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Catarsis de la basura

Dice el filósofo Gustavo Bueno que la telebasura es buena, o que no es mala, o que no existe, o que simplemente la basura está ahí fuera, en el mundo, y que la tele lo único que hace es procesarla, mostrarla como es. La televisión no sería, pues, basura, sino el espejo en el que esta se nos muestra, nuestro propio pestilente reflejo. O sea, que no «somos tiempo», como decía Agustín de Hipona. Sencillamente, lo que sin lugar a dudas en latín sonará mucho mejor, «somos basura».

De hecho, la proliferación de espacios dedicados al corazón, a los testimonios, al espectáculo de la realidad ni siquiera tendría por qué soportar un componente negativo. Es la basura limpiadora, la mugre que da esplendor. Nuestras miserias se exponen a la vista y como en la tragedia aristotélica nos sentimos purificados al verlas con tal nitidez. Salsas rosas, grandes hermanos y demás corazones empotingados no son como algunos quieren mostrarnos la quintaesencia del mal gusto, sino espacios de libertad con que el ser humano se dota para expandirse y refocilarse ante la visión de su propia hediondez.

La pitonisa Lola –la real y su clon marciano–, Karmele Marchante, Tamara ‘la mala’, o el despojo con patas de cualquier gloria devenida a nada no forman ninguna galería de los horrores. Son como nosotros, solo que revestidos con las trazas épicas de la reproducción multimedia. El famoso, convertido en ens televissivum, nos produce la admiración que despertaban en otro tiempo regentes, aristócratas y artistas bohemios. Ciertamente, no vivimos «tiempos de indigencia» espiritual, que dijera Höldelin, sino una fase de una creatividad nunca vista en la historia de la Humanidad. A nuestro lado, el Renacimiento o la Atenas de Pericles no son sino sombras aburridas y funestas. Esto lo saben los jóvenes ingleses que no han titubeado al situar a David Beckham como el personaje de la Historia al que más admiran. ¿Por su vasta mirada sobre la cultura occidental? ¿Por su pericia al piano? ¿Por su conocimiento de la cultura mesopotámica, de los últimos avances en cardiología, del genoma humano? Son los mismos jóvenes que han relegado a Jesucristo a un honroso puesto número 123 en dura liza con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush.

En Estados Unidos y en latitudes menos masacradas por la ácida crítica anti-sistema, se han televisado ya –es decir, se han purificado– operaciones a corazón abierto, ejecuciones e incluso putrefacciones en vivo de cadáveres dentro de sus ataúdes. Pero no hay que escandalizarse. Así es como somos.

Tiene además la telebasura la virtud de reciclarse, de efectuar una retroalimentación, incluso de generarse ex nihilo a su mera evocación. De este modo, un programa sobre la telebasura puede convertirse a su vez en telebasura. Hablamos ahora de una basura algo distinta y perfumada pero incapaz de ocultar su verdadera naturaleza pordiosera. La demagogia, y sus hermanas Hipocresía y Sofisma corren alegremente por el plató, de tal modo que los pensadores de la libertad –que no son, vaya a pensarse, Stuart Mill, Adam Smith, Sartre ni ninguno de los adláteres, predecesores o seguidores–, pueden permitirse elogiar la soberana capacidad de elección del espectador sin que se les cortocircuite el cerebro. Así, mientras un alto directivo del «audiovisual» aboga por convertir la televisión en asunto de Estado y porque en los colegios se enseñe a ver «bien» la televisión, la telebasura es denigrada, casualmente, por la representante de una asociación de telespectadores que defienden la moralidad televisiva en igual medida que el derecho a la vida. Hasta es posible –gracias a sabios jefes de producción defensores a ultranza de la libertad de expresión– ver izado a categoría de filósofo mediático, en razón de su carácter estrafalario y pintoresco, que no de su real y profunda erudición, a alguien dispuesto a liberarse del «esfuerzo del pensar» para ensalzar lo inaltecible.

O el ultraje o la prohibición. Cuando se invita de entrada a elegir entre polos extremos es que la batalla por la dignidad se encuentra perdida de antemano.

[30 de enero de 2004]

Hermesiana

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