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EL DERRUMBE CARTAGINÉS

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Resonaban los pasos del conquistador de Hispania en el Senado de Roma el día en que tomaba posesión del cargo de cónsul, en abierta disputa con el general Quinto Fabio Máximo sobre el camino que se debía seguir. Publio Cornelio Escipión proponía llevar la guerra a África, marchando sobre Cartago con la misma actitud que sobre Cartagena. Para él no había ninguna diferencia entre ambas ciudades. Los debates en el Senado se eternizaban, así que Escipión, sin malgastar tiempo en defender su punto de vista (ya lo harían sus amigos), prosiguió sus planes firmando una alianza con Masinissa, rey de Numidia, vecino y rival de los cartagineses en la región. La brillante caballería de Masinissa mejoraría aún más la actuación del ejército romano. La inteligencia de un general tiene de paradójico que está hecha sobre todo de cosas que no se pueden aprender; o de cosas que sirven para representar lo que no se puede aprender. Napoleón lo llamaba suerte; otros, sentido de la oportunidad. Escipión quiso tener a su alrededor una cosa u otra, consciente de que nada pervive sin ella. Es la misma actitud que siglos más tarde tendría en ese mismo lugar el general estadounidense George Patton cuando se enfrentó en condiciones desesperadas, tras el desastre del paso de Kasserine, al Afrika Korps del mariscal Erwin Rommel.

La campaña de Escipión contra Cartago comenzó en la primavera del año 204 a. C. con el desembarco en Útica. Deseoso de evitar un acuerdo negociado, en lo que los cartagineses eran indiscutibles maestros, provocó una guerra de desgaste sobre sus fuentes de riqueza agrícola y ganadera, ocupando el valle de Bagradas y lanzando continuos ataques de la caballería de Masinissa. Por fin, a mediados del 202 a. C., tras diecisiete años de campañas en Italia y Oriente, Aníbal regresó a Cartago. Comenzó entonces una auténtica guerra de estrategia. ¿Cómo y dónde tendría lugar la batalla? Escipión fue el único que pudo golpear a Aníbal con el arma frente a la cual el gran estratega se sentía indefenso: la elección del lugar. Fueron meses en los que el cartaginés atacaba y el romano se retiraba. Hasta el día en que ambos ejércitos llegaron cerca del pueblo de Zama con diferente actitud, uno descansado y bien pertrechado, el otro obligado a acampar en un lugar carente de agua. Sin poder usar la caballería, debido a la presión que ejercían sobre ella las tropas de Masinissa, la victoria solo podía caer del lado romano. Hasta el final, cuando Aníbal se rindió y los nobles cartagineses se sintieron autorizados a insultarle, Escipión sabía que su gran rival seguía siendo el hombre que un día, en los años que precedieron a Cannas, había atravesado los Alpes con un poderoso ejército de elefantes y se había enfrentado a su padre en diversas ocasiones infringiéndole duras derrotas. Cuenta Polibio que Aníbal aceptó durante unos años formar parte de la administración romana desengañado de sus planes sobre Cartago, se puso al servicio primero de Antíoco III de Siria y después de Prusias de Bitinia, hasta que los delegados del Senado dieron con él y se suicidó ingiriendo un veneno que llevaba siempre consigo en un anillo, no sin antes proferir una frase por la que sería recordado: «Libremos a Roma de sus inquietudes, ya que no sabe esperar la muerte de un anciano».

La relación Escipión-Aníbal ha servido para ocultar la realidad de la conquista de la península Ibérica por parte de Roma. Para el Senado, la campaña contra los iberos y otros pueblos indígenas carecía de sentido si no tenía como objetivo la plena sumisión a la «buena fe» romana. La memoria de la clemencia de Escipión podía haber favorecido el sentimental apego de los iberos a la magnanimidad del vencedor; pero no fue así. Zama mostró las posibilidades expansionistas de Roma, y sus generales se aplicaron a ello con diligencia y crueldad.

España, una nueva historia

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