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EL IDEAL REPUBLICANO VULNERADO

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Digo que Emiliano convirtió las dudas sobre el ideal republicano en protagonistas de los últimos años de su vida. Pero, al hacerlo, nos enseñó a comprender, en primer lugar, la realidad romana en el tránsito del siglo II al I a. C. y, luego, las dificultades de transformación de una sociedad surgida por y para la guerra.

En 133 a. C. reinaban el optimismo y la esperanza entre la población romana que, una vez superados los problemas de la Tercera Guerra Púnica y las revueltas ibéricas, aclamó con ilusión el triunfo de Emiliano que a partir de ese momento se llamó Publio Escipión Numantino, nombre que el Senado le dio por sus hazañas en Numancia, con lo que los respetables patricios de la República se hicieron cómplices del terrible final del pueblo ibero. En ese período presidido por la pax romana y por la prosperidad itálica, los romanos se imaginan un futuro munífico capaz de aunar el lujo privado con el gasto público. Emiliano percibió en la reforma agraria la posibilidad de conciliar las ambiciones de una mejor vida de los plebeyos con el deseo de mantener el orden social de los patricios; reforma, no revolución, acuerdo entre las clases, no conflicto ni guerra civil. La opulencia hizo de la década de 130 a. C. un momento crucial en la vida de Roma. Pero esos tiempos requerían un líder capaz de establecer un orden de prioridades y tomar decisiones.

Tiberio Sempronio Graco, miembro de una vieja familia senatorial, se ofreció para acometer esa ambiciosa tarea. Comprendió que Roma se enfrentaba a retos imposibles de resolver por vía militar. En 133 a. C. se presentó por segunda vez como candidato a tribuno de la plebe con la convicción de que podía aprovechar las circunstancias para remodelar el país y cambiar el mundo. Graco, con excelente formación jurídica y buena fama entre los plebeyos, había dedicado toda su vida a la reforma agraria. A diferencia de su primo, estaba convencido de que la política era la mejor solución para los problemas. Cuando todo parecía sonreírle, un grupo de conjurados dirigidos por el Pontífice Máximo le asesinó en el propio Capitolio. Una vez más, en la historia de Roma, un período prometedor había acabado en decepción ya que los bienintencionados partidarios de la reforma agraria impulsada por Graco descubrieron que los cambios que pretendían impulsar eran mucho más difíciles de cumplir de lo que suponían. Ya antes del asesinato de Graco en 133 a. C., algunos romanos abrigaban serias dudas sobre la aplicación de la ley agraria y no solo porque, como afirmó Plutarco, «los latifundistas, mirando por codicia y con encono a la ley y por ira y temor de su autor, trataban de seducir al pueblo, haciéndole creer que Tiberio quería introducir el repartimiento de tierras con la intención de mandar en el gobierno y de transformarlo todo». Las dudas, que constituían más un acompañamiento que un tema principal en los primeros años de la década de 130 a. C., son enemigas de cualquier período prometedor. Comenzaron entonces los graves conflictos entre las declaraciones públicas y las ideas privadas. Muchos testimonios de esos años se hacen eco de la campaña represiva del general Emiliano contra los seguidores de Graco y de las trágicas consecuencias para él. Emiliano fue encontrado muerto en la cama en el año 129 a. C. La mirada acusatoria se dirigió hacia su esposa Sempronia, hermana del reformador Graco.

En última instancia, 129 a. C. fue el final de una época y el comienzo de otra. Esto afectó por igual a la ciudad de Roma como a las Hispanias, Citerior y Ulterior, unas provincias cada vez más integradas en la vida política de la metrópoli. Las inquietudes manifestadas acerca de la reforma agraria y el papel de las nuevas clases sociales eran en gran medida una proyección de un temor general a que todas las verdades del mundo antiguo se desmoronasen. El cambio cultural era real, drástico y profundo. Ante esta situación la sociedad romana respondió de modos diversos, pero siempre con violencia. Los patricios se sentían amenazados, creían que la República estaba cambiando radicalmente, no hallaban ninguna vía para granjearse el apoyo de la plebe a su propia causa y contemplaban impotentes su hundimiento progresivo. En el otro lado, los populares respondían a los nuevos desafíos adhiriéndose al cambio con entusiasmo, y los romanos en su conjunto, que creían posible resolver todos los problemas con la ayuda de los nuevos líderes de opinión como Mario, Pompeyo o César, evolucionaron desde una aceptación pasiva de un opresivo sistema tributario hasta el entusiasmo por la política del panem et circenses que dominó Roma en los siglos venideros. La experiencia generacional influyó también en el cambio. Emiliano y los veteranos de la Tercera Guerra Púnica solían albergar una visión de futuro más optimista que la de los romanos que alcanzaron la mayoría de edad luchando contra Aníbal. Como en cualquier otra época de cambios culturales profundos, a los pueblos de la península Ibérica proclives a Roma les fue más fácil percibir la ruptura con su pasado que predecir la forma completa de la nueva Era que se presentaba ante ellos. Muchos recibieron con entusiasmo el declive de las prácticas rituales indígenas, regidas por la magia, hasta entonces vigentes. La destrucción del orden arcaico podía resultar emocionante, o incluso provechosa, sobre todo para los sectores romanizados que, como más tarde los afrancesados en la Guerra de la Independencia, propugnaban una aceptación sin reservas de los valores de la República. Pero el conflicto en Roma entre los patricios y los populares enseñó a los hispanos que la guerra civil era sumamente peligrosa y que, por tanto, era preciso mantener a toda costa una cierta distancia ante las partes en conflicto. Sin embargo, los cambios políticos, sociales y culturales acaecidos en Roma a lo largo del siglo I a. C. influyeron profundamente en la evolución histórica de Hispania.

España, una nueva historia

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