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CAPACIDAD DE ADAPTACIÓN

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Desde la llegada a la península Ibérica, Publio Cornelio Escipión había considerado el derrumbe de Cartago desde una perspectiva militar, no política. Escribió Polibio al respecto: se abren dos caminos para Roma, una campaña breve pero decidida que ponga fin al poderío militar cartaginés o una ardua negociación sobre la base de los acuerdos alcanzados al final de la Primera Guerra Púnica. Escipión, por estirpe, posee el don de los límites, algo poco habitual entre los generales romanos, pero sabe que en las actuales circunstancias está obligado a lo ilimitado. Sabe además que, tras Cannas, todos los puentes de la vieja política del Senado con Cartago están rotos o a punto de romperse. Escipión necesita moverse entre los hilos de la alta política romana, contando con el firme apoyo de su ejército. Así pues, decidirá sin titubeos seguir la vía de la guerra contra los cartagineses, ese gesto donde el triunfo o el fracaso dependen de una jornada. Tales son las incertidumbres de los asuntos de la guerra.

En el 208 a. C. vence a Asdrúbal Barca, otro de los hijos de Amílcar (no lo confundamos con su cuñado del mismo nombre), en Baecula, la actual población de Santo Tomé, en el viejo oppidum de Terruñuelos, quizás mejor que Bailén o Baeza; aunque consiguió escapar del cerco para encontrar la muerte a orillas del Metauro. Dos años después, Escipión logró la decisiva victoria de Llipa (cerca de la actual Alcalá del Río, Sevilla) y finalmente se apoderó de Gades (Cádiz). En menos de cinco años, aquel general de veinticinco años había dejado el Mediterráneo por el Atlántico y comenzaba a barruntar un desembarco en África. Para ello debía regresar a Roma y convencer al Senado. Asunto nada fácil habida cuenta de los recelos que suscitaba en los sectores conservadores, incapaces de aceptar (e incluso de comprender) el imperialismo al que se precipitaba la República.

España, una nueva historia

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