Читать книгу España, una nueva historia - José Enrique Ruiz-Domènec - Страница 12
EL AÑO
Оглавление211 a. C. Esta es la primera gran fecha en la historia de España; luego llegarían otras más cargadas de igual significación. En ese año el general Publio Cornelio Escipión fue nombrado procónsul por el Senado de Roma con la misión de mantener la frontera del río Iber frente a los poderosos ejércitos cartagineses que amenazaban con cruzarlo y asumir el control de la costa. Era su primer cometido como general. Cuando observó el río sintió una extraña mezcla de emociones y temores, que expresó con la clase que le caracterizó siempre. Tenía alma de rey y no la escondía, e incluso corría el rumor de su ascendencia divina. Escipión recordó en ese momento y en ese lugar tres sucesos ocurridos después de la batalla de Cannas que habían forjado su carácter. El primero era la decisión del general Fabio de mantener a raya a Aníbal mediante una guerra de desgaste, evitando el combate en campo abierto; estrategia dilatoria que sin embargo no consiguió expulsar de Italia al intrépido general cartaginés. El segundo fue la evocación de las campañas de su padre, orientadas a destruir las bases cartaginesas en la península Ibérica, en una de las cuales perdió la vida. El tercer suceso se relaciona con su decisión de mostrarse dadivoso con la gente. Ocurrió dos años atrás, mientras se preparaba para las elecciones. Comprendió entonces que la distribución de vino, aceite y sal entre la gente, lo que se llamaba entonces congiarios, no era suficiente y que debía dar un paso más hacia esa conducta del regalo que Paul Veyne calificó acertadamente de evergetismo: convertir la generosidad en popularidad, es decir, en el impulso para una carrera política. El pan y el circo existieron porque en Roma los cargos eran electivos, y se necesitaba recompensar a los votantes con sustanciales prebendas; algo así como en vísperas de una cita electoral la promesa de rebajar los impuestos.
Al recordar estos tres sucesos, Escipión trataba de demostrarse a sí mismo y a sus soldados que era digno de la misión que el Senado le había encargado. Si a esta satisfacción simbólica se unían además algunos efectos afortunados, tanto mejor para él y para los suyos. La fortuna en Roma era para los audaces, y nadie podía decir que Escipión no lo fuera. Sin embargo, la cautela era necesaria a tenor de las dificultades. No podía olvidar la sangrienta lección del lago Trasimeno y de Cannas, cuyo recuerdo perseguirían con obstinación los historiadores de Roma, empezando por Polibio.