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ОглавлениеForma y fondo
Con frecuencia las formas condicionan el fondo. El espacio al contenido, el material a la mano experta del artista. Juegan los poetas con palabras, el material etéreo, y los músicos y matemáticos con los astros y los hombres, que se repiten cíclicamente. Con el hierro, la madera, el marfil, el bronce, el escultor y el arquitecto inmortalizan la fugacidad del tiempo, fingiéndose inmortales. Y el pintor absorbe la realidad del mundo, y la mundanidad del sueño para atrapar un trozo de apariencia sobre la superficie rugosa del lienzo. Se mire como se mire, en el fondo, es la forma.
Cuando el periodista quiere captar lo sustancial de la información en la caja de texto del titular ha de enfrentarse en primer lugar con el número de caracteres del que dispone. Líneas, columnas, fuente, tipo, forman la celda de clausura donde el anuncio (no otra cosa es un titular) vivirá al día siguiente para expirar pasado mañana en el tanatorio de papel de las hemerotecas.
En la historia humana se han sucedido las épocas de forma con las de fondo. A las primeras se les ha llamado «decadentes»; las otras, alcanzada su cumbre, generalmente han estado marcadas con el estigma de la destrucción. Las primeras son refinadas, casi amaneradas. Son el helenismo que siguió a la época clásica, el rococó que precedió a la Revolución, el modernismo que se adelantó a la crisis de todos los valores. De profundis, la Grecia presocrática nos da el más hondo ejemplo. Al final del desfiladero se encuentra no otro que Sócrates, con Buda y Cristo, el pilar humano de la sabiduría universal, antes de convertirse ciencia (filosofía). Antes de que el mito de la razón terminara generando monstruos supo elevarse también la primera Ilustración. La del alemán Lessing. Y también, al principio, la de Kant. Luego se demostró que el Renacimiento weimariano solo era un espejismo, un disfraz. Es la perversión de forma y fondo que acompaña al primer tercio de siglo, después de que los herederos de Nietzsche y Wagner terminaran legitimando el Horror de conocer, sabiéndose (re) conocidos.
A partir de ahí, las diferencias entre forma y fondo han ido diluyéndose hasta el punto de resultar ambiguos a la hora de categorizar sobre tales conceptos. Así en nuestra era de la sospecha, un periodo de confusión ideológica y, claro está, terminológica. Con la «agonía de la palabra» como principal vehículo de conocimiento, empezaron a borrarse las fronteras. Algunos llaman a este fenómeno «transversalidad», aunque mucho tiene de pérdida de arraigo. De no saber reconocer las fuentes primigenias, lo sustancial de lo accesorio, en definitiva, la forma del fondo. Aún así, la batalla que libran una y otro se decanta hacia la primera. Así contemplamos el abandono de las humanidades en nuestro tiempo, el azote del «diferencialismo», la moral de rebaño que el aprendiz de Dionisos descubrió antes de que la base sobre la que se asentaba el saber en Occidente se nos cayera de los pies, dejando tras estos solamente el vacío, la oquedad, el desierto poblado de necesidades de la vida moderna.
Fondo y forma. Siempre en litigio, siguen pugnando hoy por hacerse con el control de nuestras realidades y deseos. Qué precede a su par, sigue siendo una pregunta válida. Si el soneto al sentimiento de amor despechado, o el impulso poético de cantar llorando a la soledad a las once sílabas mágicas.
Con frecuencia, las formas condicionan el fondo hasta tal punto que provoca que nazcan artículos como este. Circulares.
[23 marzo de 2005]