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2.1. Posición

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La posición constituye un elemento fundamental de la valorización económica de un territorio. Los procesos de crecimiento económico tienen una indudable dimensión espacial, asociada a nuevas tendencias de localización de la actividad económica. La dinámica espacial ha registrado intensas transformaciones en el uso y organización de los territorios, reforzando sus interdependencias, alterando algunas tendencias, creando nuevos ejes de expansión y declive, reafirmando el decisivo papel estructurante de las nuevas infraestructuras o de los sistemas de ciudades, y situando, en fin, a los espacios en desiguales condiciones competitivas para la localización de actividades.

Desde esta perspectiva espacial, la posición periférica de España en el continente, alejada del centro de Europa, parece colocarla inicialmente en una situación desfavorable. Sin embargo, aun periférica, la economía española ha podido disfrutar de la renta de situación derivada de su proximidad a una de las áreas de mayores niveles de renta y bienestar de la economía mundial, y aprovechar sus efectos difusores, materializados en corrientes turísticas, en inversiones o en intercambios comerciales. Además, desde mediados del decenio de 1980, esa posición ha conocido novedades sustanciales. Así, en primer término, la adhesión de España a la Unión Europea supuso un cambio decisivo en la posición del país, que pasó de estar en Europa a estar dentro de Europa, y significó la definitiva superación de las barreras al comercio intracomunitario, posibilitando, simultáneamente, la apertura a una dinámica positiva de atracción de inversiones y de aprovechamiento de economías de escala y de rentas de posición en el gran mercado europeo.

En segundo término, dicha aproximación del espacio español al europeo ha permitido que, desde el corazón económico de la Unión Europea (de París al Rhur y hasta Milán,) que concentra la población y la producción, hayan partido efectos difusores en diversas direcciones, orientadas, tanto hacia la antigua Europa del Este y a los países nórdicos de elevados niveles de bienestar, como hacia la fachada mediterránea europea, propiciando la extensión hasta el Levante español de uno de los ejes de crecimiento y dinamismo de la economía europea.

En efecto, las tendencias espaciales del crecimiento económico nacional han seguido una pauta orientada en esa misma dirección, registrando una concentración de la población y del producto y un desplazamiento del centro de gravedad hacia el cuadrante nororiental y la zona mediterránea, además del área metropolitana de Madrid. La mayor accesibilidad relativa al núcleo central de la actividad económica continental ha impulsado el crecimiento del eje del Ebro y del Mediterráneo. En cambio, otras zonas del norte y del interior del país no han conseguido engarzar por igual con esos ejes y, por ello, tratan de mejorar su accesibilidad para compensar mediante nuevas infraestructuras la posición periférica respecto al núcleo central europeo.

La integración europea constituyó, pues, para la economía española el más favorable elemento de posición, entendido ya no tanto en unos términos espaciales que las nuevas infraestructuras y tecnologías de la comunicación han relativizado sensiblemente, sino como pertenencia a un ámbito institucional compartido y a un marco económico y social común.

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