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LA GUERRA CIVIL

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La historia de la romanización de Hispania comienza con la guerra civil del siglo I a. C.: bellum civile, momento de suspensión de la concordia, escribió Cayo Julio César, consciente de que el enfrentamiento entre los generales romanos se englobaba dentro de esa categoría. El odio que se respiraba conllevaba su inmensa capacidad de corroer el orden establecido, de mezclar y de remover la memoria social sin que nadie llegara a saber nunca cómo los viejos rencores se transforman en impulsos asesinos. Así sucedió en la península Ibérica cuando sus habitantes empezaron a mirarse en el espejo de un conflicto político que no era el suyo, pero en el que vieron reflejadas sus ansias de venganza por ser lo que no deseaban ser.

La ocupación romana produjo un poderoso efecto sobre la población autóctona, mayoritariamente de cultura ibérica, que hasta entonces no se había dejado intimidar ni por fenicios, ni por griegos, ni siquiera por cartagineses. Circulaban las monedas con profusión y los mercaderes favorecían el bienestar de los nobles locales atraídos cada vez más por el espíritu de Roma y por su compleja vida política. Inmediatamente después de la reforma agraria promulgada por el tribuno Cayo Graco, el brillante hermano de Tiberio Graco asesinado por sus ideales, los patricios y los populares se enzarzaron en una contienda sin fin, primero en el Senado, luego en el Foro y finalmente en las calles. Los patricios rechazaron las reformas pues no estaban dispuestos a compartir el poder, y menos teniendo en cuenta quién lo había propuesto y bajo qué condiciones; mientras, los populares no cedían en sus objetivos de controlar la administración por medio de los tribunos de la plebe. A comienzos de los años 80 a. C., pocos dudaban en Roma que el conflicto político desencadenaría una guerra civil. La rivalidad entre Mario y Sila mostraba que ninguna de las dos partes tenía razón. Los populares insistían en inventarse una aristocracia militar conscientes de que los asuntos políticos terminarían dirimiéndose en el campo de batalla; los patricios, apoyándose en el honorable pasado de Catón el Censor, no ocultaban sus intenciones de instaurar una dictadura. Y así, sobre la precariedad de unas reformas necesarias pero difíciles de acometer, la República se encaminó hacia su disolución.

La guerra civil del siglo I a. C. se llevó a cabo en tres ámbitos. En primer lugar, en el ámbito de los principios, se trataba de una lucha entre los partidarios de la reforma agraria emprendida por Cayo Graco y los patricios educados en las enseñanzas de Catón el Censor, entre el populismo y la dictadura. En esta formulación, Mario defendía los valores plebeyos y Sila los aristocráticos. Gran parte de la retórica de la guerra civil, cuyos ecos logramos percibir en la monumental obra histórica de Tito Livio, reflejaba dos conceptos diferentes de la vida social, pero pocos interpretaron el asunto en términos de un conflicto de valores.

En segundo lugar, en el ámbito político, la guerra civil era una contienda entre las asambleas populares y el Senado por el control del Mediterráneo tras la desaparición de Cartago como potencia marítima. Desde 91 a. C. los senadores habían predicado la necesidad de extender la ciudadanía romana a todos los habitantes de la península Itálica, e incluso a los de Hispania, con lo que buscaban limitar el poder de la asamblea del pueblo y del tribuno de la plebe, su brazo armado. Esta idea asustaba a los populares, incluido su líder Mario. Para hacerle frente, el tribuno Sulpicio propuso la doctrina de la asignación de los mandos militares a la asamblea del pueblo en lugar del Senado. La respuesta del altivo Cornelio Sila no se hizo esperar y avanzó sobre Roma al frente de sus legiones. Era la dictadura. Al apostar su futuro a una sola tirada, Sila se puso en una situación crítica. Su ánimo respondió con la energía que necesitaba. Su futuro estaba en juego, así que no se podía permitir perder en el envite. Sila trató de disfrazar su gesto con una guerra patriótica contra Mitrídates, el mayor peligro entonces de un mar Mediterráneo enteramente romano, de un Mare Nostrum. Comenzó así una práctica que pronto encontrará un buen número de imitadores.

En el tercer ámbito, la guerra civil consistía en eliminar a los partidarios de Mario, o a sus simpatizantes, de cualquier cargo dentro de la República. Para los partidarios de Sila, la rebelión hispánica constituía el mayor peligro para la República a mediados de los setenta, quizás, porque como decía Theodor Mommsen, el talento de Sertorio no tenía parangón entre los estadistas romanos.

España, una nueva historia

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