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El euro como proyecto político

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En 1999 se puso en marcha un experimento único en el mundo: la creación del euro. Una moneda compartida por 11 países europeos (que posteriormente se iría ampliando hasta los 19 actuales) que seguían manteniendo su independencia política. La Unión Económica y Monetaria (UEM) fue, y es, una unión monetaria incompleta ya que solo se ha producido una cesión de soberanía en materia de política monetaria y cambiaria, pero no en los demás ámbitos de la política económica. La creación del euro fue un paso más en la construcción europea que se puso en marcha a mediados del siglo xx y con ello se aspiraba a favorecer la creación de una sociedad más integrada económica y políticamente. La idea fundamental en la que se apoyó la creación del euro fue el ordoliberalismo alemán, según el cual la política macroeconómica debería preocuparse por mantener una inflación baja y unas finanzas prudentes y en ese marco la prosperidad estaría garantizada en una economía de mercado. De este modo, se pensó que una política monetaria común en la Eurozona, que garantizase la estabilidad de precios, era la mejor garantía para lograr la prosperidad en Europa y así favorecer la integración política a medio y largo plazo. Todo ello a pesar de que la literatura económica nunca ha mantenido que la política monetaria sea capaz de generar crecimiento por sí misma.

Los impulsores del euro compartían la idea de que las ventajas de una moneda común eran la reducción de los costes de transacción y la ausencia de riesgo cambiario, de manera que se fomentaría la competencia a escala europea y se favorecería el crecimiento económico. Sin embargo, en el diseño del euro no se prestó atención a los requerimientos que señala la teoría de las Áreas Monetarias Óptimas (AMO). En particular, la necesidad de crear instrumentos o mecanismos de política económica que faciliten los ajustes y ayuden a la estabilización de la producción de una economía cuando esta se enfrente a desequilibrios que ya no se puedan abordar con las políticas tradicionales monetarias y cambiarias, que han sido cedidas a un órgano supranacional. En concreto, la teoría de las AMO señala que la viabilidad de una unión monetaria está supeditada a la existencia de transferencia de fondos entre estados, de manera que aquellos que se vean afectados adversamente por cualquier perturbación económica reciban ayuda suficiente mientras se realizan los ajustes necesarios. En la Unión Europea se supuso que bastaría con unas transferencias modestas y transitorias hacia los países y regiones menos favorecidos, o afectados adversamente por una perturbación asimétrica, para que el proyecto fuese viable. Sin embargo, la teoría de las AMO, y también la experiencia del comportamiento de las distintas regiones en el seno de un país, muestran que en ocasiones puede haber estados o regiones que para convivir con otros estados o regiones compartiendo una moneda común requieren de transferencias permanentes. Y esto nunca se contempló en el proyecto europeo. Se confiaba en que unos mercados de trabajo más flexibles y unas mayores facilidades para los flujos migratorios serían sustitutos suficientes de la pérdida del tipo de cambio para realizar los ajustes en momentos de crisis; en consecuencia, sería innecesaria la creación de un presupuesto redistributivo a escala de la Eurozona.

Las autoridades europeas siempre han mantenido que el euro es más que una moneda. Es un proyecto político y económico, ya que la renuncia a las monedas propias y la apuesta por compartir la soberanía monetaria con el resto de los países de la Eurozona se realiza con el objetivo de lograr una mayor integración económica y política. Para el éxito del proyecto se aceptó que era necesario que todos los miembros ganasen, y ello podía requerir de solidaridad en tiempos de crisis para compensar la pérdida de instrumentos de política macroeconómica. Sin embargo, no todos los miembros han ganado con su integración en la Eurozona; el grado de solidaridad ha sido muy escaso y por ello la viabilidad del euro es incierta. En otras palabras, el resultado fue la creación de una unión monetaria incompleta que lejos de generar una prosperidad compartida y una convergencia real de todos sus miembros, ha originado profundas divergencias económicas con «ganadores» y «perdedores» en el proceso de integración monetaria. Como se ha señalado repetidamente por diversos economistas, la Eurozona se creó como una asociación voluntaria entre iguales y se ha convertido en una relación de acreedores-deudores entre países con desigual influencia política, donde las naciones con mayor fortaleza económica imponen las reglas a los demás, de modo que ha dejado de ser un proyecto político entre iguales. Y en estas condiciones la viabilidad del euro no está garantizada.

En el diseño institucional del euro se optó por ignorar las recomendaciones de la teoría de las AMO y no se fue capaz, ni entonces ni ahora, de dar un paso más en la creación de un presupuesto común que, aunque no iba a resolver los problemas que pudiesen experimentar algunos países o regiones, contemplase la instrumentación de transferencias sustanciales, para compensar shocks asimétricos, que garantizasen la viabilidad de la UEM. Actualmente, el euro es exclusivamente un sistema monetario compartido por 19 países muy imperfecto porque no resuelve satisfactoriamente los requisitos que se le exigen a un sistema monetario ideal: cómo se genera la liquidez en los mercados de los países miembros y cuáles son los mecanismos de ajuste a disposición de un miembro que se enfrente desequilibrios macroeconómicos insostenibles. Y es por ello que el euro se ha visto sometido a crisis de confianza en los momentos álgidos de la crisis financiera.

La UEM se enfrenta a ciertos retos que debe afrontar para su supervivencia. Teniendo en cuenta que se ha producido una integración financiera parcial sin la adecuada regulación y supervisión, es necesario abordar con urgencia los problemas derivados de posibles crisis financieras que nunca contempló la teoría de las AMO. La integración financiera que se ha producido es muy imperfecta ya que no se ha logrado una integración de los mercados bancarios y de capitales. Hoy no existe un sistema bancario europeo, ya que estas entidades, que siguen siendo nacionales, no pueden usar los depósitos de un país para prestar en otro. Todavía no se han configurado bancos europeos, ni se han establecido los mecanismos necesarios para su creación. Entre otros aspectos, es imprescindible la existencia de un seguro europeo que garantice los depósitos. La creación de un sistema bancario europeo integrado debe tener un carácter prioritario ya que ello ayudaría decisivamente a realizar los ajustes necesarios ante nuevos desequilibrios macroeconómicos sin incurrir en elevados costes económicos y sociales. En la Eurozona, con un sistema bancario plenamente integrado, difícilmente se producirían salidas masivas de capitales cuando un país incurra en un desequilibrio exterior significativo, como sucedió tras la crisis financiera internacional. Por ello, es necesario promover la financiación directa a empresas y familias por bancos de distintos países, de manera que se conviertan en bancos realmente europeos. En otras palabras, es necesario crear bancos europeos que operen en la Eurozona del mismo modo que ahora lo hacen a escala nacional (sin distinguir en que regiones se captan los depósitos y en cuales se invierten). Por otra parte, conviene resolver definitivamente cual será el mecanismo de generación de liquidez en situaciones de emergencia para evitar que el pánico en los mercados financieros desencadene crisis económicas. Para ello, hay que reconsiderar la conveniencia de que el Banco Central Europeo (BCE) sea el prestamista en última instancia de los gobiernos. Finalmente, si se lograse en alguna medida la instrumentación de una política fiscal federal encargada de transferir fondos no solo transitoriamente, sino también con carácter permanente en determinados casos, se daría un paso decisivo en la consolidación institucional de la Eurozona.

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