el 56 por 100 restante, un porcentaje muy alto, equivalente a 29.000 euros por trabajador. Esta notable contribución de la PTF se habría concentrado en la década de 1960, de elevado crecimiento y modernización de la economía española.
El ascenso en el capital humano, sostenido y más pronunciado desde 1975 hasta el año 2000 (a una tasa media del 2 por 100 anual), compensó en alguna medida el menor avance del capital físico, pero no pudo evitar que la aportación conjunta de ambas formas de capital al incremento de la productividad se hiciera gradualmente menor, como muestra el gráfico 4.
Así pues, como en toda economía madura, en la española el crecimiento de la productividad del trabajo se ha ralentizado con el tiempo, al recibir menos impulso del capital físico –y también del humano, en las dos últimas décadas–. Como era también de esperar, la desaceleración de la PTF ha contribuido en una medida apreciable a esta evolución decreciente, conforme España se acercaba en renta per cápita a otras economías más avanzadas; en el citado gráfico, este hecho se refleja en el acortamiento paulatino de la distancia entre los puntos de la línea indicativa de la evolución de la productividad del trabajo y de la que mide la contribución conjunta de los capitales físico y humano.
Pero lo que resulta anómalo, y singulariza a España en el marco de las grandes economías europeas, es el prácticamente nulo aumento de la PTF desde el inicio del decenio de 1990, que apunta a un estancamiento de los niveles de eficiencia del trabajo y del capital aplicados a la producción en los últimos treinta años, algo que debe atribuirse a la creación de empresas de baja eficiencia en los años de expansión, así como a la formidable extensión del sector de la construcción, no solo en inmuebles residenciales sino en todo tipo de construcciones, incluyendo las que integran los activos materiales de las empresas. A este respecto, basta con ver como la PTF aumentó durante algunos años de la Gran Recesión, a pesar de no registrarse avances en el progreso tecnológico. También lo hizo en los primeros años de recuperación, para hundirse en 2020, ya que las políticas aplicadas frente a la pandemia han sostenido los niveles de stock de capital y una parte del empleo, mientras se desplomaban la producción y la productividad del trabajo.
Gráfico 4. Contribución del aumento del capital físico y humano al incremento de la productividad del trabajo en España, 1961-2020
(tasas anuales de variación)
Fuentes: Eurostat e INE.
El gráfico 5 muestra de forma más clara esta anomalía, mediante una comparación con la UE-15. La productividad del trabajo en España, medida en porcentaje de la media de este conjunto de países, disminuye desde el final del decenio de 1980 hasta la Gran Recesión, en la que recupera los valores máximos alcanzados con anterioridad. Este descenso ha descansado en buena medida en el estancamiento de la PTF ya señalado, un aspecto de gran importancia, distintivo de España, que la distancia en eficiencia de otros socios comunitarios, y al que es necesario prestar atención ahora.
Gráfico 5. Productividad en España con relación a la UE-15, 1961-2020
(niveles relativos en PPA de 2015; 2015 = 100)
Fuentes: Eurostat y Banco de España.
En cualquier economía, el aumento de la PTF descansa en la incorporación de nuevas ideas, procedimientos y métodos a los procesos productivos y a los productos, que se hace factible a través de equipos de investigación y de una cualificación creciente de los trabajadores. En las primeras etapas de desarrollo de un país existe una gran capacidad para obtenerlos de otros países, a través de la importación de bienes de equipo que los incorporan –esta es una de las claves del fuerte aumento del capital físico por trabajador en las primeras fases de industrialización–, o mediante la compra a otros países de licencias, patentes, marcas, así como de asesoramiento técnico. O, más simplemente, mediante la imitación de tecnologías suficientemente difundidas, que son absorbidas e implementadas a través de equipos humanos bien formados. De ahí que el capital humano ejerza también un papel indirecto en el progreso técnico, favoreciendo la captación, absorción y difusión de nuevas tecnologías. La localización en el territorio nacional de empresas extranjeras desempeña, asimismo, un importante papel en todo este proceso (véase el capítulo 21).
Sin embargo, cuando se alcanza un elevado grado de desarrollo, la capacidad de adquirir y asimilar tecnologías de otros países se hace más difícil y costosa, siendo fundamental un esfuerzo propio de creación de nuevas ideas y el logro de una elevada cualificación de los trabajadores, con el fin de facilitar su absorción, difusión y transformación en nuevos bienes y procesos productivos. En consonancia con este proceso, España ha hecho un esfuerzo muy apreciable a lo largo del tiempo por ampliar el número de sus investigadores. Cuando se miden estos en tantos por mil de la población activa se obtiene la ratio de intensidad investigadora, que ha avanzado en paralelo con el ascenso en el número medio de años de formación reglada de la población activa, aunque con algún retraso con respecto a este (gráfico 6). El resultado de esta trayectoria es evidente: España se encuentra en 2020 solo algo por debajo de los países más desarrollados en estos dos indicadores.
Por consiguiente, no cabe atribuir a diferencias en el número de investigadores y en el nivel de educación de la población el estancamiento de la PTF. Ahora bien, la transformación de las nuevas ideas que produce la investigación en innovación (procedimientos y productos nuevos) requiere algo más que investigadores y personal cualificado. Exige un mayor esfuerzo de inversión del que se ha realizado en España, si se tiene en cuenta que el gasto en I+D sobre el PIB es casi la mitad del francés o el alemán. Aún es mayor la distancia con estos países en el esfuerzo tecnológico realizado por las empresas, que resulta particularmente reducido, aun siendo clave en la mejora de la innovación. También reclama un sistema de organización de la tecnología que haga eficaz ese gasto dedicado a producirla, y en este aspecto no parece haberse avanzado mucho, si se considera, por ejemplo, el indicador del número de patentes registradas, en donde España se sitúa muy lejos de los países más desarrollados (véase el capítulo 5).
Gráfico 6. Capital humano y tecnológico en España, 1961-2020
Fuentes : IVIE y OCDE.
En definitiva, todo parece apuntar a un predominio en España de investigaciones marginales y de escasos resultados, reflejo de una falta de ambición y adecuada organización en el esfuerzo tecnológico español en términos comparados. Se diría que España no ha transitado bien desde la fase de imitación de las tecnologías foráneas a la de creación de las propias.