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PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN

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No podemos concebir lo nunca soñado.

RICHARD WILBUR

Con este libro me propuse captar correctamente la historia de España en una época proclive al acoso político sobre ella. Nació de una sostenida convicción y de una confiada esperanza. Tengo la convicción de que el propósito del historiador profesional consiste en interpretar el pasado conforme a reglas y consensos internacionales depositados en una rica bibliografía, en la que priman la pluralidad y la ponderación sobre el dogmatismo y la intemperancia verbal; y tengo la esperanza de que la sociedad del siglo XXI volverá a interesarse por la historia como disciplina narrativa. Por eso, antes de que se dirima el significado de los hechos pretéritos, es preciso (obligado, incluso) saber lo que ocurrió, en qué orden y con qué resultados. Esa es la verdadera tarea de quien hace historia.

Al respecto, en 2012, el distinguido historiador inglés sir John H. Elliott, al publicar un robusto elogio a la tarea del historiador con el título History in the Making (Haciendo historia en la versión española, de Marta Balcells, para Taurus), afirmaba con absoluta convicción: «La buena historia seguirá dependiendo, como siempre ha dependido, de algo más que acumulación de información y despliegue de conocimiento. La aproximación de todo historiador al pasado viene condicionada por su temperamento y experiencia personal, pero ningún historiador es una isla y la sabiduría se adquiere, al menos en parte, de la lectura y reflexión sobre la obra de historiadores pasados y presentes, y participando conscientemente en una empresa colectiva que abarca generaciones y está comprometida con lograr una mejor apreciación tanto del mundo que ya ha desaparecido como del mundo tal como lo conocemos hoy en día».

Cuando lees afirmaciones tan juiciosas como esta de un insigne y altamente reputado historiador, te asalta la pregunta de qué ha pasado para que semejante sabiduría no llegue a las aulas universitarias en esta era de incertidumbre, como diría John Kenneth Galbraith. Porque tengo la desagradable sensación de que, en los últimos años del siglo XX, en España se ha educado a generaciones de jóvenes desprovistos de referencias comunes sobre lo que ha sido, y es, una historia compleja, pero muy rica en matices, a veces sin duda dramática y otras épica, pero sólida y llena de identidad. La consecuencia más palmaria es que se ha debilitado la conciencia crítica indispensable para el buen uso de las obligaciones ciudadanas en una sociedad abierta, que necesita el recurso de la democracia como forma de gobierno. Sorprendido por esta circunstancia, y tanto más confundido debido a que durante estos años la historia ha estado presente en todos los debates sociales, me percato del peligro que supone el creciente analfabetismo histórico, la tendencia a citar el pasado desde la ignorancia. Tras comprobar de qué modo se amañan los hechos, o la inclinación a delirantes genealogías políticas o personales, me dispuse a poner orden en un inmenso material. Controlé la información tanto como el modo de hacerlo, ya que hacer historia es mucho más que reunir un montón de información. Trabajé en la convicción que me inculcó hace algunos años Georges Duby de que un libro de historia mal escrito es un mal libro de historia. Fijé los detalles y precisé los calificativos, en la línea que marcaron algunos grandes maestros de ayer y de hoy, desde Tucídides a Gibbon, desde Polibio a Burckhardt, desde Guicciardini a Elliott. A menudo lo convencional es una forma adecuada para construir un buen relato.

En ese momento se desvelaron las nociones de principio y fin que dan sentido a la presente (y muy ampliada) edición. Principio en cuanto inicio de la narración en un momento concreto de la historia de España, alejándome así de la tentación de los orígenes de la que hablaba Marc Bloch; en este caso, cuando Publio Cornelio Escipión llega a la península Ibérica en 211 a. C. con un mandato del Senado de Roma. Hubo una revelación entonces para la historia de una geografía llamada Hispania, vale decir, España: a partir de entonces todo lo que en esa geografía se hizo, o se dejó de hacer, está especialmente ligado a este concepto de revelación, cuya realidad sustancial buscó con denuedo Américo Castro y calificó sorprendentemente de «enigma histórico» su oponente, el gran medievalista Claudio Sánchez-Albornoz. Lejos del esencialismo, Manuel Lucena ha propuesto el concepto de alto valor interpretativo de comunidad emocional en su bello libro 82 objetos que cuentan un país: una historia de España maravillosamente construida a través de sus objetos más significativos, desde un hacha prehistórica a la bien conocida bombona de butano. Con el fin de lograr su meta, y vaya si lo logra, el libro acepta la idea de Hans Ulrich Gumbrecht de «experimentar mundos que existieron antes de nuestro nacimiento», como sin duda debe hacerse.

Luego está la cuestión del fin. Aquí la historia acaba cuando lo hace la escritura, justo en la primavera de 2017, con la sensación de que, tras unos años de intensa demolición del concepto España, su propia historia está a punto de transformarse. Hay fuerzas profundas que incitan a hacerlo, con una contumacia semejante a la que los pueblos ibéricos tuvieron ante los romanos. Algunos estamos llegando a la conclusión de que se puede alcanzar un momento catastrófico singular que convierta el fin de esta narración en un fin ontológico. Mi compromiso moral me exige estar atento a esta posibilidad del inmediato futuro, desde mi campo de observación forjado en los valores de un universalismo coherente. Mi postura es, por tanto, la de un cosmopolita ante los valores nacionalistas. Me inquieta comprobar la satisfacción de los gobernantes ante el triunfo de la mistificación que falsifica el pasado. No puedo afrontar la tercera navegación de mi vida con la sensación de un naufragio en ciernes en el lugar donde vivo. Veo triunfar la sumisión de la sociedad, incluso a través de elecciones libres. Sobre eso, el historiador debe decir algo.

Este libro se publicó por primera vez en febrero de 2009 en la editorial Gredos con una notable y buena acogida de público y crítica. Poco después, en abril del mismo año, se hizo una segunda edición para responder a la demanda del mercado. Una excelente reseña de Miguel Ángel Villena en el diario El País contagió a otros medios de comunicación. Hubo entrevistas en radio y televisión. Una nueva edición se hizo en tapa dura bajo el sello RBA en noviembre. Luego pasó las vicisitudes de todo libro de ensayo, comentarios, olvido y, de nuevo, comentarios. Hoy es un libro buscado. Por eso he querido hacer una cuarta edición renovada y ampliada con tres capítulos, como me exigían algunos periodistas, y de ese modo he podido completar el relato de principio a fin.

París, febrero de 2017

España, una nueva historia

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