Читать книгу Hermesiana - Jose María Matás - Страница 8
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Contaba G. E. Lessing cómo los griegos llamaban «hermesiano» a todo lo que se encontraban casualmente por un camino, pues para ellos Hermes era el dios de los caminos y de la casualidad. «Imaginémonos –seguía el maestro de la Ilustración alemana– un hombre de curiosidad ilimitada y sin querencia a una ciencia determinada. Siendo incapaz de darle a su espíritu dirección estable, con objeto de satisfacer su curiosidad merodeará por todos los campos del saber queriendo admirarlo todo, conocerlo todo y saciarse de todo. Como no carece de ingenio, hará muchas observaciones, pero ahondará en pocas cosas; dará con muchos rastros, pero verificará pocos; hará descubrimientos más curiosos que útiles; abrirá perspectivas que dan a paisajes que casi no vale la pena ver.»
A lo largo de los últimos años me he sentido dominado por ese espíritu que describe tan vívidamente el autor de Laocoonte y que me hacía albergar una aversión profunda a la figura del experto, de quien se propone conocer mucho de una parcela diminuta de la realidad al precio de ignorarlo todo sobre el resto. Movido por esa curiosidad, por esa falta de dirección estable también, aunque intentado no quedarme en la superficie, me propuse ir rescatando del estrépito verbal y visual de cada día, del que participa con no menos ímpetu el llamado «periodismo cultural», aquellos «rastros, descubrimientos, perspectivas, caprichos», con que me iba tropezando por los senderos –que es como decir los márgenes– de una Cultura que nos regala la ilusión de un crecimiento ilimitado que algunos tienden todavía a confundir con aquel trasnochado concepto de Progreso pero que, especialmente de un tiempo a esta parte, sufre una atomización que amenaza con convertirse en algo así como una extensión misma del desierto.
Publicados en prensa escrita, en medios digitales, en blogs, incluso, en algún caso, como meros «estados» de Facebook, me gustaría pensar que estos textos de circunstancias escritos especialmente para mí mismo –a modo de pequeñas muletas que me permitían ir anclando mi propia experiencia como lector y como hombre–, pero que no ocultan la insana esperanza de que puedan volver a ser leídos por algún que otro incauto, que miran a los libros (o desde los libros) sin dejar de observar con admiración, ironía o amargura al mundo circundante, comparten vocación con esas pequeñas piedras que desde el fondo del cauce van viendo cómo la corriente arrastra a su paso latas, pañuelos y ramas, a veces, mientras ellas mismas van siendo arrastradas.
Tal vez así, quién sabe, la piedra pueda florecer…
El autor
[Torre del Mar, verano de 2014]