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Mentalidades de la Didajé

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La Didajé apareció en el proceso de entrecruzamiento cultural de las mentalidades cristianas y helénicas. Las categorías helénicas, cuando llegaron al cristianismo, estaban fusionadas con las tradiciones egipcias, sirias, persas. Este patrimonio cultural se internalizó en la comunidad cristiana naciente interesada en anunciar la Buena Nueva a los hombres. Sin embargo, este anuncio se realizó con la novedad de la filosofía, en la que Gilson identifica dos tendencias propias de la época: “La filosofía es un saber que se dirige a la inteligencia y le dice lo que son la cosas […] las filosofías griegas son filosofías de la necesidad, mientras que las filosofías influidas por la religión cristiana serán filosofías de la libertad” (Gilson, 1976, p. 12). Gracias a esta nueva influencia aparecen fenómenos como el gnosticismo y el eclecticismo, los cuales son identificados y rechazados por los cristianos pues resultan heréticos. Evidencia de ello se encuentra en Juan 1,14, que precisa el logos especulativo con respecto al logos hecho carne. Gilson asevera al respecto: “Decir que Cristo es el logos no era una afirmación filosófica, sino religiosa…” (Gilson, 1976, p. 13). En este sincretismo, aparecen en el siglo I los ambientes apostólicos, helénicos y apologéticos que convergen en la Didajé, haciendo presencia de diversas maneras. A continuación se presentan los rastros de cada uno de estos ambientes en la antiquísima catequesis.

El origen apostólico de la Didajé expresa que este documento catequético es de importancia para la tradición cristiana. Dicha importancia estriba en que los apóstoles que presentaron la catequesis tenían una íntima cercanía con la voz de Jesús (Zeiller, 1941, p. 321). Este ejercicio catequético emergió en el corazón mismo de la comunidad cristiana primitiva (Ruiz Bueno, 1950, p. 6) y se encontraba centrada en la Eucaristía y en el Evangelio junto con el precepto del Padre Nuestro (Ruiz Bueno, 1950, p. 9). La conformación del movimiento de los padres apostólicos estuvo activamente influida por el ambiente helénico. La actitud de los padres con respecto a esta helenización se caracterizó por las resistencias, aperturas y complementariedades. Este panorama obligó a sostener cada una de estas posturas, planteando, de suyo, los primeros y futuros debates alrededor de los temas de la razón y de la fe.

San Pablo, quien se resistía a la helenización, alerta sobre las formas y los métodos para presentar el mensaje salvífico, y se planta evidentemente contra los métodos docentes propios del pensamiento griego, contra los artificios verbales, los discursos de la elocuencia, los discursos de una sabiduría persuasiva, los métodos aprendidos de la sabiduría humana; “esos procedimientos de la retórica tradicional que se dirigen a la razón son sustituidos por medios de predicación desatinados a los ojos del mundo y únicamente sometidos al espíritu divino” (Chatelet, 1976, p. 239). La apertura de la Escuela de Teología Cristiana de Alejandría, simpatizante del pensamiento helénico, posibilitó que paganos griegos se convirtieran al cristianismo. Los filósofos paganos se mostraron, por su parte, más receptivos al modo de vivir y de pensar de los cristianos, como sucedió con “el filósofo Sinesio de Cirene, quien abandonó el platonismo para convertirse al cristianismo y ser pronto obispo…” (Chatelet, 1976, p. 232). El mismo Pablo, a pesar de las sospechas comunicativas de la cultura helénica, observa esta mentalidad como un complemento para llevar la Buena Nueva a otras latitudes: “… tras haber conversado con los filósofos estoicos y epicúreos, fuera de la barahúnda del ágora, presenta la Buena Noticia, no como una ruptura, sino como un complemento y perfección de la teología helena…” (Chatelet, 1976, p. 237).

En los encuentros y desencuentros entre la cultura apostólica y la cultura helénica, entre la razón y la fe, emerge la mentalidad apologética en defensa de la fe. En este ambiente se elaboró la Didajé: “¡Qué fuerza apologética no late en ellos! ... Se trata de ver a Dios, cuya es la verdad y la vida toda de la iglesia” (Ruiz Bueno, 1950, p. 7). La defensa de la fe se realizaba a partir de categorías racionales. La predicación del mensaje salvífico cristiano tuvo lugar en un ambiente cuyas estructuras políticas, espirituales y religiosas se pueden clasificar de helenistas: “Si el mensaje del evangelio quería ser aceptado, debía adaptarse al lenguaje y mentalidad de los oyentes; en consecuencia era forzoso que el cristianismo se encontrarse con el helenismo” (Stockmeier, 1976, p. 381). El ambiente de defensa se comprende en términos de “unidad de la Iglesia, unidad en la Eucaristía, unidad en la liturgia, unidad en el lenguaje, etc.”5.

Repensando la catequesis

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